Notes

Hay primeros besos que se sienten realmente de esa manera–en el estricto sentido del término–, como si tus labios fuesen vírgenes y nadie los hubiese profanado nunca, actuando como una niña inexperta, cegada por el miedo, por el gusto y por más cosas que no me atrevería nunca a admitir. Eso fue lo que me recorrió de arriba abajo, ese efluvio de ideas, en el instante en que tus labios chocaron contra los míos, un sinfín de sensaciones y pensamientos poco coherentes. Me puse de puntillas para poder enrollar mis brazos detrás de tu cuello, de esta manera podría manejarme mejor, tu altura a veces era algo imponente para mí, y entre aquellos motivos discretos, era también porque quería sentirte ahí, cerca, tu piel tibia con mi piel gélida, cambiando la temperatura del otro. El corazón me latía desbocado, más allá de tus efectos usuales. Mis pequeños labios se alejaron despacio de los tuyos, casi se pintó en mi rostro una mueca de dolor. Me dolía alejarme, ¡estúpida necesidad de respirar!, seguro sería uno de esos comentarios que te causarían tanta gracia. Enfoqué mis ojos en los tuyos y me percaté del color de tus mejillas, antes de sonreír, porque era lo único que podía hacer.