Notes

Tenías razón...
Tus palabras me han cogido completamente desprevenido.

No esperaba recibir un mensaje así ni en el mejor de mis sueños. Y, créeme, he fantaseado durante más de una noche con este momento.
Aún a estas horas, cuando el reloj marca las diez y media de la noche, sigo abrumado. Ni siquiera sé por dónde empezar, o cómo hacerlo.
Sinceramente... no lo sé.

Hace apenas 72 horas, tras hallar tu primer mensaje, me enfrasqué en una conversación con una buena amistad.
En dicha charla, hablé de nosotros, expresando mi pesimismo al respecto de la situación. No quería saber nada de ti. O, mejor dicho, no podía permitirme el lujo de pensar en algo que no fuese avanzar. Y así se lo hice saber: actualmente no había cabida para ti en mi vida. A pesar de extrañarte.
A pesar de querer ver tu nombre entre mis notificaciones de Kik.
A pesar de cualquier pensamiento contradictorio, no podía dejarte entrar: no podía hacerlo. Y no por una falta de sentimientos, si no por los que aún albergaba dentro de mí. Sentimientos que, tristemente, aún en ese momento eran tan volátiles como inestables.

Enojo.
Resentimiento.
Impotencia.
Incredulidad...
Tan sólo han sido algunas de las sensaciones que, desde hace unos meses, sobrevenían si me detenía a pensar en tu actitud. O en tu recuerdo.

Tras nuestra última conversación, me sentí engañado.
Sentí que la persona con la que había compartido mis días, no existía. ¿Dejé de conocerte? ¿O tal vez nunca llegué a hacerlo del todo?
No era capaz de entender cómo podías haberme recriminado la cercanía con una tercera persona cuando, precisamente, eras tú quien inundaba día tras día su perfil con mensajes hacia una figura ajena a nosotros.

Dejé de entenderte. Realmente, dejé de hacerlo.
Y fue así, de ese modo, como poco a poco pude irme deshaciendo del vacío que me habías dejado.

Sin embargo, la charla que anteriormente he mencionado, involuntariamente o no, me hizo volver la mirada hacia una herida que no quería ver. Sabía que estaba ahí, conmigo. Pero me negaba a profundizar en ella. Tal y como si se tratase de una caja, había introducido todos nuestros recuerdos en ella. Busqué el lugar más alejado de la casa, y cerré la puerta con llave. No quería tocarla. No quería abrirla.
Tan sólo quería olvidarme de la persona que me había hecho sentir, una vez más, perdido e inestable.

Dejar ir.
Perdonar.
Agradecer lo bueno vivido.
Estos eran algunos de los puntos o pautas del artículo digital que cayó en mis manos. En él hablaba de cómo superar una desilusión, o una decepción. Y, por primera vez en mucho tiempo, mi perspectiva cambió. Gracias a esa lectura, al día siguiente hablé con la persona que horas atrás me había escuchado negar la mayor al respecto de nosotros.

Hoy quiero agradecerte todo lo bueno que hiciste por mí.
Hoy quiero que sepas que, gracias a ti, me hallé a mí mismo.

Gracias por llamar a mi puerta, un seis de Abril.
Gracias por sonreírme en el muelle de Santa Mónica. Por acariciarme, sin siquiera ponerme la mano encima.
Gracias por presentarte en la entrada de mi casa, a primera hora de la mañana.
Gracias por prender la luz, cuando daba por sentado que viviría sumido en la oscuridad.
Gracias por hacerme sentir vivo.
Gracias por hacer mis días más coloridos.
Gracias por las canciones. Los vídeos. Las imágenes.
Gracias por los ''te echo de menos''.

Estás perdonada, Eleanor.
Me quedo con lo bueno y lo bonito que me has hecho vivir. Con los mensajes del primer seis juntos.
No te culpo por tener miedo. No te culpo por dudar.
No te culpo por pensar en otra persona, ni por sentirte unida a él.

Lo único que lamento, de todo cuanto nos ha unido, es la ausencia de comunicación y sinceridad.
Y sólo espero que, de todo lo vivido, aprendas a ''hacer daño'' con la verdad por delante.
Perderte, dolió. Créeme, lo hizo. Pero hubiera preferido hacerlo sabiendo qué ocurría, en lugar de marcharme arrastrado por un cúmulo de medias verdades o simples embustes.
Te lo dije en su momento, pero te lo repetiré una vez más: tu felicidad, estuviese o no a mi lado, era lo más importante para mí.

Te mereces ser feliz.
Te mereces ser amada.
Sirves: lo sé, lo he visto y lo he sentido.
Confía en las personas. Confía, aunque tengas miedo. Más vale arrepentirse de las decisiones tomadas, que de aquello que no sucedió por el miedo a fallar.

Estoy aquí.
Estaré aquí.