Notes

Compré mi impresora hace un tiempo ya, y hasta ahora convivíamos en armonía, hasta se podría decir que éramos felices juntos. Pero un día me dijo: "quiero más, negra". Bueno me parece que en realidad era sin la coma. La cuestión que no tenía más tinta negra en el tanque.
En vano traté de convencerla de que los colores eran más lindos, que por eso las flores elegían diferentes matices para mostrarse, desde celestes pastel a vívidos violetas, pasando por rojos, naranjas, azules... Pero no logré nada. Ella seguía insistiendo en que "de esa forma, no podía trabajar".
Recordando que cuando la compré, no la pude rellenar por completo y me sobró tinta, revolví los cajones en su búsqueda. Encontré el dichoso tarro, pero le quedaba muy poca tinta. Con ansias, y sin guantes, intenté rellenar el tanque con la tinta obtenida, pero mi impericia hizo que ensuciara todo lo que había a mi paso, empezando por mis manos, mis zapatos, mi buzo nuevo color beige... hasta el espejo del baño.
La maniobra no había logrado saciar la sed de mi amada, que continuaba reclamando tinta.
En la desesperación por imprimir, recorrí todo el barrio hasta obtener el insumo que necesitaba.
Cuando volví a casa, en el afán de cumplir mi objetivo, volqué casi todo el contenido del tarro en el tanque, sin darme cuenta que rebalsó. Sabía que así no funcionaría. Maldije todos los colores del arco iris, y me dispuse a extraer cuidadosamente con una jeringa el líquido sobrante.
Ya más serena, cerré todos los compartimentos y me dispuse a probar la impresora. La muy maldita se seguía negando a imprimir, mientras me miraba con un ojo rojo al que no estaba acostumbrada.
-Hiciste todo mal -me dijo.
-¿y cómo hago? -le pregunté, mientras mis niveles de desesperación volvían a tocar las nubes
Pero ella se quedó callada, gozando con mi sufrimiento.
La única alternativa que me quedaba era buscar el manual de usuario, pero para una ingeniera en informática eso era como reconocer que no sabía nada de computadoras. Daba igual, nadie se enteraría de lo que estaba haciendo.
Encontrar la caja original entre todas las cajas que conservo fue una tarea complicada, pero cuando la hallé fue más decepcionante, ya que el manual no estaba allí.
¿Vivís en la era de internet? ¿y todavía no lo googleaste? me dije a mí misma. Abrí el navegador, pasé por facebook a publicar mis penas, y me dispuse a buscar el manual de usuario de la impresora, lo cual obviamente fue muy fácil. Lástima que lo que uno necesita siempre está al final, cuando uno comienza por el principio del libro, o exactamente a la inversa. Digamos que no reparé en un detalle: los libros suelen traer índice, para encontrar lo importante más fácilmente.
Mi decepción fue mayúscula cuando leí las instrucciones para el relleno del tanque. Era exactamente el procedimiento que yo había utilizado. Sin embargo, mi impresora continuaba en su postura, mirándome con sorna.
Esto ya era el colmo.
Así que decidí leer pacientemente todas las instrucciones del manual respecto al uso de la impresora y el significado de las luces. Fue en ese momento que descubrí una pequeña palanquita gris para el traslado de la impresora, que impedía su uso. Con sólo moverla se produjo la magia. Se apagó la luz roja que indicaba error, y eso fue la señal ansiada de que todo estaba listo para empezar la tarea.