Notes

Sus mejillas sonrojadas y la pureza de su mirada te hacen replantearte, no por primera vez, toda la situación. Incluso tu vida. Ahí, ella, expuesta para ti, mirándote suplicante y a la expectativa, te recuerda a una niña. Débil, indefensa y dependiente. Tienes su expreso consentimiento para hacer lo que quieras con ella, pero su falta de experiencia te otorga la sensación de que, en realidad, estás abusando de ella. ¿Y eso te gusta? Joder, eres un maldito enfermo. Un jodido enfermo que roza la piel de la chica con sus dedos manchados de pecado, que disfruta con cada escalofrío que recorre su cuerpo y cada gemido que escapa de sus labios húmedos.
Sientes sus palabras morir en su garganta y no es por la bola de látex roja que aprieta entre sus dientes. Quien silencia a la chiquilla eres tú con tu mera presencia, con la palma de tu mano que pica por golpear su pálida piel y volverla rojiza bajo tu tacto. Y después vendrá su grito, la contención del deseo tras sus piernas apretadas y el olor a sexo impregnando el ambiente.
Tiras de la cuerda que ata su cuello y ella sin decisión alguna se levanta. Sus manos igualmente conectadas permanecen dolorosamente en alto, tras su espalda. Y no puedes evitar desear con fervor que el cansancio le haga mella y tiemble por la falta de aire. Tiene las piernas entreabiertas y tú tienes la libertad de acariciar cada centímetro de tu sexo como si realmente te perteneciera. Y joder, lo hace. Sabes que lo hace y que tú y solo tú seas el responsable de todo lo que aquí ocurra no deja que tu imaginación vuele libre sobre vosotros.
Cualquier otro desearía hundirse en ella y beber de su existencia como si el mañana jamás fuera a llegar, pero tú sabes que tienes el control del espacio y del tiempo ahora mismo y no temes demorarte. Porque aquella chiquilla que suplica por ti en silencio, por que calmes el ardor de su intimidad con brutal fuerza despiadada, no se va a ir a ningún lado. Y si fueras tú el que lo hiciera, ella te perseguiría hasta el fin del infierno.
Y sí, joder, eso te gusta. Eso te encanta y como recompensa tu mano acaricia su totalidad, tanto dentro como fuera. Te deleitas con sus gemidos que con un suave tirón acallas. Tú, tú y solo tú tienes el control de esta pequeña muñeca sin nombre ni lugar en el mundo, que existe por y para ti.