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Transmitía aquel aroma a antiguo. Con sus estanterías vestidas de polvo, los sofás rotos y descoloridos, las paredes cubiertas de historias y el suelo bañado de vinagre. Aún así, la fachada era de lo más hogareña, y las almas varadas, por razones de fuerzas desconocidas, parecían apreciarlo en cada paseo nocturno. Eso sí, todo aquello se reunía en una burbuja de silencio a la medianoche para compartir pensamientos mudos y sólo permitir que las flores creciendo en sus gargantas fuesen liberadas. Por ello cada quien luchaba por algo para sobrevivir, mientras que otros luchaban hasta cierto punto que podrían considerarse muertos. Pero el romance que sus pieles pudieron sentir era indescriptible; todo encapsulado en un sólo cuento para antes de dormir, justo en el mismo sitio que los vio renacer.

Al colocarse el cielo su sombrero azul y salir a un bar con su esposa la luna, los amantes aprovechaban el tiempo para compartir ideales que llevaban conteniendo desde una juventud no muy lejana. Prefiriendo sentarse en el césped que en el techo, con sus ojos vacíos y sus estómagos a punto de reventar. Eran esos detalles diminutos que les daban el poder de mover a la tierra y controlar a los seres humanos con un aplauso; sin embargo, el disfrute no era el mismo si la compañía del otro no era un hecho. Si amas a una persona, cada segundo a su lado debe ser la experiencia de montar a una estrella fugaz, y fue cómo el cosmos quiso que se incendiaran sus adentros. Por el destino o por un movimiento en falso.

Los gritos que retenían, las venas que estallaban, llanto que convertían en comedia y la desnudez; placeres que pudieron darse con el ahogo de sus enemigos y la resurrección de algunos buenos colegas. Sus esfuerzos fueron aprovechados para actos viles y desquiciados, que cuestionaban la sensatez de ambos a niveles increíblemente altos. Y a pesar de tantos cuerpos que cortaron y tantas cabezas que colgaron, el anonimato no los había defraudo en ningún momento. Sus labios se fruncían con la presencia de los entrometidos, con tantos años dentro y sus manos tan ásperas, ¿no sería lógico resumir la vida y darle final a la historia de un príncipe azul? Es decir, abrirle paso a lo menos mísero, eliminando lo que sobraba por errores de la naturaleza.

¡Maldito el día en que alguien cuestionó su sabiduría! Unir dos mentes brillantes para un pulcro trabajo, sin intereses ni riesgos de que tu identidad fuese conocida por la sociedad, era ya suficiente para que sólo quedara la satisfacción flotando en las ofertas. Pero la gente era ignorante. Deslizar un queja o un suspiro de decepción no era permitido en aquella ciudad cuando te encontrabas con ambos; aunque las reglas tampoco estaban escritas en papel, pero sí que lo estaban en carne que alguna vez le perteneció a un cordero. Así que debías aprender de memoria lo que era posible y lo que no, porque el mismo satanás se encargaría de darte un lugar en el autobús con destino a la isla donde los infelices lloran una eternidad.

Cuando el frío agosto congeló las aguas y su propiedad fue invadida por culpa de un leve malentendido, las cosas dieron una vuelta completa. Su única escapatoria era refugiarse en un pueblo donde ver cadáveres por las calles fuese tan común como un local de café. No era de genios permanecer ahí. Por ende, quejarse lo habían dejado en segundo plano, para concentrarse en las armas que perseguían sus delitos constantemente. Pero el dilema se expandió con rapidez, llegando a los pies de Frank, debilitando la imagen pintada de seriedad y perdiendo el respeto hacia sus obras. Por eso Gerard dejó de decirle te amo, además de privarlo del uso de la navaja que solía utilizar antes de proceder con el verdadero deber.

En una subasta ilegal, consiguieron un florero. Ese mismo florero fue colocado en una mesa antes de entrar a lo que era la cocina. Así fue cómo con una casa robada y algunas flores en agua, decidieron vivir. Su refrigerador tenía apenas dos latas de cerveza y un cartón de leche, algunas verduras también, pero no podía considerarse la base de una buena alimentación. Ya habían dejado atrás su otro hogar, mas la apariencia no era muy diferente a la anterior y perduraba el olor hediondo y característico. Asimismo fue necesario que compraran cuchillos, armas y vasos de cristal; eso les llegó a su tiempo, pero el lapso entre cada instante les duró un milenio entero. Y la agonía de Frank no iba a disminuir, porque Gerard no iba a perdonar la torpeza que había invocado a la policía; no obstante, no paraba de pensar que la hermosura del castaño era innegable, así que de manera bizarra se lo iba a expresar.

Todavía en el pecho del azabache permanecía un sentimiento, el mismo que había conservado desde el momento en que lo proclamó su alma gemela. Fusionado con la furia, con el rencor y los deseos de matarlo, todo aquello podía explotar como una mina en la segunda guerra mundial. Buscó alternativas, porque no iba a excluir a Frank a pesar de sus caídas. Siendo tan impenetrable y poderoso, se le proporcionaba de objetos útiles para cualquier ocasión, así como los que había obtenido en la renovación de su morada. Por ello, con un amor tormentoso, decidió que podía lograr hacerle saber a su pareja que a veces la hermosura llega a dejar cicatrices en tu piel y lo puedes comparar con la delicadeza de un tulipán.

— Verás —proclamó tomando el utensilio filoso de la barra—, tú eres nada, ¿entiendes? No vales ni una moneda —pasó la punta por las muñecas de Frank, mientras éste reprimía gemidos de dolor—. Pero sigues siendo bellísimo. Eres arte, y el arte no tiene precio, porque siempre es horrible y a la vez perfecto. —El frasco con vinagre no tardó en vaciarse sobre las heridas abiertas. El perjudicado no hizo ningún sonido, de nuevo—. Si coloco tulipanes en lo que más te daña, lo haré precioso. Las flores mejoran tu capacidad de cautivarme. Te odio —rió cínico al mismo tiempo de que colocaba cada tulipán sobre sus pecados.

— Gerard. —Su voz se arrastraba y sus manos nerviosas dieron a parar a las contrarias— Gerard, yo te amo. Gracias por quererme. —Se inclinó para besar los labios del nombrado, pero él lo esquivó y después se levantó, dejándolo en un espacio de desolación— Lo siento tanto —susurró abrazando sus piernas y hundiendo su rostro en ellas, sin lagrimear.
     
 
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