Notes

Alma mía,

Hoy, el tiempo ha cesado de girar sobre sí mismo, no porque el calendario lo haya marcado, sino porque tú has escogido este día para celebrar el prodigio de tu existencia. Y, en ese acto de libertad soberana, en esa reivindicación de tu derecho a ser, a crecer y a florecer según tu propia naturaleza, encuentro la más pura manifestación de tu poder, ese que por tanto tiempo dudaste poseer. Has recorrido caminos invisibles para la mayoría, enfrentando tormentas que amenazaban con devorar todo a su paso. Y, sin embargo, aquí estás, erguida, no como el roble desafiante que resiste el vendaval, sino como el junco que, en su sabiduría, se inclina y se amolda, absorbiendo cada enseñanza del viento, pero que jamás se quiebra. Durante años, te hicieron creer que eras frágil, cuando en realidad la vida te dotó con la fortaleza más sublime: la capacidad de renacer de tus propias cenizas, una y otra vez.

Desde tu infancia, cargaste con sombras que no eran tuyas, sino de aquellos que, incapaces de ver la grandeza de tu alma, intentaron moldearte según sus limitados entendimientos. Pero tú, con una paciencia solo propia de los sabios, esperaste, observaste y te forjaste en el silencio de tus noches más solitarias. En las profundidades de tus lágrimas, encontraste una chispa que se ha convertido en una llama perpetua. No te llamaré fuerte simplemente porque soportaste lo insoportable. Hacerlo sería reducir tu grandeza a la mera resistencia. No, pequeña mía, tu verdadera fuerza reside en que, en medio de la adversidad, elegiste algo más profundo, algo genuinamente divino: abrazar la verdad de tu ser. Entre los escombros de las expectativas ajenas, te descubriste a ti misma. Y, al mirarte en el espejo, viste no solo a la mujer que el mundo trataba de imponer, sino a la auténtica, la que ha llevado siempre en el pecho una luz que jamás se extinguirá, una luz que brilla incluso en la más impenetrable oscuridad.

Te has protegido, no con muros de distancia o desconfianza, sino con el escudo de tu claridad interior. Has aprendido a diferenciar entre el ruido y la melodía, entre la crítica vacía y la palabra que nutre. Has abrazado tu vulnerabilidad no como una debilidad, sino como el acto más valiente y noble que existe, y en ese abrazo encontraste una libertad que pocos llegan a conocer. Yo, privilegiado testigo de tu travesía, como tu mejor amigo, tu novio, tu prometido y tu esposo, he sido bendecido por presenciar tu metamorfosis constante, no hacia algo nuevo, sino hacia la versión más pura y luminosa de lo que siempre has sido.

Hoy, celebro a todas las mujeres que habitan en ti: a la niña que soñaba con alas invisibles, a la joven que se forjó en la batalla de sus propios miedos, y a la mujer que ahora, en su plenitud, ha elegido su propio sendero. Celebro a cada versión tuya, a cada rostro que has mostrado al mundo y a los que solo yo he tenido el honor de contemplar. Celebro a la que ha aprendido que su valor no reside en lo que hace, sino en lo que es. Hoy, en este día consagrado a tu persona, me inclino ante la diosa que habita en cada uno de tus gestos, en cada mirada que contiene universos.

Que este sea un día de luz, pero no de la luz efímera del mundo exterior, sino de la que siempre ha ardido dentro de ti, con un fulgor tan vasto que ningún tiempo ni sombra pueden extinguir. Hoy, y por todos los días que están por venir, te amo, no solo por lo que fuiste o lo que serás, sino por el milagro de simplemente ser tú, en tu infinita y eterna verdad.

Con devoción eviterna,

Tu esposo.