Notes

Las lágrimas desbordaban desenfrenadamente entre mis mejillas. No hubo ningún momento, ninguna circunstancia, en la que me planteara o creyera posible situarme una situación similar a esta. Nunca había corrido tan rápido, ni actuado tan salvajemente, o sentido tanto miedo alguna vez desde el comienzo del apocalipsis. Pero sin embargo, nada albergaba para destruir la fuerza que me quedaba, que me llevaba a dar el cien por ciento, pero sobre todo a no rendirme, además del hecho querer y tener que salir con vida para darle a Jace un lugar estable para resguardarse, pero ante todo, vivir.

Con pasos enfurecidos, no lo refuto: tener a más de una docena de caminantes a mis espaldas implicaba muchas dificultades. No obstante, no quiere ni me hace pensar, que no podría salir sana y salva de esta. Entre los árboles, escabulléndome. En un intento potencial de no se lo suficientemente torpe para tropezar.

Entonces le doy inicio, silenciosa. Recargo a mi hijo en uno de los arboles donde sabía que podría mantenerse a salvo por el momento. En ello, me doy vuelta, topándome con uno de ellos. Mi primer movimiento se basa en dar un empujón con mi pie, dando directamente con su pecho. En cuestión de segundos, el filo de mi cuchillo traspasa su cráneo con mayor determinación. Al siguiente que se encontraba a pasos, de la misma manera, le pateo las rodillas, fracturándolas y tumbándolo fácilmente, estableciendo la misma intención que recargué en el primero segundos atrás. Con ello saco el arma y comienzo a disparar a los restantes, mientras me desplazaba a buen recaudo no muy lejos de la posición de Jace.

Lanzo cuchillos, acertando eficazmente en el punto exacto al que debía asistir. Sin embargo, llego a toparme repentinamente con uno por las espaldas, desgarrando (por suerte) mi camiseta con sus dientes. Lo tomo rápidamente de la cara, junto a los hombros, y estampo su frágil y estupefacto cuerpo hacía adelante, dejándole boca arriba ante mí. Inmediatamente persisto, no acallo, y debido a la impotencia, apuñalo aproximadamente unas cinco veces continuas su cabeza.

Mi último esfuerzo constó de disparar, unas tres veces más, a los últimos que quedaban. En ello me tumbó hacía atrás, apoyando mi espalda del mismo tronco donde minutos atrás había decidido, peligrosamente, dejar a mi hijo. Trato de restablecerme, reunir la calma y la fuerza para coordinar mi pulso a estados considerables. Sin embargo, contribuyó un poco más, y me inclino para tomar al pequeño rubio de cuatro años entre mis brazos, verificar que se encontraba bien, y besar sus mejillas para recibir esa sensación que me asegurase de que lo había conseguido. Río al ver sus expresiones, cuando sin querer lleno su ropa de sangre.

— ¿Cómo hiciste eso? — Una voz masculina se dirige a mí, a mis espaldas. De inmediato saco otra de mis armas, asegurando de que se encontraba cargada, direccionando la boca de fuego hacía su dirección.

— ¿Quién eres?

Noto, de inmediato, que el de igual manera se encontraba dirigiendo un arma hacia mi dirección. De alguna manera consigue debilitar mis intenciones, al imaginarme lo que pudiese suceder si Jace resultase herido. Sin embargo, continúo persistiendo.

— Creo que he sido yo quién ha preguntado primero. ¿Por qué el afán de alterar los ordenes comunes? —El sonríe, lleno de ironía, subestimándome.

— Y en mi opinión, creo que es una pregunta sumamente estúpida después de cuatro años consecutivos de supervivencia en estado puro. ¿No crees que este tipo de actitudes, debería ser algo completamente usual, especialmente cuando te miras como una persona que ha lidiado con la mierda por si misma desde siempre?

El me observa por unos segundos, intentando detectar alguna grieta para retorcer la firmeza de mí argumento. Logro retener, y darme cuenta, que no había obtenido nada para asegurarse a sí mismo. En el momento que comienza a moverse a mi dirección, saco el seguro del arma. Se detiene, y reafirma la postura de la suya, imitando mis iniciativas.

— Soy Negan, —por alguna extraña razón, un espiral de recuerdos y melancolía se funde rápidamente en mi interior, al escuchar su nombre. El mantiene un gesto pretensioso, como si le estuviese divirtiendo el gesto presenciado que había recibido como respuesta— ¿Es que acaso te recuerda algo en específico, que te mantenga atormentada?

En ese momento bajo mi arma, y niego con la mirada. Me limito a mirarlo por última vez para posteriormente, marcharme, y seguir con mi camino mientras escuchaba sus gritos y amenazas como producto adicional. No puedo dejar de pensar, e imaginarme, que todo era una equivocación. Que existía una pequeña posibilidad, y que esto solo se trataba de una señal, de que todo lo creído fuese una mentira con voz de verdad.