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Universidad de Chile
PERSPECTIVAS PARA EL ESTUDIO DE LOS GÉNEROS LITERARIOS EN EL FIN DE SIGLO
Por Pampa O. Arán de Meriles,
U. Nacional de Córdoba, Argentina.
El género ha constituido a lo largo del siglo una categoría discutida en los estudios literarios porque es un punto de vista desde el cual atravesar la complejidad del texto, es un modo de ponerlo a trabajar en diferentes emplazamientos. La mutación y la permanencia, en valores desiguales a veces difíciles de determinar, el origen y la evolución, las clases y las denominaciones, el modo de configuración y de funcionamiento son algunos de los problemas que se anudan en torno de esta noción. Lo histórico, lo social y lo lingüístico atañen a toda consideración sobre sistemas de géneros, en la medida en que siempre es una marca de estos campos de fuerza, a la hora de pensar la literatura como producción cultural. Más que del género literario convendría hablar en estos días de la actividad de los géneros en la literatura y es sobre ese problema que intentaremos esbozar algunas consideraciones.
Desacreditado en el periodo romántico, que lo consideró un obstáculo para la libertad creadora, no pudo en nuestro siglo, sacudirse del todo la mala fama de las preceptivas. Salvo el desarrollo que adquiere en las perspectivas sociológicas y también por ellas, fue trasladado hacia el estudio de la literatura de masas. Allí los géneros, verdaderas "máquinas de narrar" en la sagaz observación de Piglia (1995:30), tienen un modo de funcionamiento colectivo, con un repertorio más o menos definido, que les asegura largos ciclos de permanencia y de latencia histórica. Los medios audiovisuales, con el gesto de exceso y de invasión que los caracteriza completaron la erosión del valor del género y lo convirtieron en la apariencia de un lenguaje solamente apto para alimentar el plagio, la imitación y la serie del género espectacularizado, conmutando la temporalidad en espacialidad. La noción de género, así entendida, resulta un instrumento que favorece el moldeado homogéneo de conciencias y saberes sociales, favorecedor de las políticas que buscan el control de las diferencias. Ello convierte al género en signo de una cultura gramaticalizada, como diría Lotman, poco apto para albergar el cambio y la tensión hacia el cambio.
Y si por un lado tenemos la asimilación excesiva del género a las nuevas normas de control social, por el otro hallamos la exasperación del borramiento de fronteras genéricas, los pastiches y las hibridaciones, la negación del género en gran parte de las prácticas contemporáneas de escritura, o experimentando migraciones no espontáneas, que convierte en "narratividades" otros discursos, históricos, filosóficos, antropológicos, volviendo quizás a las matrices primarias, antes de su autonomización y en cierto modo su confinamiento y su clausura en el sistema literario. La noción de género literario, entonces, parece investirse de sanciones negativas que la tornan anacrónica con respecto a las agendas actuales de discusión teórica.
Creo, sin embargo, que hay buenas razones que estimulen al replanteo crítico de esta cuestión, recuperándola para reformularla en un nuevo escenario discursivo y desustancializando el concepto para recogerlo en el de una identidad histórica contingente a la manera de Bajtín.
A lo largo del siglo XX, la intención de fundar los estudios literarios como disciplina llevó la discusión sobre los géneros a ciertas oposiciones que se vieron como inevitables y, en ciertos casos, irreductibles: naturaleza/cultura, legalidad/historicidad, tradición/uso individual, función social o estética. Revisándolas, vemos que la potencialidad del género como mediación deviene precisamente de las "intersecciones" en las que se ha instalado su problematicidad teórica. Es en estas intersecciones donde creemos que la reposición de la actividad de los géneros en la literatura se torna críticamente eficaz. Ya se comprenderá que estoy despejando diferentes acepciones del término crítica para quedarme en este caso con la de interpretación de procesos de significación que intervienen en esas prácticas sociales compartidas, que refieren acontecimientos del orden de lo posible, forjadas sobre los usos de la lengua, que denominamos literatura.
Tradicionalmente la noción de género se aplicó a la literatura y muy tardíamente a otros discursos. La mirada clasificatoria de Aristóteles sobre todo lo que existe en la realidad -animales o tragedias- permitió el traslado de una noción biológica a las obras de imitación por el lenguaje. "La biología fue la metáfora básica del pensamiento aristotélico" y ya entonces fue combatida por los sofistas (Rollin, B.,1988). Sin embargo, sobrevivió como inscripción etimológica (genus-generis=especie y del griego geneá=nacimiento) en multiplicidad de acepciones. Aún hoy, la noción de género también arrastra una metáfora naturalista, empleando "naturaleza" en el sentido en que hablamos de lenguas naturales, al poner en juego todo aquello que un grupo hablante engendra, produce, reproduce, es decir "genera" como trabajo sobre el discurso verbal, sea la noción de "matriz" de mundo posible en Eco, la "memoria" en Bajtin, o, en otra dirección, la "invaginación" derridiana del género, estarían señalando en la elección de los términos biológicos, ese concepto fecundativo que religa obra y género en la intersección de naturaleza y cultura. En forma larvada, la existencia del género siempre transcurre en esta intersección, porque es un acontecimiento que está atrapado en las redes del lenguaje hacia el que se vuelve en ademán metalingüístico. Cuando se interroga sobre el "origen" del género, aunque sea el origen de clase, se da cuenta de esta travesía. Incluso los conjuntos de palabras derivados del mismo núcleo semántico etimológico que alimenta a 'género' indican algo condicionado a ser de cierta manera, a ser reproducido o engendrado como principio dinámico que alimenta una serie o una sucesión, marcas de evolución o de permanencia y ha sido desplazado casi sin extrañeza al campo de otros fenómenos como los géneros de los sustantivos, las generaciones de escritores, las genealogías, las génesis de los textos. Physis y nomos a través del lenguaje, se conjugan en estas apropiaciones.
