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Capítulo uno.

— ¡Suéltenlo ya¡ ¡Por favor!— gritó mi madre con desesperación al ver como mi hermano era sujetado, un hombre lo llevaba de cada brazo, siendo forzado a caminar con ellos.

Miré la escena desde lo alto de las escaleras de incendio de mi edificio con vergüenza al ver como nuevamente mi familia se veía envuelta en otro revuelo. Los Crossford teníamos una reputación denigrante y que día a día parecía caer más y más en picada.

Mi madre llevaba un vestido manchado de lo que supongo que era harina al ver su cara empolvada y el moño al que tanto esmero le había dedicado en la mañana había quedado en el olvido siendo reemplazado por una explosión de rizos castaños cayendo a los lados para finalmente reposar en sus hombros. Según las fotos que vi de su época dorada y los vagos recuerdos que conservo de mi infancia solía ser una mujer atractiva, llena de clase y con rasgos que más bien parecían esculpidos. Desafortunadamente, tal belleza se había marchitado con las preocupaciones, los años que no parecen perdonar, el constante estrés de mi hermano y sus imprudencias para terminar con las secuelas del mayor enemigo de la humanidad: los recuerdos.

Suele ser una persona conformista, no se queja y tampoco recrimina. No obstante, las bolsas negras bajo sus ojos están cargadas de sus angustias pasadas y presentes, de sus fantasmas atormentando su ser y de heridas que se niegan a cicatrizar de una vez por todas para liberarla. Está atrapada por cadenas que sólo ella conoce e intenta ocultar bajo una sonrisa repetitiva con el paso de los años y entre por la ventana para ser abandonada por el clima frío de la calle para, en su lugar, ser arropada por el calor palpitante de mi habitación que se encontraba sumida en la oscuridad. La electricidad local tan sólo funcionaba por un período de siete de la mañana a nueve de la noche que era el toque de queda establecido por los representantes de los movimientos mayoristas los Simpíos y los Ozaínos. Los primeros en la región sur, encargados de la ganadería y la agricultura por lo que suplen a todo el país, mientras que los Ozaínos al estar al norte son los únicos con salida al mar siendo así los encargados de las exportaciones y por ende, la importación de petróleo sin la que estaríamos estancados. Ninguno de los dos ha podido llegar a un acuerdo sin poner en riesgo los beneficios que aportan al país, evitando así volver a la guerra como en épocas pasadas.

Ambos con supuestos pensamientos revolucionarios y con la excusa de querer llevar los escombros que quedan de nuestras tierras a una utopía cuando en realidad no son más que falsas promesas para saciar su sed de poder y hacer lo que les plazca.

Con cuidado y extendiendo mis brazos hacia delante para evitar chocar con algo, caminé con lentitud y a pasos desconfiados al pequeño escritorio de madera que se encontraba en un extremo de la habitación. Tanteando con las manos los gabinetes extraje una pequeña vela aromática y una caja de cerillas casi consumida por completo. Arrastré la silla hacia atrás con uno de mis pies y me senté con cuidado. Dejé la vela sobre el escritorio para cumplir con la misión de intentar encenderla sin terminar incendiando el piso.

Una vez la llama nació en la punta de la cerilla, dejé que contagiara con su brillo la pequeña vela antes de agitarla y tirarla en la papelera a mi lado. La luz tenue brotó iluminando escasamente el lugar pero suficiente como para poder seguir leyendo el libro que había comenzado hace unos días.

Avancé un par de hojas sin embargo me rendí dentro de poco gracias a la poca concentración que tenía en el momento y después de doblar un poco el borde de la hoja, decidí dejarlo para otro momento.

Con vagancia me encaminé y lancé en mi pequeña cama donde me quité las botas con mis propios pies antes de cerrar los ojos para conciliar el sueño, o al menos, intentarlo.

***

Con el cabello despeinado, un zapato no del todo bien puesto y una mochila abierta con un par de cuadernos al borde de caer y causar un desorden, llegué a la escuela al día siguiente. Era un jueves común y corriente; personas esparcidas por todas partes, algunos con demasiada felicidad como para ser saludable considerando que la semana aún no había terminado, otros con el mismo estado de ánimo que yo y una caja de cartón y otros hablando sobre algún rumor que se había extendido por la escuela sobre como el despacho del director Jemings se había incendiado de manera desconocida, tema que cambió inmediatamente al verme a uno aún más interesante: el porqué se había metido en problemas esta vez el hermano caliente de Lenox.

