Notes

Le devolvió una manchada sonrisa carmesí. Y soltó sus manos de las del contrario, las cuales había tomado para intentar torpemente defenderse. Parecía que se estaba rindiendo. Pero con una de ellas, tomó la daga de su cinto y en un ágil movimiento, la clavó en el brazo del ajeno. Cuando el agarre en su cuello se aflojó, no se detuvo por un segundo siquiera. Blandió la daga de nuevo y le perforó el hombro, creando una profunda hemorragia. Los gritos resonaban en sus oídos y él también disfrutaba su momento. Aunque no distinguía de donde venían. Tomando al hombre del yelmo por la armadura, rompió la cota de malla y cercenó la garganta. Los gritos del otro parecían cantarle que él era el ganador. Pateó el cadáver. La pesadilla había terminado. Era libre y aún tenía su corona. Entonces su espalda se sintió floja, distendida desde el hombro hasta la cadera. Tardó en procesar el silencio, el calor húmedo que bajó por su piel y el lacerante dolor que fue creciendo allí. Jadeó, la espada terminando de cortar su carne. Otro estallido de dolor le dedicó al hombre cuando impactó sus costillas nuevamente, obligado a tener su cara al cielo. "Cuán altanero debe de ser un príncipe, que no se detiene a verificar si sus adversos están en el infierno" habló el hombre que se creía muerto. Por primera vez, sentía miedo, ansiedad. La bota afincó con más peso, haciendo que Noah gruñera de frustración y en un zumbido la espada bajó para atravesarle la palma de la mano e incrustarlo a la tierra. La sangre brotó como una fuente, casi la mitad de la hoja se encontraba zanjando su carne. La arena se llenó de silencio y el grito de Noah, desgarrador y agónico, se filtró en cada espectador, viajó por las paredes de piedra y construcción. Sacudió el corazón de miles, y aterró a muchos otros. Paralizó e inyectó al reino de su propio sufrimiento, porque estaban presenciando a una leyenda caer; un semidiós sangrar y padecer.