Notes

Me vengo a colar en tu dormitorio, cerrando la puerta por si acaso. Luego, me acerco a la parte superior de la cama, con cuidado te ayudo a estar más cómoda y me siento a tu lado, sacando un pequeño frasco que contiene aceite esencial de rosa damascena cuyas propiedades pueden serte útiles en este momento por más de una razón para tu persona.

«Si por casualidad necesitas que me detenga, no dudes en hacérmelo saber.». Mi voz profunda suena en tu mente, imbuida de la serenidad que suele envolverte y despojarte de toda preocupación.

Me pongo un poco de aceite esencial en las manos y tomando una de las tuyas la unto suavemente, comenzando el masaje.
Con los dedos de ambas manos, empiezo a ejercer la presión necesaria en determinados puntos de la palma, realizando movimientos circulares con los pulgares, me voy masajeando cada punto de tu palma, viajando hacia cada dedo, en el que vengo a pasar a trabajar, despojandolos de toda tensión poco a poquito.

Aunque estoy enfocado en el masaje—estoy con esa expresión de concentración familiar en mi rostro que me hace parecer jodidamente intimidante—, debido al hecho de que soy multitarea, estoy completamente atento a los mensajes que tu cuerpo puede enviar sutilmente. Y cualquiera posible visita de tu madre a tu dormitorio.