Notes

La fuerza se nos fue arrebatada de las manos, la prosperidad de la conciencia, la visera del encanto, el oxigeno de aquellos morros desmesurando el peor manifiesto de un carmesí corrompido por terceros. Escabullido entre folios lisos y corrugados, camuflado entre lo inerte de lo prospero, oculto entre aquellas entrañas repletas del sentimiento más descompuesto por aquel suelo corroído por lo años, la tinta que cicatriza sobre aquel papel es el mejor manifiesto de aquella hemorragia interna prevista de un desangrado prospero, incruste mis pupilas en aquellas agujas convalecientes, renegadas a un intervalo de desconsuelo pisoteado por la desolación que una partida en combate. Nunca fui engendrada con un discernimiento previo a lo subjetivo que solían escupir tus morros, menos aún del gélido de tus dedos, el ardor de tu pecho o inclusive aquella fragancia trayendo consigo lo peor de desahuciados en una despedida inexistente.
Deshidratación interna compuesta de aquella fatiga mimetizada a el cansancio proveniente de cada desvelo, de cada compañía fúnebre enclaustrada, el tiempo se hacia escaso y los lugares desbaratados por las instancias desvinculadas de lo incoherente, han sido ya dos años tal vez, quizás más, quizás menos, pero aún revivo aquella instancia a medía penumbra retorciendo un cigarrillo a medio consumir entre los dientes, un vaso de aquel licor que habías dejado sin acabar sobre la mesa y aquella sonora melancólica proveniente del compromiso remarcado en la perdida de tu ánima al traspasar una sencilla puerta. Analizando cada fragmento prescrito con una determinación exacta detonando en una fecha, era frágil, ya no estamos para tantos agravios, las batallas no eran capaces de complacer hasta nuestra ansia más removida de lo irreal, un anclaje despabilando nuestros sentidos más deprimentes y aquel lazo manteniendo con firmeza nuestro derrumbe.
Conseguiste desprevenidamente el rechazo de mi propia sangre, tragaste mi desolación a bocados, inclusive inhalaste todo rastro de orgullo. Cada decisión marginada en narcóticos mientras mantenías un humor cancerígeno, vomite cada parte de mi visera en aquel lecho sin desembocadura observando aquel necrótico color de despedidas en papel. Un clonazepan para contrarrestar nuestra partida, nuestro abandono a medio restaurar, una centralina para el cólera y una aspirina para el desasosiego de mi testa. Tu anorexia verbal provoco a mi autoestima adelgazar, manteniendo viva aquella herida fatal, pero la culpa tiene dientes y nos acabo devorando en la manera más voraz.
Hoy cierro mis palabras, anulo mis pensamiento y evado arrepentimientos, mi andar desprolijo sobre aquellas maderas añejas, traspasando cada habitación reencarnada en la memoria, el ambiente era lúgubre y ya no existía un calendario para desfigurar las instancias, menos para prevalecer intacto en constancia con el remordimiento, le prendí fuego a aquella crónica, congele aquel apego insuficiente y cerré la puerta de aquel requiem eludido.