Con pesadez seguí mi camino, ignorando las miradas curiosas que me dirigían como si fuera alguna especie exótica y no una chica de cabello largo castaño y ojos azules un poco —demasiado— grandes para mí rostro, dandome aires de siempre estar sorprendida.

Llegué a mi casillero, sin embargo, no lo abrí. Me apoyé en el y me crucé de brazos mientras esperaba a que Kyra, mi compañera de aventuras desde quinto grado, apareciera con su interrogatorio rutinario.

Miré como mis zapatillas desgastadas abrazaban mis tobillos con recelo, como si en cualquier momento fueran a convertirse en un puñado de hilos sueltos, cosa que no dudaba por cuan antiguas eran.

— Suerte que ya dejaste de crecer hace bastante, ¿no lo crees?

En mi campo de visión aparecieron unas botas de terciopelo, delicadas y con un período de vida más largo que mi propio calzado. Quise reír por el contraste de mis viejas zapatillas —antiguamente negras, en la actualidad grises—, las botas y el piso blanco de la escuela.

Y me pregunté como se llamaría si la escena fuera una obra de arte.

— Y bien, ¿qué hizo Alekséi esta vez?

Puse la combinación en mi casillero y lo abrí. Este carecía de adornos además de dos imágenes, una en la que poso con Kyra sonriendo y yo sacando la lengua mientras que la otra, en contraste con la felicidad de la anterior, era oscura y representaba a la luna de un color amarillento, prácticamente dorado, dándole cierto aire de nostalgia.

— Lo habitual. Al parecer se le hace divertido molestar a los policías.

— Lo que tiene de atractivo, sin duda lo tiene de problemático.

— ¿Podrías no hablar de eso conmigo? Digo, considerando que estamos emparentados me causa cierto repudio.— Espeté con el mayor desagrado posible mientras cerraba mi casillero y me subía la mochila al hombro.

Cambié mis libros y caminamos hasta el salón de física, conversando sobre como había ido la cena con su padre y madrastra y lo descontenta que estaba por los regalos que le había dado Alíz, una mujer bastante joven en comparación a su padre quien era político simpío, encargado de las relaciones públicas por lo que estaba bastante bien economicamente. Claro, a mí me encantaría que me regalaran un vestido que costaba más que la mayoría e mis prendas juntas y mi madre no intentaba ganarse mi amor, exactamente.

Entramos y nos sentamos en nuestros lugares habituales junto a la ventana en el extremo sur e inmediatamente el maestro Wellstern entró por la puerta y empezó a explicar un tema aleatorio al que no le presté demasiada atención ya que al mirar por la ventana se observaba al director conversando con un policía, cosa que me interesó más por más entrometida que sonara.

Observé a mi alrededor como nadie prestaba demasiada atención a causa de que al estar en la recta final, a ley de dos meses y medio para salir de aquí y nada que nos enseñaran a esta altura valdría la pena considerando que lo que todos queríamos era por fin saborear un poco de libertad.

Algo captó mi atención, más bien, alguien. Un chico cabizbajo que no había visto jamás vestía completamente de negro y traía una insignia dorada que nunca había visto antes, entrecerré los ojos con curiosidad mientras de manera inconsciente giraba mi cuerpo hacía él, como si fuera un imán que acababa de activarse y yo nada mas que un imán obsoleto.

Su mirada se alzó y conectó con la mía. Sus ojos parecían gemas preciosas, esmeraldas con toques de ámbar, no sabía si había sido intencional pero arrebataron mi aliento como si siempre le hubiera pertenecido y era hora de reclamar lo suyo de una vez. Sonrió. No una sonrisa dulce ni mucho menos coqueta. Era cruda; agresiva. Como la de un león antes de casar su presa y arrancar la carne de sus huesos.

Las palabras estaban estancadas en mi garganta por alguna razón que desconocía, sin embargo a él pareció importarle poco la corriente eléctrica a nuestro alrededor que inundaba el ambiente ya que como si nada enganchó su mochila de su hombro, se puso de pie y salió del salón.

Sumida en mis pensamientos temí mirar a mi alrededor, asustada de que todo hubiera sido una mala treta de mi imaginación y sólo yo había visto al chico más hermoso sobre la faz de la tierra. Y me pregunté si Kyra había presenciado lo que había sentido aunque no fuera más que un intercambio de miradas.

