Notes

Es muy difícil trabajar así, teniéndolo frente a mi todo el timpo, soñando despierta que me llama aparte y me roba un beso. Sueño con ser la otra, con un amor clandestino, un amor imposible, a escondidas, sin permiso. Sueño con que algún día él me mire, no me importa que se revuelque en su escritorio para pensar, que gesticule frente a su notebook, que cuente en voz alta mientras está sumando. Me encantan sus cuatro pelos locos levantados con gel, algunos plateados, otros no. Me encanta su barba incipiente, de falta de ganas de afeitarse. Y hasta me gustan sus puteadas reprimidas cuando sabe que lo escucho, y las no reprimidas cuando está muy concentrado, o harto de algo.
Me da celos "la Paula", como la llama Marigel, porque es flaquita y siempre está de punta en blanco, con su sonrisa semifalsa, semi-indulgente, sus ojos con mucho rimel y delineador. Me da celos Lucía, porque la llama cariñosamente "Lu" y hasta se puso a pensar que podía ser su hija...
Sin embargo, la que pasa más tiempo con él es Marigel, pero ella no me da celos, porque él no parece mirarla demasiado. Me encanta cómo se pasea con su notebook por la oficina, y hasta cuando se va a buscar café... en resumen, me encanta.
Yo sé que está mal, y no debería ni pensarlo, pero fantaseo con eso, y espero que no se me dé nunca, porque no sé cómo reaccionaría. No creo que sea capaz de dejar a mi media naranja, pero tal vez sí le sería infiel. Besaría a ese hombre con todas las ganas contenidas de años, con la excitación de lo prohibido, de lo desconocido. Espero que esta situación no se dé, pero supongo que seguiré soñando con situaciones locas donde él se me declara, me besa, me persigue y yo le digo que no, que no pero me muero de ganas, que no pero sí...
Es como volver a la adolescencia, con un amor secreto, no correspondido, que me hacía escribir afiebrada por horas y horas. Escribía poesía, ahora estoy escribiendo prosa, pero ahora entiendo más qué me pasa, qué espero, qué quiero, y qué no quiero. Y todos los días de trabajo me sentaré frente a él, suspirando por sus ojos desorbitados y sus poses extrañas de concentración, de meditación diría yo, y sus frases en francés y sus puteadas en inglés.
Y todos los días volveré a casa, a soñar con besos que nunca me dio, con frases dulces que me invento yo, para creer que él me ama. Y cada vez que me mire, aunque sea sólo para imaginarse en qué estoy trabajando, yo suspiro por dentro, y cuando se pasea notebook en mano, con ese paso decidido pero sin apuro, como diciendo: acá voy yo, ya llegaré, cuando mis pies se detengan, a paso lento pero firme, a mi propio ritmo, de abuelo de 40, estufa incluida. Tal es mi delirio, que aún escribiendo estas líneas, me lo imagino mirándome, con sus ojitos entrecerrados, como maliciosos, diciendo "ahora no estás haciendo nada, no?"