Notes

¡A DEFENDER LA PATRIA!

Capítulo 1

El andar de los soldados hacía retumbar el suelo y una gran polvareda se levantaba tras las harapientas tropas. Miles de hombres se dirigían al frente, andando bajo un sol abrasador. Un camino empedrado era el único guía que tenían, y nadie sabía qué había tras la frondosa línea de árboles que flanqueaba el camino.
En el horizonte se veían grandes montañas pobladas de verdes árboles. El cielo era azul y no se veía ni la más mínima nube.

De entre todos esos soldados, había uno del cual os hablaré. Su nombre era Astray, José Astray. Formaba parte de un enorme grupo de lanceros que andaba por el flanco izquierdo del camino. Tenía tan sólo veinte años y ya estaba vestido con una pesada pechera de hierro y unos pantalones de piel. En la cabeza llevaba un casco en forma cónica del que sobresalían unos pocos pelos tan negros como el lugar al que se dirigía.

Las lanzas de su regimiento relucían, levantadas todas apuntando al infinito, todas ellas con pequeños banderines con los colores de su patria: la mitad inferior de color blanco y la mitad superior de color naranja.
La monotonía del viaje lo hacía eterno. El paisaje era siempre el mismo: un largo camino y árboles por todos lados, exceptuando algunas pequeñas aldeas que iban encontrando a su paso, muchas de ellas totalmente destruidas.

La guerra estaba siendo horrible. Las hordas de las Cumbres de Fuego habían penetrado en el Gran Imperio, amenazando la seguridad de todos los reinos que allí coexistían; muchos habían caído y el territorio perdido era enorme. A estos reinos no les quedaba otra que luchar, ya que las inhóspitas tierras que quedaban al norte y al sur del continente eran inhabitables.

Así pues, el ejército del que formaba parte José, se dirigía al frente, para defender su tierra y a su gente.


Capítulo 2

La columna de hombres continuaba su penosa marcha y el ruido de las armaduras era constante. José estaba enfrascado en sus pensamientos; sabía de lo que eran capaces esos brutos soldados de las Cumbres y le empezó a entrar miedo a una inminente batalla. Seguía pensando cuando uno de los soldados que tenía cerca soltó un alarido y cayó al suelo.
Todos se giraron en torno al soldado herido. Entre la maleza se oyó un ruido que enseguida cesó. Un coronel se acercó al lugar del "accidente" acompañado de un par de médicos de campaña. El soldado, un lancero, tenía una flecha clavada en el pecho, con un papelito atado a ella. Los médicos se llevaron al herido a una carretilla y allí le hicieron el tratamiento.

Tras haberle sustraído la flecha, que estaba envenenada con heces de animal, el coronel cogió el papel y leyó un breve mensaje que había escrito: "Väjh dipmê Khîgt-Ral stìçkoh klehd".
Nadie sabía descifrar el mensaje, así que prosiguieron el viaje, y durante esos días y esas noches, José no hizo más que pensar en el constante peligro al que estaban todos expuestos. El soldado herido no volvió a su puesto y su cuerpo fue abandonado a un lado de la carretera, donde los lobos se darían un festín.

Según los exploradores del Imperio, aún les quedaban unas tres semanas hasta llegar a su destino: el frente.