En momentos en que, como señala Regine Robin, "la eclosión del objeto literario es tal que su sectorización ha pulverizado todos los etnocentrismos de la legitimidad" (1993:53), la proliferación, mestizaje e invenciones genéricas son modos de resistencia que revisten características particulares según la zona de emergencia de discursos en que se los considere. Por ejemplo ¿es un género la narrativa escrita por mujeres o qué es? ¿cómo se legitima una identidad sexual cuando se la traduce como una legalidad genérica? El sexo historizado y discursivizado, ¿por qué necesita de la estrategia del género?
El género actúa también como condensador de temas, procedimientos y situaciones enunciativas, reconocibles en cierto nivel de generalidad y de economía comunicativa, que las poéticas han intentado una y otra vez organizar de manera ideal. Se abre aquí una intersección distinta, entre la jurídica, la ley del género, (o de los géneros en cualquiera de sus variedades históricas) expresada como propiedades o regularidades de su organización temática y discursiva y las manifestaciones concretas que interactúan siempre con esa legalidad. Lo que se abstrae como "identidad" genérica, lejos de ser una "entidad" (aunque haya habido miradas ontologizantes), es un conjunto de opciones semántico formales que se aglutinan albergando al signo genérico, producido como un interpretante, una terceridad, la tensión hacia la ley o el hábito. Su fuerza y su debilidad provienen de esta virtualidad de la semiosis, de la propiedad del signo genérico, con capacidad plural para fragmentarse y dispersarse en multiplicidad de enunciados, renovando, sin perderla completamente, su significación. Es el "arcaísmo vivo", que ya había señalado Bajtín (1986).
Tal facultad semiótica del género ha dado lugar a las más diversas perspectivas y a largas polémicas, que han separado géneros teóricos y géneros empíricos o los han sintetizado. En el exceso de la primera corriente, se han promovido tipologías, variedades y clases con la ayuda de "falsas ventanas y falsas simetrías" como denuncia Genette (1988), se ha terminado subsumiendo la noción de género en la de literatura, como le pasa a Todorov con la literatura fantástica (1974), se han buscado arquetipos temáticos, como Frye (1957) o estructuras formalizables en sistemas operativos como modelos subyacentes (Tinianov, 1920, Tomachevsky, 1928) o se han relacionado las características de los géneros con las funciones del lenguaje (Jakobson,1958).
En los trabajos más flexibles y más ricos está rondando siempre la idea del género como ese dispositivo virtual, esa legalidad disponible que debe ser colmada, como quiere Jameson, con la operación dialéctica de la historización. Jameson señala "la función mediadora de la noción de género, que permite la coordinación del análisis inmanente formal del texto individual con la perspectiva diacrónica gemela de la historia de las formas y la evolución de la vida social" (1989:85) La discusión de si tal dispositivo se aloja en patrones del inconsciente colectivo como un sistema geológico profundo no isomorfo con las estructuras de superficie, o deviene de las prácticas culturales sociolectales (Greimas-Courtes, 1979:197), solo prueba la fuerza heurística que tiene esta zona semiótica en donde el género atraviesa diferentes perspectivas de legalización.
Podríamos examinar, también, el uso y apropiación individual del género desde las formaciones literarias. El escritor plantea siempre una relación imaginaria con el género en una tradición de textos y de lecturas, inaugura o cancela recorridos, pacta las propiedades que harán posible su escritura, lo que después la crítica reconocerá como un estilo. El uso de un género como elemento central, en forma desplazada o elíptica, las alianzas que teje con los otros géneros y las variaciones, son trayectos metafóricos de sentido en el imaginario de mundo posible que diseña la obra. Es también el ejercicio de nuevas o viejas convenciones para los lectores virtuales así como la búsqueda de un público, pero también su modelado, al que contribuyen las instituciones mediadoras (colecciones, premios, periodismo, academias,etc) que entran en otro orden de consideraciones (cfr. Altamirano-Sarlo, 1990).
