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«Cuando las suaves voces mueren, / su música aún vibra en la memoria; / cuando las dulces violetas enferman, / su fragancia se prolonga en los sentidos. / Las hojas del rosal, cuando la rosa muere, /se apilan para el lecho del amante; / y así en tus pensamientos, cuando te hayas ido, / el amor mismo dormirá.»
— Cuando las suaves voces mueren de Percy Bysshe Shelley.

Cuando el tren abandonó lentamente la plataforma de la estación de metro, una canción fluía por los oídos de Audrey mientras, con los ojos cerrados, tratabas ella de intentar capturar lo que sea del sueño que tuvo la noche anterior.
Lo recordaba ella como un buen sueño, porque se despertó con una sonrisa floreciendo en los labios incluso antes de que abriera los ojos. Estaba Audrey consciente de que había sido tan demasiado vívido el sueño que casi podía alcanzarlo con las manos, cerrar los dedos alrededor suyo y rescatarlo. Sin embargo, cuanto más despierta se quedaba, más lejos se sintió de su contenido, que ni un bendecido detalle ha logrado invocar cuando despierta. Era como si entre el recuerdo y ella hubiera una impenetrable niebla, adensando a cada minuto fuera de la dimensión onírica.
Si no lo recuerdas ahora, inténtalo más tarde, se aconsejó Audrey a sí misma mentalmente. Aquel día era una fecha especial para ella y Audrey se había comprometido a pasarlo estupendo de bien. Pasarlo obsesionada con un sueño no estaba en sus planes. Aunque parte suya lo estuviera haciendo justamente eso. Compra el cubo de palomitas, el cubo especial destinado a los cumpleañeros del día, que le proporciona el cine ambulante sostenible al cuidado de un anciano caballero francés, que estaba de vuelta en la ciudad para mostrar una nueva tanda de películas durante tres meses. Una cada semana. Películas que nadie sabía de qué se trataba hasta llegar al lugar donde estaría estacionada el camión del anciano. Un camión adaptado para ser un cine con energía solar. Un secretito de quienes recibieron la invitación y se sintieron como Charlie Bucket a punto de visitar la fábrica de chocolate. Así que Audrey desconocía que la película de la semana de su cumpleaños trataría de una película de dos mil seis; independiente franco-alemana-india dirigida por el director indio Pan Nalin, titulada La Vallée des fleurs. Pero ese cubo de palomitas vegana especial sería suyo, al igual que el cuerno de unicornio que estaba escondido dentro del cubo de palomitas, que contenía un mensaje especial que se moría por saber, desde que vio a un niño celebrar haberlo encontrado durante la película que había visto hace seis meses, cuando recibió la misteriosa invitación por primera vez mientras adentraba la estación del metro y un hombre ciego le había pedido que lo ayudara a bajar las escaleras, pero no que lo acompañara por la plataforma, y ​​él le sonreía con tanta ternura que tuve ella ganas de adoptarlo como parte de su família. Un tío querido.

La canción Mirrors de Justin Timberlake escuchada por Audrey se había integrado a una lista infinita de canciones favoritas desde la primera vez que supiera de su existencia; compartiendo el podio de su favoritismo con otras canciones, como Photograph de Ed Sheeran. Puede que Audrey no recuerde el contenido del sueño que tuvo, pero esa canción había amanecido en su mente escoltada por un fuerte deseo de escucharla fuera de todos aquellos pensamientos indómitos. Se sentía Audrey conectada con el sueño escuchando dicha canción, mismo que nada lograse reproducir de su contenido onírico.
Desde que se había despertado, se sentía Audrey separada del mundo y de modo simultáneo y profundo extrañamente conectada a este por un solo persistente pensamiento insurgente acompañado por un innominable sentimiento.
No se trataba de un sentimiento de naturaleza negativa, eso lo sabía Audrey, pero dicho sentimiento vestido en anonimidad eclipsaba todo alrededor de ella. Incluso una presencia, que estaba de pie, cerca la entrada, percibida sólo unos minutos después por la mujer, cuando en juego entró un supuesto fenómeno llamado scopaesthesia, conocido también como el efecto de mirada en la nuca. Curiosamente, la sensación no se parecía a Audrey alarmante, por el contrario, se sentía familiar como una sudadera vieja y cómoda, oliendo a suavizante de telas en un domingo lluvioso.
Lo único percatado por la persona de Audrey en lo que respecta al escenario en el que se veía inserta era el singular aroma a chocolate. ¿De dónde venía?. Estaba tan consciente de que la estaban observando cuanto estaba a respecto de aquel rico y absorbente aroma a chocolate que le hizo arrepentirse de no haber traído consigo un bombón casero siquiera de la caja artesanal que le habían regalado el día anterior junto a un buqué de flores y una tarjeta gigante hecha por todos los niños del orfanato donde se había voluntariado hace unos meses.
La canción que escuchaba Audrey se detuvo, de repente; misteriosamente, otra que no pertenecía a su playlist y que ni siquiera ella conocía, pasó a tocar.