La hora pasó en poco al igual que las siguientes, hasta la hora de receso.

— Mira quien está allá.— Insinuó con picardia la morena a mi lado, sonriendo. Rodé los ojos, sabiendo a que persona se refería y sin ganas de devolver el ataque con algún comentario sarcástico.

Todd se recostaba de la pared al final de la fila para entrar a la cafetería. Agaché la cabeza en un intento de que no me notase y que pudiera pasar por inadvertida y avancé de esa forma hasta casi llegar a las escaleras para subir a la siguiente planta, sin embargo, la suerte parecía correr en mi contra haciendo que a pocos pasos del primer escalón, este llegara a mi lado.

— Lenox, estuve buscándote a la hora de llegada.

— ¿Ah, sí? ¿qué necesitas?— pregunté con fingida cortesía.

— Quería preguntarte si irías al festival.— Metió una mano en uno de sus bolsillos y removió su cabello con la otra para apartarlo de sus ojos a consecuencia de que caía sobre sus ojos al estar falta de un corte. En un pasado me parecería una acción encantadora pero hora no era más que un gesto mas, quizás una manía.

— No estoy segura aún, a lo mejor me quede en casa.

— Realmente me encantaría verte allí. Te extraño, Len.

Mire a Kyra en busca de algo de apoyo pero esta se limitó a mirarnos a ambos antes de darse la vuelta y perderse entre la multitud.

La mejor amiga.

Suspiré con impotencia y redirigí mi mirada hacia mi ex novio, quien no parecía comprender el término "ex" y "terminamos".

— Mira, Todd. Tú y yo terminamos hace ya más de seis meses y yo sinceramente estoy mejor así. Creo que deberías intentar seguir adelante así como lo he hecho yo. Te deseo suerte.— Comenté mirándolo con algo de compasión mientras palmeaba su hombro.

Sin dejarlo contraatacar, seguí mi camino a la biblioteca subiendo las escaleras donde me senté en el primer asiento que encontré y saque el libro que había dejado la noche anterior, volviendo a comenzar desde el principio.

Las horas pasaron volando y cuando me fijé ya era hora de volver a casa e hice una mueca al pensar que me había perdido las dos últimas horas de clase sin embargo ya no podía hacer nada al respecto. Intenté encontrar a Kyra pero al haber tantas personas amontonadas decidí llamarla más tarde cuando estuviera en casa, además de que sabía que iba a insistir sobre ir al festival mañana en la noche, cosa de la que no tenía ganas.

El camino a casa me extrañó al ser mucho más silencioso que de costumbre y eché de menos a los niños corriendo y jugando, los puestos de comida anunciándose y las señoras hablando de cualquier tema remoto. Entendí por la cantidad de obreros y los cableados que se estaban instalando que se debía a que todo el mundo estaba demasiado ocupado preparándose para el festival, el mismo que me tenía abrumada cuando ni siquiera había empezado. El festival Ziónico para festejar la conclusión de la guerra en Kriftan y en la cual ambas regiones se unían en paz y realizaban actividades juntos. Es considerada la época favorita de algunos, obviamente yo no estoy incluida en ese grupo.

Para mi no es más que un riesgo al cual nos sometemos todos de que alguno de los lunáticos de alguna región cause un revuelo al haber tantas personas reunidas en un lugar gracias a que la mayoría de los ciudadanos suelen venir. Solía gustarme cuando era pequeña pero eso fue mucho antes de que me volviera aburrida según Kyra, yo más bien me definiría como sensata.

Subí las escaleras de incendio hasta el tercer piso conectando con mi habitación y entré por la ventana como era habitual desde me cansé de esperar a que mi madre atendiera la puerta casi media hora después de estar tocando y gritando. Podría tener mis propias llaves pero guardar bien las cosas no es lo mío y siempre termino perdiendo todo.

Dejé mi mochila en alguna parte de la habitación antes de cruzar el umbral e ir hasta la cocina donde mi madre se encontraba horneando pasteles, lo único en lo que podía concentrarse realmente y parecía gustarle. Muchos encontramos nuestro escape en cosas remotas, algunos leyendo, otros gastando sus energías en algún deporte, algunos eran más revoltosos en cuanto a sus pasatiempos y al final de la lista se encuentran los excéntricos y en esa categoría estaba mi madre. Hornear para ella era un arte, le iluminaba el rostro sacar bandejas coloridas y mientras mejor sabían más grande era su sonrisa. No es como si fuera algo tan prodigioso pero ¿quién soy yo para arrebatarle aquello que hace que sus ojos brillen de entusiasmo? Y por si fuera poco, tenían un sabor excepcional.

