Notes

La mayoría del tiempo, las personas como tú y como yo, se dejan llevar por millones de chismes que van de aquí para allá, tal y como los trae y se los lleva el viento. Para muchos serán simples palabras, pero con ellas se tiene el poder de destruir o de hacer sonreír a alguien más. “Mis palabras me pertenecen y yo no tengo la culpa de lo que interpretes con ellas”. Esa es mi frase. Una de tantas que he utilizado para mejorar aquello que ya daba por perdido: Mi autoestima.
Me sentía devastada, como un alma vagante por las tinieblas de la soledad, mucho peor que el infierno, mucho peor que el purgatorio y a veces mucho mejor que el cielo. Me sentía perdida, buscaba quien me animara en aquellos tiempos donde mi corazón sanaba, donde las grietas apenas se cerraban y los recuerdos poco a poco desembocaban en un asqueroso mar de lágrimas, tan infinito como el cielo y tan crespo como mis miedos. Me sentía como aquél sobreviviente de guerra, que con su último aliento de vida, arrancaba a pasos pesados de todo aquello que lo aturdía. Estaba vacía. Todo aquello que creía espléndido se había esfumado frente a mis ojos, había desaparecido, y había fluido tal como lo hace el agua cristalina entre mis dedos. A veces me sentaba a pensar en qué hacía en este mundo si nada me hacía plenamente feliz. Estaba cansada de huir de todo aquello que me incomodaba y me encerraba en un caparazón que según yo, me mantenía en pie.
Creí tener una nueva oportunidad para mí, creí que podría volver a hablar de amor cuando aquellos ojos se posaron sobre los míos, aquél mar color miel tenía un sentido para mí, aquél latido se hacía más poderoso y los malos momentos caían como una cascada, convirtiéndose en una laguna de sueños nuevos, alegrando mis mañanas con una simple frase, aquella que él me dedicaba y aquella que yo le respondía, volviéndome plenamente feliz. Me había enamorado, señores, una nueva luz había llegado a mi vida, convirtiéndose en un todo, siendo así el comienzo de una nueva historia, tomando un nuevo papel para redactar lo que pensaba, como si aquél viejo pintor hubiese hallado a su musa. Así me sentía, cuando creía en una eternidad, era el comienzo de una nueva historia, de la cual apreciaba a simple vista, que no habría un final.