«Strange / I barely know you, but yet I feel deeply connected to you / Crave / I never had you, but yet I feel so lonely without you / Beautiful stranger / Safe / I barely know you, but yet I feel secure when I’m with you / Strange / I don’t even know you, but yet I feel so strong and bold when I’m with you / My beautiful stranger.» — Beautiful Stranger de NELL.

[https://youtu.be/ML0-CFAoSJ8]
(Pon la canción a sonar)

Audrey tardó unos segundos antes de abrir los ojos, que parecieron cobrar vida propia, abriéndose al principio en contra de su voluntad, interrumpiendo la paz que la anterior canción había arrojado sobre su mente previamente inquieta. Fue en ese instante, cuando, enderezando la postura a una más agradable, la mirada de Audrey se posó en la persona cerca de la entrada. A pesar de parecer pertenecer biológicamente al género feminino, la intuición de Audrey estaba en solenne desacuerdo, otorgándole a la figura un pronombre masculino.
Él estaba en el ambiente, pero no parecía albergar en el revestimiento de su ser la ambición de integrarlo o dominarlo. Casi todo en negro, tenía la estatura alta y un lenguaje corporal casual, como si su estado de ánimo fuera inmune al entorno ya las personas insertas en éste. ¿Dónde había sentido tal presencia? ¿Por qué le llegaba a ella tan extraño, pero tan familiar al mismo tiempo?
Emanaba todo una autoconfianza blindada en relación con la opinión pública. Llevaba algo de desconcertante y atemporal en sus rasgos de Zoe Kravitz y Zubaida Tharwat. (Hice un dibujo de lo que sería esta combinación. Si quieres acceder a él, házmelo saber y te lo enviaré) Había a su alrededor un aura de no pertenencia, de naturaleza errante, como si fuera una especie de invitado donde quiera que fuese, nunca el anfitrión. Como si su presencia fuese tan efímera como un soplo — tan breve como un sueño —, de modo que siquiera se atrevió Audrey a pestañear, como si estuviera frente a un espejismo. Pensar en eso le envió a Audrey una pequeña descarga eléctrica a través de la columna. El cuerpo de la mujer pareció reaccionar a la naturaleza de aquello pensamiento, pero en ese momento no estaba ella segura de si el escalofrío que se sentía era si su cuerpo estaba de acuerdo o no con la línea de pensamiento, o en realidad reaccionaba a la presencia de aquella misteriosa persona.