— Llegué.— Canturreé mientras entraba a la cocina y robaba un pastelillo de chocolate de la encimera.

— ¿Qué te he dicho de comerte lo de la tienda?

— Que soy completamente libre de hacerlo.— Sonreí con inocencia y con la boca llena. Seguramente tenía chocolate en los dientes por igual.

— Siempre y cuando que...— Insistió para que prosiguiera, suspiré y volví a morderlo antes de hablar.

— Siempre y cuando pague lo que consuma.

— ¿Ves? eres inteligente.— Limpió sus manos de su delantal y se lo quitó. Recogió un par de cajas que se encontraban en un lado.— Voy a llevar esto al puesto para mañana no tener que hornear tanto, tienes que tomar el segundo turno.

— No voy a ir, ¿no puede hacerlo Alekséi?

— Sabes que él está ocupado.

Me recosté de la pared, crucé mis brazos y mordí mi labio inferior para contener las palabras que había estado queriendo pronunciar desde hace años. Claro, ocupado escapando de la policía. Tomó su abrigo y salió de la casa después de acomodarse el moño despeinado de siempre y con las cajas en mano. Me dirigí al teléfono cableado y marqué a la residencia de mi amiga.

— Pensé que te vería al salir.— Comentó en cuanto contestó el teléfono sabiendo que era yo por el identificador de llamadas y también porque así como yo me sabía su número telefónico ella se sabía el mío. Escuché como mordía algo que parecía ser una manzana.— ¿De qué hablabas con Todd?

— ¿Después que me abandonaste? Nada interesante.— Respondí con odio aparente.— Hizo que tuviera aun menos ganas de ir al festival ese.

— Alto ahí, amiga. Claro que vas a ir, ¡tenemos que ir juntas!

— Kyra, te quiero pero tienes que dejar de obligarme a hacer lo que te plazca.

— Lo haré cuando empieces a hacerlo por ti misma.

Reí y negué con la cabeza más por impulso que por cualquier otra cosa consciente de que no podía verme. Odiaba lo terca que podía llegar a ser con las cosas que quería y eso me involucraba a mí, pero siendo sincera todo el mundo sabía que ese era uno de sus rasgos que la hacían resaltar. Kyra Lezkiav era de esas personas que nadie podía evitar ver, no porque fuera imposible sino porque nadie quería perderse ni un detalle de algo que se le ocurriese.

— Tienes que ir,— insistió—, aunque tenga que arrastrarte por esas escaleras y destruir tu cara en el proceso.

— Ya lo veremos. Tengo que colgar, hablamos luego.

— No te librarás de mí, te quiero.

Colgué y tras tomar dos pastelillos más volví a mi habitación ya que en realidad no tenía tanta hambre y me dispuse a hacer mi tarea sobre el escritorio, esta vez con la ventaja de que la electricidad seguía vigente aunque de un momento a otro mi mente corrió un al recuerdo de aquel chico que me había dejado embobada. Era sumamente extraño. Conociendo a las chicas de mi salón incluyendo a mi mejor amiga, si hubieran visto lo sucedido me hubieran hecho un cuestionario ni bien saliéramos del salón además de esparcir rumores por todas partes. Y por si fuera poco, pensándolo bien nunca lo había visto antes y es improbable por no decir imposible inscribirse con tan poco tiempo de clase restante en el año y el profesor ni siquiera reaccionó ante su forma tan abrupta de salir del lugar. Casi como si no lo hubiera visto... Como si hubiera sido una ilusión de mi cabeza.

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal pero descarté inmediatamente la idea. Unos minutos después se anunció en corte de electricidad así que me apresuré a tomar una ducha y ponerme la pijama y posteriormente, acostarme lista para dormir. No obstante, no pude.

Miré por impulso a la ventana y creí ver una silueta de pie junto a la ventana, en la escalera. Por impulso me cubrí completamente con la manta y le di la espalda a la misma, respirando agitadamente. Después de un rato concilié el sueño con la sensación de unos ojos sobre mí y el anhelo sin sentido de soñar con aquellos ojos desconcertantes.



     
 
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