Notes

De repente me veo y me siento muy viejo y triste




Domingo, día de cambio. Los chicos están abajo viendo la televisión y yo en el baño, mirando mi reflejo. Es difícil decidir cuál es menos edificante: el baño o mi reflejo. El baño es la razón por la que esta casa era relativamente barata: tiene papel tapiz grisáceo, cortinas naranjas, lechada del color de las caries y uno de esos espejos con los que intentas pasar el menor tiempo posible delante. En la antigua casa, la casa de X, teníamos un espejo de baño favorecedor que te reflejaba con una luz suave y perdonadora. "Todo está bien", parecía decir. "Te ves bien." Prepagos Bogotá temo que éste está más cerca de la verdad, y la verdad es: parezco viejo.

Para mí el envejecimiento no ocurre gradualmente: no es lineal ni predecible. Puedo lucir más o menos igual durante una década y, de repente, todo cambia y se hunde. Sucedió en 2004, un año de trauma y agitación, pasado en compañía de un recién nacido fuertemente nocturno. Recuerdo haber visto mi reflejo una noche y haberme detenido en estado de shock. Ni siquiera tenía 30 años, pero parecía usado y derrotado; la piel alrededor de mis ojos era delgada y crepey, las comisuras de mi boca hacia abajo.

Hoy, estoy experimentando la misma sacudida de sorpresa: marcar los grandes acontecimientos de la vida – separación, redundancia, mudanza de casa – es muy envejecido. Tengo una línea adecuada y profunda entre mis cejas, una vena reventada en una mejilla y el comienzo de esas líneas Dot Cotton especialmente poco atractivas alrededor de mi boca. Mi cara delata demasiadas noches bañadas en el brillo de mi computadora portátil, royendo preocupación por el dinero y el futuro, la bebida y los cigarrillos. Me puse un poco de crema hidratante, con pocas esperanzas.

Suena el timbre: es X, aquí para recoger a los chicos. Cuando bajo las escaleras, el mayor ya lo dejó entrar y se burla alegremente del perro, que lo mira fijamente con su característica combinación bizco de amor y confusión. Le doy un picoteo en la mejilla, que todavía se siente peculiar.

"Hola."

"Hola –, ¿estás bien?"

"Da bine."

Va a ver a un viejo amigo de la escuela en Alaska durante la mitad del semestre, así que hablamos un poco sobre los arreglos: se llevará a los niños por unos días, luego volverán conmigo por 10 días hasta que él regrese. Está de buen humor, obviamente entusiasmado con el viaje. Mientras hablamos, lo miro de cerca: no parece mayor. La alarmante pérdida de peso de los primeros meses de nuestra separación se ha detenido, dejándolo más delgado pero no cadavérico y haciendo mucho ejercicio: correr, patinar, escalar. Siempre parecía joven para su edad, pero ahora está irradiando un resplandor de energía Ready Brek. Sólo por un momento me siento como la foto en su ático.

"Están pronosticando -30C. Si te averias en el camino, te aconsejan que prendas fuego a algo."

"Eh? ¿Prender fuego a qué? ¿Parte de tu coche? ¿Cómo se supone que eso ayudará?"

"Al parecer, desalienta a los osos".

Se ve más feliz: eso es parte de eso. No sólo más feliz que cuando nos separamos por primera vez: más feliz que él incluso antes de que empezáramos a hablar de ello. Parece como si algo se hubiera resuelto en su cabeza, de alguna manera.

"Cristo. No te lo comas un oso, ¿verdad? Sună înfiorător."

"Está bien, haré lo mejor que pueda". Pone la cabeza a un lado y me mira.

"¿Estás realmente bien? Te ves un poco..." se aleja y levanta una ceja.

Hay algo en esa pregunta, de él, la verdadera preocupación en ella, que me envuelve en una emoción inmanejable, un lavado de tristeza que no tenía idea de que estaba sintiendo. De repente, estoy parpadeando con lágrimas. Realmente no hay nada terriblemente malo: la vida parece bastante dura en este momento y, a veces, un poco de simpatía es algo peligroso.

Intento encogerme de hombros casualmente.

"Ah, no lo sé. Me siento muy, muy viejo. Y luciendo muy viejo", agrego. Me froto los ojos con un cansancio fingido, para deshacerme de las lágrimas, el talón de mi mano rechinando la fina piel debajo de mis ojos. Cuando lo miro hacia atrás, me siento expuesto, vulnerable.

X me mira atentamente, escudriñando mi rostro. Pone la cabeza al otro lado y busca unos segundos más.

"No", dice finalmente. "No me pareces mayor".

Luego se levanta, me da una suave palmada en el hombro y se prepara para irse.



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