Notes

Querida Maeve,

Las pequeñas manos suyas—¿cómo puedo expresar textualmente lo obsesionado que me quedo con ellas la primera vez que reposo mi mirada encima?
Permítame intentarlo.
Cuando mis dedos vinieron a sostener la pequeña y delicada mano suya por un momento cautiva del toque de la mía—el contraste titánico se quedó manifiesto. Mis labios vinieron a depositar sobre el dorso un respetuoso beso. Mis labios no deberían tocar la piel, sino a flotar sobre ella como una polilla bailando alrededor de una fuente de luz. Usted es mi luz etérea, Mae—soy su polilla.

Las he estado dibujando sin siquiera pensar en hacerlo: a ellas, tus ojos, la sonrisa en tus labios. Eres la compañera de mi «criatura» y eventualmente dibujaré su retrato.

Sempiternamente suyo,

Balthazar.

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En el año en que se publicó por primera vez el libro «Modern Prometheus» escrito por la joven londrina Mary Shelley, nuestros caminos volvieron a entrelazarse en el plano físico terrestre.

En Birmingham victoriana.

Te llamabas Maeve Freya Corbyn y te encontrabas con dieciocho años cuando nuestros caminos se volvieron uno durante un Baile de Máscara promovido por una familia amiga de la suya y que coincidió con sucederse una semana posterior a tu cumpleaños en aquella vida terrenal. La caja de música, confeccionada anteriormente al evento—la misma caja de música que tienes expuesta sobre un mueble en tu actual dormitorio en un lugar de destaque, donde descubriste el anillo de turmalina negra que llevas en tu dedo—le fue regalada a Maeve por un pretendiente que se estaba encariñado por ella había ya un par de años. Precisamente, desde que él tenía trece años y ella doce. Humphrey Elliot Jenkins era el nombre de este. Humphie, como solía llamarle la hermana gemela y Maeve, era el hermano de una de las más estimadas amistades presentes en el círculo social selecto de ésta: Hester Eden Jenkins, su mejor amiga, que en esta vida actual se llama Cher.
Le puse la caja de música en el camino de aquel torpe y tímido joven, porque tenía buena índole y el afecto que nutría por tu persona, o mejor dicho, por Maeve, era genuino y recíproco. Le caía bien a Mae su querido Humphie—pero mi llegada hizo que ella tuviese un repentino y peculiar cambio de corazón con respecto a los primaveriles latidos profesados a su amigo de infancia.

[...]

Balthazar—me llamaste a través de los labios de Maeve. Posteriormente, pasaste a referirse a mí por un diminutivo: «Baz», cuando mi presencia onírica pasó a ser conjurada por tí, que no lograba sacar de la cabeza el momento que compartimos en el Baile de Máscara. Mi atuendo todo negro, la máscara dorada centrada en el Sol mientras la tuya estaba a juego con la de Humphrey. Pero, quizás tu persona todavía no ha recordado esa vida aún.


En mi corazón no había una única semilla de tan pérfida intención de turbar tu amor primaveral. De hacerte sentir culpable por vivir una doble vida. Estábamos cumpliendo nuestro ritual. Todos los años te vengo a visitar en tu cumpleaños, en el plano físico, sin embargo, no he podido verte en el de aquella vida, catorce de febrero, porque fui «convocado». Así que, mientras Ethan Jacob Corbyn y su esposa Annabelle Marie Corbyn honraban a la más pequeña de sus tres hijos con una adorable cena de cumpleaños, yo estaba en Sevilla.
No es nada inusual una convocación en momentos inconvenientes de nuestra historia. Hubo ocasiones que me he quedado meses sin verte en esta vida y en otras ni siquiera en el plano onírico nos encontrábamos. Así que, una semana apartados el uno del otro en el plano físico fue una dádiva en comparación. Una dádiva escoltada por un lamentable infortunio: el noviazgo de Maeve con Humphrey.

Durante el día pasaba Maeve tardes idílicas en la compañía del esposo terrenal, Humphie. Sus noches eran reservadas a conocer el mundo al lado de su amante onírico, Baz, que era consciente de su temor de venir a no lograr conocerlo como ha deseado hacerlo desde la infancia.