Los géneros literarios proceden por lo general a establecer dominancias temáticas y enunciativas que sirven para textualizar diferentes discursos sociales. En un trabajo muy interesante sobre las novelas de amor escritas por mujeres, Boria prefiere emplear la noción de géneros discursivos a la de géneros literarios señalando: "Mientras que la noción de género tiene un efecto de homogeneidad (agrupamos solo discursos semejantes, ya sea desde el punto de vista temático o formal), la idea de género discursivo se caracteriza por su heterogeneidad y su alto valor de impredecibilidad. Desde esta perspectiva se podría articular textos con características comunes, pero también aquéllos cuya deferencia y diversidad permitirían recomponer los imaginarios sociales a los que aluden y representan. Esta es la idea que quisiera destacar: la posibilidad de enlazar un conjunto de géneros discursivos, articulándolos en una serie abierta que nos permita relacionarlos con otros discursos" (1998:37)
Creo sin embargo que la práctica literaria opera como reguladora de los cánones de lectura y escritura de dichos discursos "Un género es un marco y a la vez un género es una máquina narrativa", dice Piglia (1995:30). Entonces, no importa tanto definir el género literario sino, cambiando la óptica de la cuestión, preguntarse cómo los géneros regulan lo que entra o sale de la literatura y por qué. Tal vez los géneros no "narran solos", como afirma Piglia, pero añaden un plus de información sintética que permite el pasaje y la cohesión de multiplicidad de géneros, que provienen de otros sistemas discursivos en el texto literario, bajo el estímulo de ciertas condiciones históricas que se dan como posibilidad.
Quisiera terminar insistiendo en que el aislamiento y la inmovilidad teórica de la noción de género literario le hizo perder operatividad. Por el momento, mi propuesta consiste en recuperar los interrogantes que han abonado la problematicidad teórica de los géneros literarios, para utilizarlos como instrumentos críticos en un escenario inter e intradiscursivo más amplio, sobre la base de algunas hipótesis metodológicas que nos servirán como síntesis de lo dicho.
La primera hipótesis es que la fluencia incesante del discurrir de una sociedad en sus múltiples manifestaciones se organiza, fija y materializa en forma de textos (verbales y no), concebidos genéricamente en grados diferentes de complejidad y con diferentes soportes semióticos. Los géneros serían zonas de conversión textual de amplias y múltiples prácticas discursivas que compiten por hegemonías comunicativas. Los géneros son como unidades de anclaje que permiten la organización productiva del proceso vivo de intercambio discursivo y de hechos sociales. La cuestión del género literario debe plantearse en nuevos emplazamientos, en nuevos recorridos, donde atraviesa o comprende procesos significativos que albergan otros sistemas discursivos, otras prácticas y otras instituciones que elaboran discursos sociales y no exclusivamente desde la institución literaria, aunque en ella adquiera funciones diferentes.
La segunda hipótesis es que el género literario adquiere su estatuto y numerosas definiciones en una manifestación histórica concreta (no es una clasificatoria), construida en asimetrías diferenciadas porque no hay géneros puros ni obras que pertenezcan a un solo género. Las obras no se fusionan con el género literario sino que lo asedian desde diferentes posiciones de apropiación (tradición, temas, motivos, procedimientos, modos enunciativos), para convertirlo en una propiedad de su propio discurso que interactúa de manera dinámica con el género. Aunque parezca paradoja, lo atraviesan y al mismo tiempo lo construyen, el género inscribe el texto en una serie y al mismo tiempo la reescribe, expandiéndola.
La tercera hipótesis que se desprende de las anteriores es que el género literario, así entendido, puede ser interpretado como una de las mediaciones cronotópicas con las que la literatura transforma la experiencia del mundo y revisa la disposición de los materiales y artificios con los que resuelve el proceso de artistización, término plural con el que designamos ciertos modos de concebir la eficacia de la palabra en una poética, pero que alude siempre a una condición política de la escritura como política de representación. Es en este sentido en que pensamos que la validez y permanencia del género literario es del orden de lo artístico en cualquiera de los momentos y de los lugares donde el arte trabaja simbólicamente dentro de una cultura, dando cuenta de sus tensiones. Por eso digo que los géneros se vuelven literarios trabajando en una literatura de manera singular.
Desearía finalmente y antes de abrir la discusión, hacer un gesto autorreflexivo sobre el contenido de mi ponencia. El género literario es un rasgo del orden, pero también del desorden que acompaña a la materialización del sentido en todo discurso y por ello su legibilidad crítica es una travesía construida sobre fragmentos y no sobre la ilusión de una totalidad. Cada género, en sus diferentes manifestaciones y variedades históricas, traba relaciones con las formas del poder, los saberes, las creencias, las ideologías. Irreductible a lo homogéneo y a lo unívoco, su identidad no es sustantiva, alberga la alteridad y la contingencia, compone y recompone el mismo objeto para hablar de las relaciones entre las palabras, el mundo y los sujetos histórica y socialmente situados. Pienso entonces que proponer que la crítica reivindique un compromiso con el género literario es no solamente dar razones para una crítica, sino hacer un gesto ideológico en el sentido de una política intelectual que reflexione sobre las diferencias y migraciones, desde los vínculos insistentes generados por la memoria cultural de los discursos y de los textos.
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