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¿Su mente le estaba haciendo una jugada perversa o en verdad lo estaba viendo? El asesino de Hikari se encontraba apenas a un par de metros de él, al otro lado de la calle fumando frente al mismo edificio abandonado en el que había matado con crueldad a su compañero de vida, aquel que lo iluminó en sus momentos de desolación y quien con mucho trabajo logró restaurar sus ruinas. Y al recordar aquellas escenas del asesinato de su mejor amigo, lo único que comenzaba a crecer en su interior era una mezcla de dolor, odio, adrenalina, y unas inmensas ansias de venganza. ¿Quién se creía ese hijo de puta para arrebatar la vida de Hikari por un simple malentendido? Llevaba meses pensando que en verdad merecía la muerte más dolorosa y sufrida que existiese. "Pero no, ¿qué podría hacer yo? Nada, absolutamente nada." Repetía en sus pensamientos una y otra vez, intentando luchar contra los impulsos insanos que una vez más intentaban apoderarse de su mente. "Lo más probable es que termine muerto yo también." Aunque esa idea ya no le parecía tan mala después de todo el peso con el que venía cargando, aún así necesitaba una excusa para no intentar algo muy estúpido. Si tan sólo no tuviera una consciencia tan débil, probablemente hubiese podido ganar la batalla contra su parte oscura por única y última vez, pero sólo intentar nunca es suficiente, por ende los pensamientos homicidas que no presenciaba hace tanto tiempo volvieron a apoderarse de él. Sintió escalofríos recorriendo su espalda e intentó resistirse lo más que pudo contra la adrenalina que corría en sus venas, pero su mente debilitada se saturó de voces que repetían la misma palabra sin detenerse; "mátalo, mátalo, mátalo." De repente todo el ambiente se tornó muy oscuro, más de lo que la débil luz de la calle le limitaba a ver. Recuerda haber tomado del piso un fragmento bastante considerable de vidrio roto, lo suficientemente filoso según él, para luego cruzarse de acera sin vacilación. "¿Qué estoy haciendo? Idiota, date la vuelta antes de que te vea y vuelve a casa ahora mismo.", es lo que intentaba ordenarse, pero había algo fuera de él que no se lo permitía. Podía sentir como sus cordura se iba desvaneciendo de a poco, mientras que todos los sentimientos de odio y repudio salían de su escondite para tomar poder de sus acciones. Sin hacerse caso cruzó la calle intentando ser lo más silencioso posible. El otro muchacho se encontraba apenas ingresando a un pasillo del edificio, posiblemente buscando irse del lugar por medio de la otra salida, así que al alcanzar una distancia más corta tenía visión de su silueta de espaldas en medio de la tenue penumbra. Sin pensarlo dos veces (actitud rara en él), finalmente aligeró sus pasos en dirección al chico, pretendiendo que no se percatara de ello. Con cada paso sentía el frío seco de la madrugada filtrándose entre sus prendas, aunque no sabía si era por eso que sus manos temblaban al sostener el intento de arma. Pensó con rapidez qué debía hacer primero, de qué manera debería aproximarse a él para luego quitarle la vida. Pudo notar que el muchacho intentó voltearse cuando acortó la distancia entre ambos, pero antes de que pudiera hacerlo tomó con fuerza el cristal y ejerció un corte sobre la nuca de aquel, con una profundidad suficiente como para dañar su cerebelo. Como esperaba, el sujeto cayó en un solo movimiento al piso, incapaz de moverse pero aún manteniéndose consciente. Lo arrastró levantándolo y empujándolo contra la pared, cubriendo su boca con una mano para evitar la resonancia de los futuros gritos, mientras que con la otra sostuvo el fragmento de vidrio ahora ensangrentado contra el cuello del chico. Contaba con una estatura bastante menor a la de él, así que no encontraría demasiada dificultad en mantenerlo arrinconado, más aún estando inmóvil. El tipo tenía una mirada sumamente confundida, porque