Notes

-No entiendo. Te juro que no entiendo. Si éramos felices... ¿qué cambió? ¿Por qué ahora?
-No, perdoname. Nunca supiste si yo era feliz. Vos eras feliz, y con eso te alcanzaba. En tu mundo todo era perfecto si me tenias ahí, como un adorno. Fui tu mejor adorno. Pero de entender mis sentimientos, vos nada.
Eduardo trataba de argumentar, pero no entendía que los sentimientos no siempre se pueden comprender. Ana tenía demasiados sentimientos que él no llegaba siquiera a vislumbrar, pero el que más la embargaba era la culpa. Sentía que no había podido expresar lo que sentía por Eduardo, o mejor dicho, lo que ya no sentía. O lo que tal vez no había sentido nunca. Ni ella misma sabía, a esta altura de la historia en común.
Y ahí estaban los dos, sentados en los extremos opuestos de la mesa, con las lágrimas en los ojos nublando la vista y la razón. Tratando de poner en palabras lo que nunca se supieron decir. Tratando de expresar lo que en 20 años de convivencia no había sido posible expresar.
Y descubrieron, tarde y dolorosamente, que hay cosas que no se pueden decir, que no se pueden compartir. No es como tener un pedazo de pan o de galleta, y la partís en la mitad, un pedazo para cada uno. No es como prestarse los auriculares, o el auto, o compartir un programa en la tele. Los sentimientos iban más allá, y no siempre eran iguales para ambos. De hecho, esta vez eran muy distintos.