Pasó 52 días de abuso ahí. Cada día le preguntaban quiénes eran los que asistían a aquella iglesia, pero él no sabía nada; solamente tuvo la oportunidad de asistir dos veces. Lo pateaban, le escupían, y lo que más me dolió escuchar fue que, después de una noche en la que oró y le pidió a Dios que mantuviera a su esposa protegida, lo interrogaron y preguntaron "¿Eres cristiano?" Y él supo que sí. Que ya no creía en Alá, pero que sí creía en Dios. Lo admitió sin dudarlo y lo que los oficiales hicieron fue quemarle la espalda, los brazos, su abdomen y piernas hasta dejarlo inconsciente. Despertó en un centro médico que hacía parte de la cárcel. No tenía noción del tiempo que había pasado desde ello y vio un oficial en la puerta. Le dijo que lo ayudara a salir de allí, y éste le dijo que tendría que pagar para eso, así que el muchacho le dio el número de su padre. Su familia recolectó $10,000 dólares, lo que les exigían, en tres días para que lo liberaran. Y así fue. Le vendaron los ojos, lo subieron a la camioneta y, literalmente, lo tiraron en frente de su casa, aún estando débil y a punto de morir por tanto maltrato. Después de 55 días fue que logró volver a ver a su esposa; ellos nos enseñaron unas imágenes muy perturbadoras de su estado físico, y créanme que hasta a mí me dolió el ver tanto sufrimiento. Por suerte, uno de sus familiares era doctora, y ella cuidó muy bien de él hasta que se encontrase mejor. Después de tres semanas decidieron que debían irse de Irán lo más pronto posible, porque podrían seguir pidiendo dinero por haberlo ayudado a escapar. Los buscaban las autoridades, así que no podían ir a ningún lado sin chocarse con un policía. Consiguieron a una persona que les pidió $5,000 dólares para sobornar a los patrulleros del aeropuerto, y al único lugar que podían ir era a Tailandia. Su familia los rechazaban porque estaban en desacuerdo con el cristianismo u otra religión que no fuese el islam. Su esposa sufría de un problema en la espalda y tenía que ser operada, y su esposo aún no se recuperaba del todo; apenas se podía sentar. Pero siguieron adelante y salieron de Irán. Su esposa dijo que, justo cuando llegaron a Tailandia, el dolor en su espalda desapareció después de haberle orado a Dios, y fue así, ya que cuando fue al médico para un chequeo, los doctores estaban impresionados. Estuvieron allá por un par de años, y el muchacho se convirtió en pastor de una iglesia a la que le predicaban a refugiados iraníes. Luego tuvieron que inmigrar urgentemente a los Estados Unidos. Formaron su propia iglesia aquí con la misión de alcanzar a iraníes para convertirlos al cristianismo. Y me conmovió mucho su historia y la situación por la que pasaron, tanto que tengo furia por cómo es la cultura allá en Irán. Actualmente, ellos no pueden volver a su país natal o serán ejecutados. Su testimonio iba a salir al aire, pero no fue grabado porque sus vidas corren peligro y están amenazados; las autoridades de Irán aún los están buscando. ¿Cómo se debe sentir eso? Tal vez no cuento la historia con sumo detalle, pero para no sentir alguna emoción (ya sea negativa o positiva), hay que ser de piedra. Me impresiona la valentía que han tenido hasta hoy día, porque aún así siguen con su vida juntos en éste país de libertad de expresión y religión.