Notes

Visitantes inesperados en un día desordenado y sin niños


Es miércoles por la tarde una semana sin niños y estoy trabajando en la mesa de la cocina. Frente a mí hay tres tazas de té en diversas etapas de abandono, una olla de yogur vacía, un poco de cáscara de mandarina y, desconcertantemente, un solo calcetín. Hay varios montones de papeles tambaleantes, una caja de herramientas, un frasco de crema facial y la correa del perro. A través de la ventana puedo ver el árbol de Navidad apoyado contra la pared, arrojando ocho mil millones de agujas al día. Está oscuro y lúgubre y sólo una de las luces de la cocina funciona. Estoy escribiendo sobre coches eléctricos. Toda la escena no es una aspiración.

Yo tampoco me he vestido todavía – He dado vueltas alrededor de la cuadra con el perro, con la parte inferior del chándal arrastrándose por los charcos y, como me quedaré esta noche, es perfectamente posible que no me vista en absoluto. O comer una comida adecuada. Por mi cuenta, subsisto bastante felizmente con pudines y tostadas de supermercado.

Mis semanas en solitario no siempre son así. Salgo, veo amigos y uso ropa sin cinturas elásticas. A veces incluso aspiro. Aun así, la combinación de trabajar desde casa y de repente, cuando tenía unos 30 años, pasar grandes períodos de tiempo solo sin experiencia en cómo estructurarlo, me ha vuelto semisalvaje. Los domingos me ven entrar en acción con culpa, limpiando el baño y comprando comida antes de que regresen los niños.

Mientras intento pensar en otro sinónimo de "económico", suena el timbre. El perro se despierta sobresaltado y se pone de pie obedientemente para alejarse y pararse a un metro de la puerta principal ladrando histéricamente.

Lo sigo nerviosamente. ¿los testigos de Jehová o, peor aún, mi casera? Una visita improvisada de su parte a la casa en este estado es un pensamiento horrible: tiene un cinturón negro en desaprobación. Afortunadamente, no es ninguna de las dos cosas: cuando abro la puerta, mi hijo mayor está parado allí, luciendo muy satisfecho consigo mismo, con las mejillas rosadas de frío. Siento una fuerte sacudida de amor.

"¡Hola mamá!" Empieza a armar un escándalo con el perro, que está encantado de verlo.


Detrás de él flota torpemente Anna, la au pair alemana de X. Sólo nos hemos conocido una vez, pero ella parece agradable, aunque bastante formal. Incluso convenció a los niños para que me construyeran un calendario de adviento casero antes de Navidad. X, lo sé, no estoy seguro de que sea lo suficientemente dura. Él hace caras ambivalentes cuando le pregunto cómo se ha adaptado.

"Dragă! Qué hermosa sorpresa." Le doy un beso, al que se somete, de mala gana. - Bună, Anna.

"Lo siento por esto", dice Anna nerviosa. "Espero que no te estemos molestando. Insistió, porque estábamos a la vuelta de la esquina, en venir a recoger el libro de dibujos animados que necesita."

"Está bien! Es un placer. Intră!"

El mayor sube las escaleras y yo hago entrar a Anna. Por supuesto, tan pronto como lo hago, la casa se ve instantáneamente, grotescamente peor: mi sudadera con capucha sucia, los nidos de polvo que se acumulan en las esquinas de la escalera, el ejército de tazas sucias en el fregadero. Anna está muy cuidada, con su chaqueta azul marino abotonada, su bufanda anudada y el pelo recogido en una cola de caballo apretada. Me siento como un niño sucio.

"Entonces", digo, para cubrir mi incomodidad. "¿Cómo les va a los chicos?"

"Está bien. Son geniales", dice, sin parecer convencida. Siento una punzada de ansiedad, pero luego recuerdo lo que se siente al tener 19 años y vivir en la casa de un extraño. Yo tampoco me habría entusiasmado demasiado.

"Realmente disfrutaron la búsqueda del tesoro que hiciste por ellos. Me siguen pidiendo que haga uno ahora."

Su rostro se ilumina. "De verdad? Nunca puedo decir si les gustan las cosas. Cada vez que sugiero algo, dicen que prefieren simplemente mirar televisión."

"Ja, eso suena bien. Bueno, honestamente, causó una gran impresión."

El mayor entra casualmente, con los brazos llenos de juguetes y cómics. "Tengo hambre, mamá".

"Oh. No tengo mucho..." Busqué ansiosamente bocadillos aceptables. No he comprado. Por un segundo siento que una persona sin hijos podría, tratando y sin poder satisfacer las demandas inesperadas de un pequeño visitante –, ¿les gustan los pasteles de avena? ¿ryvita? Putas colombia Jugo de pomelo? "¿Revisar el armario?"

"Será mejor que nos vayamos de todos modos", dice Anna, mirando su reloj.

Desentierra una galleta y la sostiene entre los dientes mientras se encoge de hombros. - La revedere, mamă. Esta vez me da un abrazo. Lo aprieto con fuerza y beso su mejilla aterciopelada.

Y se van, hijo mío y la chica que lo cuida. Me lleva horas recuperar mi concentración.


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