Notes

Imagino que en esta semana dedicada al gran arte de la camorra que está desfilando por El Color del Cine, alguno se encontrará un pelín saturado de tanto Scorsese, de tanto Pacino y de–por qué no decirlo–tanta lentitud. ¡Ojo! Que yo soy el primero que coloca obras como El Padrino, Uno de los nuestros o Érase una vez en América en lo más alto del listón; sin embargo, si hay algo de lo que no debe presumir el género de la mafia en carne y hueso, es de guiarse por un ritmo acelerado. Y no es ni mucho menos un defecto, ya que las tramas necesitan una calma y una serenidad que, más por suerte que por desgracia, en occidente se cotizan baratas–superando muchas cintas las tres horas de metraje–. Entonces, ¿qué hay que añadir para que no nos sintamos continuamente detrás de la liebre? Pues la fórmula es simple: un chorro de alquimia, una pizca de intermitencia temporal y toneladas de sangre. Así que, para ese público que buscamos celeridad en la pantalla y que no queremos renunciar al encanto de las balas, de los trajes y de la desconfianza humana, os traigo en el día de hoy una serie que cumple todos estos requisitos, además de unirse a unas escenas absolutamente hilarantes, a unos personajes impecables y a una música de sobresaliente. Con todos ustedes, Baccano!
—