Notes

En segundo lugar, quería agradecerle también al destino por haberte puesto en mi camino. O a la mala suerte. O al exceso de alcohol. O a los sueños (in)cumplidos. O a las atracciones fatales. O a los vestidos demasiado apretados. O a las pasiones adolescentes que nunca se quemaron. O a las lluvias torrenciales que nos calaron hasta los huesos. A los paraguas compartidos. Gracias. Gracias por aquella cena que olía a humedad y a pescado crudo. Nunca la olvidaré. Gracias también a toda la gasolina que alimentó nuestro asfalto: Primero de aquel coche que todo negro lo veía. De aquél otro que se vistió de blanco esperando un compromiso que nunca llegó. Del grisáceo aluminio que predijo nuestro futuro compartido. Gris como la tarde que las promesas se entrecortaron frente a una guantera que recibió tres cambios de marcha mortales: “Hoy, mañana y pasado. Es lo único que tengo claro. Quiero estar contigo”. Palabras lanzadas al aire que catapultaste con excusas baratas al compás de tu cigarrillo. Gracias también por las excusas. Me las fumé con el alquitrán de tu veneno. Ahora soy menos ingenua y estoy más sana: Física y mentalmente.

Gracias al tiempo que perdí llenando todos tus relojes. Gracias.
Gracias a la piel erizada que provocabas con cada reaparición en mis mapas.

Gracias por todas las fortalezas que derribabas con cada “una última vez más”. Con cada piedra que sin esfuerzo apartabas. Con cada escollo que con dificultoso trabajo yo colocaba. Gracias por romper mis murallas y hacer pedazos éste corazón que se detenía cada vez que te marchabas. Gracias por cada:“Hasta la próxima, niña”. Ahora me he dado cuenta que no aspiro a ser la niña de nadie. Que no quiero ser la niña de nadie.

En tercer lugar, decirte que nunca llegué a creerte del todo. A quererte del todo. A desnudarte del todo. A besarte del todo. A correrme del todo. Decirte que nunca llegaste a enamorarme del todo. A conquistarme del todo. A machacarme del todo. A humillarme del todo. A matarme del todo.

Nunca fuiste capaz de convencerme del papel que te habías inventado. Nunca me creí del todo esa película absurda en la que se basaba tu vida. Por el contrario, siempre fui más de intuir, de cerrar los ojos y sentir, de mirar en el fondo de quienes ocultan verdades. Siempre fui más de desmontar fachadas. De abrir secretos cerrados con llave. De llegar y tratar de comprender, a ti, al que nunca llegué a comprender del todo. Como esas ecuaciones imposibles, ahora que te vas, me quedo con la duda de cómo se despeja esa x y dónde se colocaba ese paréntesis. Pero ya me da igual. Por si te interesa, tampoco me creí del todo que lo nuestro fuese un problema imposible de resolver.

Supongo que lo que más me gustaba de ti era esa seguridad que te caracterizaba. Desde siempre. Desde que la esencia del que eras se cruzó en mi camino y el fantasma de tu conquista me atormentó en lo más profundo de mi ser. Pero nuevamente te digo que nunca llegó a (im)ponerme del todo: Yo que te he visto caer, fallar, follar, llorar, sudar, dudar, apartar, escapar, humillar, insultar, disfrutar, respirar, fumar, reformar, suspirar, aspirar, vacilar, atormentar, inventar, caminar, perdonar, involucionar, revolucionar, lastimar. Yo que te he visto de todas las formas más humanas de fracasar, no lo compré del todo. El mismo que conseguía que mis rodillas temblasen y que me dejaba llorando en una cama por no saber enfrentarse a sus miedos, era el mismo que pedía ayuda en silencio. El mismo que mentía con palabras pero al que los ojos le hablaban. El mismo que me dijo tantas veces que no diciéndome que sí.

Ahora entiendo que de lo único que tenías miedo era de ti mismo. De mostrarme tus miserias. Tus miedos. Tus traumas. Todo ese conjunto de inseguridades que te han convertido en el tirano que eres. Miedo a sentir el rechazo que me ofrecías a mí, cuando yo me vestía de valor y tú de cobardía. El mismo miedo que hacía que se te entrecortase la voz cada vez que yo exigía un paso más. El mismo que te hacía volver y a mí intentar comprender.

Pero ahora lo veo claro, nunca te has sentido lo suficientemente seguro de nada como para enfrentarte a todas mis certezas, a toda mi valentía. No era yo la que se sentía pequeña contigo, eras tú el que no sabías que hacer con toda mi grandeza. Siendo yo la que siempre se sintió poca cosa para ti y, paradójicamente, eras tú el que nunca supo estar a la altura. A la altura de mi bondad, de mi integridad. A la altura de mi transparencia. A la altura de mi madurez.

Supongo que aspiras a una relación de mentira como esa vida que te has empeñado en venderle al mundo. Alguien que no pida mucho y que tampoco te dé en exceso. Alguien tan sencillo que no te veas en la obligación de deberle nada. Alguien que no rasque para no descubrir que bajo ese caparazón se oculta la triste verdad. Alguien que no trate de descubrir el fraude que puedes llegar a ser. Alguien que se quede en la superficie de las cosas en las que siempre te quedas tú.

Pero a modo de consuelo te diré que en ésta vida nada se encuentra por casualidad. Que todo nos deja y nos arranca algo y que cada historia, por muy dramática o dolorosa que sea, nos deja una lección que tarde o temprano acabaremos por entender. Por eso, lo único que espero es haber sido capaz de aportarte algo, por minúsculo que fuese, pero algo que haga que algún día me recuerdes por quien fui y no por lo que fui.

Para terminar, decirte que te deseo lo mejor allí hacia donde tus pies te lleven. Que seas tan feliz que no te quepan las sonrisas en la boca. Que te enseñe la vida a base de tropezarte con buenas personas. Que te den lecciones que ni todo el oro del mundo pueda enseñarte. Que te encuentres algún día con el niño que fuiste y no sea demasiado tarde para convertirte en el adulto que siempre quisiste ser. Que te arranquen a besos todas esas capas y aprendas a abrazar con las palabras y a decir te quiero sin temor a no ser correspondido. Que te borren de un plumazo los miedos y te conviertas en el héroe de la película. Que ser villano no te salga demasiado caro.

Por mi parte nada más que añadir. De fondo suena una canción que me pone bastante nostálgica y me advierte que éste capítulo, por fin se ha cerrado. No sé si volveremos a vernos. No sé dónde estaré en un par de meses ni quien ocupará mi cama. No sé si encontraré un trabajo que me guste ni si me tocará la lotería. No sé si algún día le hablarás a alguien de mí con cariño o si mi nombre jamás volverá a rozar tus labios. Tampoco sé si yo volveré a dedicarte algún minuto de mi vida, algún pensamiento vagabundo. Pero lo que sí sé, es que todo lo que empieza tiene un comienzo y un fin y creo que el nuestro ha llegado poniendo tierra de por medio.

Aun sabiendo que se me han quedado muchas cosas por decir en el tintero, creo que lo básico ya está escrito. Creo que ya soy capaz de decir sin que me tiemble la voz que ha sido un placer haber coincidido en esta vida.

Buena suerte, príncipe.