Él estaba usando una camiseta conteniendo estampada la portada del álbum debut de la banda de rock británica Pink Floyd, The Piper at the Gate of Dawn. debajo de un blazer intencionadamente un poco más grande que su esbelto talle, confiriéndole un aire de despreocupación. La camiseta estaba ajustada dentro de un par de pantalón de sastre con cintura alta. Los pies llevaban un par de zapatillas blancas minimalistas, diseñado en la lateral de ambas, un dragón alado en carboncillo con acabamiento en acuarela, totalmente a muestras debido al cumplimiento de los pantalones, luciendo el tobillo, junto a calcetines invisibles. Eran las zapatillas el único detalle de otro color en su vestimenta casual. Incluso el bolso de apariencia de cuero envejecido que colgaba del costado del cuerpo cuya correa transversal descansaba sobre uno de los hombros era igualmente en negro.
En cuanto al rostro, estaba casi completamente desmaquillado, por lo que se pudo ver, excepto por un lápiz labial de textura aterciopelada en la boca, donde una joya plateada en forma de aro abrazaba el centro de su labio inferior. El color del lápiz labial emparejaba con unos cabellos de colores en verde esmeralda profundo que llegaban bajo los omóplatos de largo y se ondulaban hacia las puntas; arreglados en un medio moño en la parte superior de la cabeza. Los mechones de cabello sueltos fueran puestos detrás de una oreja revelando en el centro de esta, en la cresta más interna del cartílago justo encima del canal auditivo, un pequeño y fino aro de titanio; ya en el lóbulo, colgando de un aro pequeño más grueso hecho del mismo material que el primero, se veía en pequeña escala un símbolo chino 夢 (mèng) también de titanio y cuyo significado era sueño.
Él presentaba la mirada oculta al mundo por unas gafas de sol negras redondas y pequeñas con marco negro mientras inmersa entre las páginas de un libro de poesía sostenido en una mano mientras con la diestra la figura sostenía tranquilamente la barra de seguridad anclada al techo del tren. Su aspecto era de concentración. Ambas manos se veían cubiertas por guantes negro de medio dedo; los dedos se veían desnudo de anillos. ¿Por qué la ausencia de estos se sentía tan fuera de lugar para Audrey, como si esos dedos desconocidos tuvieran que llevarlos para encajar perfectamente?
Audrey se preguntó el motivo de las gafas de sol.
Tal vez porque su cerebro ha trabajado por un instante o dos imaginando el color y la forma de los ojos que ocultaban. Tal vez porque el día había amanecido nublado y de acuerdo con el pronóstico meteorológico — fortalecido por el ligero frizz en el cabello de uno y el dolor en las articulaciones de otro de sus compañeros de viaje que hablaban entre sí de presagios del cambio climático actuantes en el cuerpo humano —, continuaría haciéndoles compañía durante todo el día de forma intermitente; las nubes regordetas demasiado tercas para libertar la lluvia de sus entrañas.
¿Se cancelaría la sesión de cine por la ausencia del sol? La primera vez que fue la recibió un hermoso día digno de una fotografía para enviar como postal a un ser querido. Audrey había tomado una foto ese día, una instantánea, como recuerdo. Había escrito algo en el reverso de la fotografía, una línea de la película que había visto aquél día. Pero ella sabía, de alguna manera, sabía que la sesión estaría ahí para ella, como las palomitas y el cuerno de unicornio.
¿Por qué estoy dedicando más tiempo del que debería a esto? Se preguntó ella, hablaba de las gafas y no más de la sesión de cine, cuando ha percibido su súbito interés en alguien que siquiera le había hablado una sola vez o mirado hacía su dirección. La línea de pensamiento de Audrey fue interrumpida por un sonido de risa que se había escapado de unos labios pintados de verde.
¿Será eso telepatía? No debería haber vuelto a ver Crepúsculo en la otra noche. ¿Quién se ríe leyendo un libro de poesía?
Sintió Audrey las mejillas calentándose y volviéndose ligeramente rosadas ante la posibilidad de que su «torpeza», como ha nombrado, hubiese sido expuesta cuando la reserva a los íntimos; preferiblemente a los animales y plantas, porque suelen ser más empáticos y comprensivos.
Decidió entonces rescatar el libro acomodado en la oscuridad de la mochila, de dónde colgaba un pequeño llavero de peluche retratando uno de tus personajes favoritos; y escuchar una playlist apropiada para la lectura, reorientando así sus pensamientos.
En defensa de Audrey, ha llegado ella a abrir el libro, pero su mirada continuaba atraída en dirección opuesta a la página en la que estaba.
Hacia la enigmática figura en negro.
Estaba consciente de que apartar la mirada era lo correcto, esto si su deseo orbitaba alrededor de evitar emanar todo un aura inconveniente y ligeramente stalker. Ella no era del tipo que miraba fijamente a uno. Por el contrario, su mirada tiende a evitar desesperadamente el contacto con los ojos de ajenos, ya que no quiere ser el centro de atención de nadie. Sí, Audrey le mira a los ojos a otras personas mientras les habla, naturalmente, pero su mirada no sigue nutriendo el contacto con otros pares de ojos en contextos diferentes, excepto niños o animales. Audrey era buena en los concursos de muecas. Y en cuanto a los animales, su corazón se vuelve hacia ellos como sus ojos se vuelven, sin siquiera sentir.
Fue en medio de este dilema interior que una penetrante mirada emergió de las profundidades del mar de palabras para coincidir por un momento con la de Audrey, a través de las lentes oscuras, minutos antes de las puertas del tren se abrir para unas cuantas personas salir y otras tantas entrar, como hormigas en un hormiguero. Una lenta y cálida media sonrisa le fue regalada. Audrey ha podido divisar momentáneamente un tatuaje en el costado del cuello, detrás de la oreja, quedó en evidencia cuando la mirada oculta fue absorbida por la suya. Un apañador de sueños que llevaba colgando de un único círculo una llave de intrigante concepto.
     
 
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