Notes

La bocinita, argentina como la carne, el tango y el diego.

La bocinita se repite en cada semáforo, en cada calle, en cada puerta de la ciudad. Como una trompada que se le propina a todos los que están alrededor, el argentino va tocando la bocina, para hacerse escuchar. Porque en esta tierra de cowboys del choripán y el asado, parece que es imposible comunicarse de otra manera que no sea a los gritos, los empujones, el afano o el bocinazo.

La ira constante se derrama por la ciudad en forma de puteadas, cortes de manga y el siempre a mano bocinazo. Como una extensión del cuerpo, el argentino no dudaría en tener su segunda enmienda: el derecho a prepotear. Dejarse pasar por arriba es cosa de boludos, como los finlandeses o los canadienses. Acá somos vivos, por eso le tiramos nuestro ego encima a los demás. O será que le hacemos cuerpo -como en el fútbol- a la realidad, vamos, que el cuerpo no es falta. Pero es bien turro. Es el foul que no se cobra; si no es más que un bocinazo, para que se despierten los boludos, que llego tarde al trabajo!

Un bocinazo sirve para corregir a los dormidos, y de paso avisarle al resto: estoy acá, ojo, te estoy vigilando, portate bien o te clavo otro en el fondo del tímpano. Y no se te ocurra responder, que me bajo del auto y te cago a trompadas, o quizás te pegue un tiro, que estoy en todo mi derecho.

Algunos, los más vivos, se cartean el as de espadas, una pasada por Warnes, y ahí va, un bocina más fuerte, flamante, un chiflidito para mover a esas amas de casa que entorpecen el tránsito respetando el límite de velocidad. «Andá a lavar los platos!», podría ser también una nueva modalidad de bocinazo programado con frases enderezantes.

No falta el que piensa que los ciclistas son todos tarados y sordos. A esos que van tranquilos por la vida se les toca un bocinazo por las dudas, por si se les nublaron los sentidos o fueran incapaces de darse cuenta que la calle es exclusivamente para automovilistas, inclusive para los que estacionan en ambas manos o doble mano. Si total, la culpa de que no puedo pasar es del ciclista ese de mierda y la reputamadre que lo parió, ma' sí, va un bocinazo para vos también!

Podríamos pedirle a los argentinos que dejaran de abusar de la bocina. Podríamos enumerar algún que otro uso comprensible. Pero ya sabemos cómo son los argentinos: les pedimos que no pasen semáforos en rojo, que no estacionen en la línea amarilla o que no giren a la izquierda en avenidas. También les pedimos que tengan un límite en la velocidad y que no manejen alcoholizados. Es imposible ir contra el cowboy que lleva en la mano su segunda enmienda a medida de la idiosincracia local. Podríamos pedirles, pero mejor no les pidamos nada, no vaya a ser cosa que organicen un bocinazo en Plaza de Mayo para evitar este atropello a la razón. O quizás no sea mala idea. ¿Para qué querría un sordo tocar la bocina?