claro, no tenía idea de quién era su atacante ni por qué estaba a un paso de rebanarle la yugular. Pensó en informarle con brevedad quién era y por qué estaba haciendo lo que hacía, pero decidió que sería mejor dejarlo confundido con su anonimato. Podía percibir el miedo en sus ojos, por más de no tener una visión muy clara en la penumbra; sentía aquel profundo temor, y eso lo inducía a querer obtener más sufrimiento por parte de su víctima. Y vaya que extrañaba poder llamar "víctima" a alguien. Discutió consigo mismo de qué manera sería más conveniente terminar de quitarle la vida, ya que si realizaba un corte en el cuello, lo más probable es que se desangrara en apenas un par de minutos. Él quería algo más, y llegó a la conclusión de que necesitaba sentir cómo la vida se escapaba de su cuerpo a medida que lo apuñalaba, una y otra vez, sin parar hasta que él lo deseara así. Sin hesitar removió el vidrio del cuello del muchacho para posicionarlo en la zona del torso, y pudo sentir un entusiasmo nunca experimentado antes. Sentía un extraño fervor por enterrar aquel cristal en sus órganos, y ya no podía esperar ni un segundo más.

"Uno, dos, tres..." Contaba casi inaudible las veces que enterraba el cuchillo entre las costillas de su víctima, siendo inevitable que se le formara una amplia sonrisa en los labios que reflejaba la falta cordura en su mente. Observaba fascinado la manera en que la sangre tan espesa comenzaba a brotar de manera precipitada desde el interior del muchacho, tiñendo el suelo de carmesí junto con sus guantes, vestimenta y parte de su rostro, cosa que fuera de desagradarle lo incitaba aún más a continuar con el acto. Los intentos de grito de aquel chico ahogándose en su garganta y su inútil lucha por escapar lo divertían de sobremanera; la desesperación y el terror acumulados en su mirada lo hacían ver como una presa a punto de ser capturada por su depredador, y cuánta gracia le hacía ver cómo la historia había terminado por dar un giro tan grande. Su pecho se colmaba en cada respiro con más adrenalina y exaltación, pero sobre todo con ansias de vengarse de un tipo tan repugnante como el que por fin tenía paralizado y completamente bajo su poder. Cada facción de la víctima reflejaba una inmensa agonía, y un dolor casi tan grande como el que le había tocado vivir a él por la muerte de su mejor amigo. No, muerte no, asesinato. Después de todo, simplemente estaba adelantando el trabajo del karma... nada que no hubiera sigo pagado más tarde, ¿no? Sin remordimiento continuó clavando el cuchillo en el opuesto repetidas veces, incrustándolo cada vez más profundo en sus órganos, hasta que finalmente perdió la cuenta. Ya no le importó si los gritos eran escuchados por alguien más, porque se sentían como música para sus oídos y solamente quería escuchar más y más de esa melodía. Observaba con detenimiento el rostro de su víctima, y le fascinaba saber que estaba sufriendo casi tanto como lo hizo Hikari por culpa de ese mismo bastardo. Pero lo que más le maravillaba de este tipo de escenas era la distintiva transición en la mirada de cada una de sus víctimas. Ese pequeño pero hipnotizante cambio que separa la vida de la muerte en apenas un instante. Analizó con cautela los ojos del muchacho hasta que finalmente la vida abandonó su mirada, los gritos cesaron y aquel pasillo gradualmente se llenó de un profundo silencio, acompañado únicamente de su propia respiración agitada y el sonido de la sangre vertiéndose en todas partes. Momentos después decidió liberar al chico de sus manos y dejó caer su cuerpo fallecido al piso, arrojando luego el cristal cubierto de sangre a un lado. Admiró por última vez la obra de arte del que fue autor y nunca antes se sintió tan orgulloso de su trabajo. El ciclo se había cumplido, y finalmente había vengado la muerte de su mejor amigo. [ . . . ]
     
 
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