Hace unos días conversé con mi hipotético Dios, tenía una duda de escasa transcendencia pero que me inquietaba. Tan solo quería saber acerca de la existencia de los ángeles de la guarda. Le hablé en silencio y respeto, con los ojos entornados, tratando de visualizar su imagen más prometedora, olvidando lo que me parecía obvio de su manera de ser y tan solo, ajeno a lo evidente, hacerle algunas preguntas a ese Dios, más tuyo que mío, que mucha gente se empecina por necesidad en que sabe escuchar. "¿Los ángeles de la guarda existen?." No dijo nada, por tanto supuse que quien calla otorga. "¿Cada uno de ellos se ocupa de uno de nosotros?.", silencio condescendiente. "¿Es posible que para poder ayudarnos en lo preciso vivan en el alma de cercanas personas queridas? ¿Y puede ser que el supuesto cuidado de ellos venga a través de la sensibilidad de esas personas?.". Me pareció por un instante ver un ligero movimiento de aceptación en el rostro difuso que mi imaginación había trazado. Esa figura indefinida fue hilvanando una mínima sonrisa de tolerancia y en ese momento de cercanía con un Dios deseadamente protector, entendí que sí, que cada uno de nosotros tenemos un ángel de la guarda, aquí en la tierra. Antes de que mi mente dejara de bosquejar su imagen se me ocurrieron un par de preguntas más, ¿Qué pasa cuando tu ángel de la guarda terrenal está pasando por un mal momento y necesita ayuda?, ¿Tiene también un ángel que le protege?. ¿Y en ese supuesto, y ya rozando el surrealismo, puede el ángel que todos llevamos dentro proteger a su propio ángel de la guarda?. Dios me miró con atención por primera vez, su leve sonrisa se convirtió en seriedad absoluta, sus ojos azules, transparentes y en ese instante bondadosos, se cerraron despacio, con sosiego, con la paz que uno espera que Él sea capaz de transmitir. Observé un tenue movimiento de su cabeza, como asintiendo, y despareció de mi mente. Esa arquitectura incorpórea, efímera e interesada de Dios que mi instinto de protección me ayudo a crear, me pareció algo interesante, algo impregnado incluso de cierta trascendencia. Tener conversaciones con tu Dios interno y sacar conclusiones de ellas, me llevó a aceptar la existencia de un Ser Supremo íntimo formado por nuestro propio carácter y la manera más o menos sensible de tratar a nuestros semejantes. Mi conclusión fue que su mensaje decía que seamos capaces de luchar por nuestros ideales, de saber reconocer quién es nuestro ángel de la guarda y determinar como algo trascendente la posibilidad de que en algún momento la serena alegría de ese ser angelical pueda sufrir algún percance y nuestro ansiado compromiso sea acudir en su ayuda, intentar devolverle todo lo que ha hecho por nosotros. Y se me hace evidente que mi ángel de la guarda, se llama como tú, Eau, habita en un cuerpo ahora algo maltrecho, pero siempre perfecto y está pasando por uno de esos intervalos de lucha diaria contra todo y contra todos, con la idea de que no conseguirá nada y que hacia ningún lugar se dirige. Y por suerte o desgracia, para ambos, yo ya he pasado por ese camino lleno de dificultades, lleno de pensamientos turbios, lleno de ganas de cerrarse en uno mismo, de sentirse incomprendido, de exacerbar el dolor hasta límites intolerables, y en mi caso de desear acabar con todo. Por tanto ahora, después de que tú, mi ángel de la guarda, llegará hasta más allá de su energía para cuidarme, para convencerme de que la paciencia es el mejor remedio, para darme con tus delicadas palabras, a veces llenas de enfado, la esperanza necesaria tan solo para permanecer en la lucha y conseguirlo, yo debo hacer todo lo posible e incluso lo imposible para revertir ese dolor que ahora te acompaña. No el físico que ese cometido se me hace bastante inaccesible, y solo puedo pretender mejorarlo a través de mis palabras voluntariosas pero poco científicas. Pero sí en cambio debería saber confortar tu espíritu, encontrar el modo de que mi voluntad por ayudar te sea cuanto menos de utilidad y no un obstáculo más. Me gustaría que mi ángel de la guarda confiara en mí, me contara como va su vida, y a través de esa cercanía ser capaz de transmitirle mi manera de ver las cosas, hacerle entender que nada es eterno, que, aún escondido en su caparazón para no recibir más intolerancia de seres de su entorno, que no saben ni pueden comprender por dónde camina ahora mismo, por donde la lleva su enfermedad, solo por ignorancia, por desinterés o simplemente por maldad. Me encantaría que yo fuera capaz de iluminarle un poco esa senda llena de sacrificios, llena de desilusión, llena de desánimo y ganas de abandonar. Cuidar a quién me ha cuidado, guarecerla, querer, seguir queriendo, a quien me ha querido, acariciar su vida con mi deseo infinito de verle bien, de volver a saber cómo esbozar una sonrisa en sus labios de corinto, ser capaz de ver en sus ojos el reflejo de la luz que le espera al final de este túnel inmerecido pero seguro que tan solo temporal.