Notes

No sé exactamente qué valor puede tener para algunas sociedades que los ciudadanos reflexionen sobre algunas conductas específicas, pero no he podido evitar hacerlo.
Esta tarde he tenido que ver a un insensato atropellar a un perrito, comportarse con absoluta indiferencia y fugarse. El estado del animal era tan morboso que describirlo no sería adecuado; en términos escuetos, el sufrimiento se había convertido, a partir de ese trágico momento, en toda su existencia.
Mientras intentaba rescatarlo, me encontré con alguien totalmente desconocido, pero con una voluntad maravillosa y una empatía excepcional por ayudarlo. En algunos momentos como esos, es bueno saber que la bondad pervive en algunas personas y que, sin importar cuán extraños podemos ser unos a otros, ver actos de nobleza reivindica la fe.
Aunque salvar al can fue imposible más allá de todo esfuerzo y prontitud, creo que si los seres humanos somos capaces de provocar un daño directo a un ser vivo e inducirle un sufrimiento irracional, también deberíamos ser capaces de asumir, directamente, las responsabilidades de nuestras acciones. Personalmente, considero una muestra de cobardía comportar indiferencia y apatía ante el sufrimiento innecesario de cualquier ser vivo, y me parece una abyección al extremo del asco y del repudio cerrar nuestra conciencia ante el dolor que causamos.
Es triste presenciar como en nuestras sociedades de “consumo y humo”, de “rutina y ruina”, el hombre no sólo ha sido capaz de demostrar su inhumanidad para con sus iguales, pero también para con seres absolutamente indefensos.
Hay actos que no necesitan recompensas para tener sentido, porque tienen valor por sí mismos. Aunque la persona que atropelló al perrito no hubiese podido hacer más que nadie que lo hubiese intentado, era su responsabilidad velar por él, porque rescatar a un ser que sufre no es un acto de heroísmo, sino un acto mínimo de humanidad.
El civismo y la ética no son abstracciones ajenas a nosotros; empiezan por cultivar la empatía y la sensibilidad para superar las indiferencias crueles y degradantes de nuestro tiempo. Las buenas sociedades no se logran tolerando la maldad de las personas, porque “quien es cruel con los animales, no puede ser buena persona”.
Sé que quien cometió esta injusticia jamás leerá mis palabras de protesta y, como escribí antes, no sé qué valor pueda tener esta reflexión, pero si no la hiciera, mi pensamiento no sería muy diferente a aquel que critico y condeno.