Notes

Como si la aparición de la agenda nos hubiera cambiado el humor, y la vida, a Julio se le resbaló un plato, destrozándose en mil pedazos. Ya mañana ya pintaba mal, porque el calefón perdía y dedicó toda la mañana a intentar arreglarlo, sin suerte. Cuando estimó que ya terminaba, descubrió que había conectado los caños al revés y no funcionaba.
Me advirtió de que no anduviera descalza, para evitar que algún trozo invisible pero taimado me pudiera lastimar. Pero yo tenía otras preocupaciones en mi mente. No podía sacarme de la cabeza la agenda y sus implicancias. Recordé a otra vecina, de unos 80 largos, que cada vez que me encuentra en la calle me dice: qué bueno es tu marido, y qué linda y que buena sos vos. Todas las veces la misma cantinela, tal vez con otras palabras, parafraseándose a sí misma, pero con el mismo significado. Siempe lo tomé como el raye de una anciana, como le pasa a tantos, que a cierta edad sólo repiten mil veces lo mismo. Pero ahora, pensándolo en retrospectiva, tal vez la mujer está tratando de decirme algo más. Sólo tal vez.
Y mientras sigo pensando lo mismo, me parece que me quedé corta, y debería haber indagado más. Preguntar más insistentemente, para sacar mentira por verdad, tirar del hilo a ver si encuentro el ovillo, y tal vez encontrar la excusa perfecta para algo que sé desde hace mucho tiempo que es lo que debo hacer.