Notes

No obtuviste la respuesta que deseabas; sin embargo, tal vez, hayas servido el consuelo de no estar teñida de mentiras mis palabras. El significado de mi nombre es regalo.
Una sonrisa jugó en la comisura de mi boca al ver el atisbo de un recuerdo navideño brillar débilmente en tu pantalla mental.
«Pero claro, algunos regalos los abrimos rápido, incluso con los dientes. » te hablé mirando por encima de las gafas de sol, ligeramente bajadas por un demasiado breve momento, de modo a ofrecerte un guiño lento y burlón con matices de flirteo. Y por primera vez fuiste capaz de ver los ojos que se ocultaban, los reales. Eran estos como ningún otro, las pupilas yacían ausentes y tenían unas iris de color y patrón inconcebiblemente peculiares, también estaban circundada por un anillo negro grueso y perfectamente trazado.
El anillo era lo único que coincidía con tu imaginación. Fuera, en cierto modo, el color. Ellos eran, por así decirlo, verdes también. Pero, no únicamente verde y ni siempre verde. La íris de mis ojos presenta una combinación cambiante pulsante de tonos de colores y características que le recordaría a un amante de la astronomía observacional a los restos de la Nebulosa del Cangrejo [https://youtu.be/ZiGuh0yISao] referida un día como «estrella invitada» por astrónomos chinos.
Son un detalle demasiado íntimo para que salga a la luz a cualquier público mis ojos. Un detalle que, todavía, pudiste contemplar, aunque no lo suficiente como para descartar que fuera un subproducto de tu mente; luego las pupilas aparecieron y las iris tomaron el color verde anterior. El color de una vibrante foresta.
La capacidad de alteración de las características morfológicas que dispongo no se extiende a mis ojos. Razón por la cual hago uso de una tecnología inhibidora que me permite cambiar sus colores y patrones cuando conviene.
«Dime un nombre que sientas que me queda bien, y ese será mi nombre para ti, hoy.»
Me ofreciste una pequeña sonrisa y me permitiste admirar la sugerencia de un puchero pensativo. Si lo hubiera sabido antes, habría elegido un seudónimo, murmuró para sí misma. A continuación, me miraste con escrutinio de arriba abajo, para solo entonces empezar a brindarme nueva palabra. Sin embargo, las luces empezaron a parpadear, indicativo que el tiempo se estaba acabando. Sin embargo para tí todo se mostraba igual.
Nada de brecha aún. Se me escapó un reproche resignado y silencioso ante lo sucedido. La palabra se deslizó entre mis labios pero cualquier nivel de intensidad colérica se encontraba ausente. Fue algo así como una constatación desprovista de revuelta. Un detalle que suele hacer de mí un alvo desinteresante para la construcción de discusiones inflamadas, porque busco expresarme verbalmente sin levantar la voz, con una calma tan imperturbable que suele desarmar la bomba o hacerla explotar.
«Hoy tu nombre será...»
No fue esa vez que me llamaste por mi nombre o hemos encontrado una brecha a tiempo.
La reconstrucción onírica habría podido dar paso a mi apariencia original actual en el primer escenario y en el segundo, tendríamos más tiempo juntos fuera de la grieta, aparte de nuestras cartas. Tampoco, he logrado escuchar el nombre con el que me habías regalado, porque pronto fuiste arrebatada de mi presencia a un nuevo sueño.
La iluminación se fue desvaneciendo hasta que se apagó por completo como una luciérnaga.
Me permití sentir la huella onírica que dejaste atrás disiparse, y como un conserje cuya actuación se realiza solo cuando las cortinas están cerradas, las luces apagadas y el sitio vacío, me quedé solo en el vagón por un instante más.
No más que eso.


«Soñé que caminamos juntos a lo largo de la orilla. Hicimos charlas satisfactorias y nos reímos. Esta mañana encontré arena en mi zapato y una concha de mar en mi bolsillo. ¿Solo estaba soñando?»
— Maya Angelou.

Cuando mis ojos volvieron a abrirse me encontraba de regreso a contemplar el mismo cielo nocturno que tu persona contemplaba con una mirada soñadora un poco antes de quedarte dormida, mientras veía una película clásica. Me alejé de la ventana y volviendo mi cuerpo y mi atención hacia el tu cuerpo dormido, me acerqué al sofá. Toulouse estaba dormido en la alfombra, le permití sentir mi presencia e intuitivamente le envié el mensaje de que estaba orgulloso de que te cuidara tan bien.
Junto al sofá, mis dedos se cernían sobre su rostro, rozando el aire en una caricia lenta, cuya efecto podrás sentir cuando estés despierta.
Al instante siguiente, ya no estaba allí.