Notes
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La puerta de la clínica veterinaria se abrió y se volvió ilusionada, pero solo era una señora cargando con un perrito en brazos. Puso cara de acelga y se apoyó en la pared preguntándose si no se habría confundido con el horario que recordaba que Julia le comentó que tenía. A lo mejor, con el verano, lo habían cambiado.
El uniforme negro de la tienda parecía absorber todo el calor de la calle y Adriana se preguntó si valdría la pena la intentona cuando se desmayara y se rompiera la boca contra la acerca. Después de media hora allí de pie, empezaba a flaquear.
La puerta volvió a abrirse y un poco del aire acondicionado se escapó por el vano, refrescándole la piel. Se volvió sin esperanzas y miró cara a cara a la chica que, sujetando la puerta, la miraba.
—Perdona..., llevas un rato ahí y me preguntaba si... ¿podemos ayudarte en algo?
—No. No te preocupes. Estoy esperando a alguien.
—Te está dando todo el sol —le informó la chica que se encargaba de la recepción en la clínica.
—Lo sé. —Se rió.
—Ehm..., hay un bar en la esquina. Es que aquí parada te va a dar una lipotimia con la que está cayendo.
—No te preocupes, de verdad.
—Puedes esperar dentro si quieres.
—Tranquila, Cris, ya se va.
Después de la experiencia extrasensorial con las cartas del tarot, algo dentro de Adriana le decía que su encuentro con Julia sería mágico. Lo había imaginado muchas veces: la piel se le pondría de gallina, cerraría los ojos, percibiría de manera tangible su aroma en el aire… y acto seguido notaría los pezones endurecerse. Pero no. La había pillado completamente por sorpresa.
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—¿Qué haces aquí? —le preguntó.
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Aún llevaba el uniforme puesto: una pijama de color azul con un gato bordado en el bolsillo de la camisa, pero daba igual; incluso con aquello puesto le parecía la chica más bonita que había visto nunca.
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—Esperarte.
—Hubieras podido esperar dentro. Estás roja como un tomate.
—No quería molestar.
—Para eso llegas tarde. Meses tarde. —Julia suspiró y bajó el tono de voz—. No quiero montar ningún numerito aquí. Espérame un segundo. Iré a por el bolso.
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Tardó cosa de cinco minutos en volver, pero a Adriana se le hicieron eternos. Cada veinte segundos su cabeza se ponía a elaborar escenas de fuga a lo película de acción en las que Julia conseguía salir de allí sin ser vista y ella esperaba eternamente. Pero no.
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Llevaba un vestidito cruzado de color blanco con lunares negros, corto, con un volantito en el pecho que llegaba hasta el borde, y unas sandalias de cuña no muy altas, que alargaban sus piernas. Estaba tan guapa que Adriana se mareó.
Me encanta esa sensación… Cuando estás tan enamorada que el cuerpo ni siquiera sabe gestionar lo mucho que te gusta ver a la persona que quieres.
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—¿Podemos hablar? —le preguntó con voz trémula.
—Qué remedio…
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Julia echó a andar y ella, tras unos segundos de duda, la siguió.
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—Tú dirás.
—Ehm…
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Vale. La tenía delante. Había imaginado doscientas mil veces la escena, pero… no recordaba ninguna palabra de los cientos de discursos que había elaborado en su mente. Solo podía pensar en una frase muy corta que se sentiría ridícula de pronunciar: «Te echo muchísimo de menos…».
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—Esperar media hora en la puerta bajo un sol de justicia para balbucear, no me parece nada inteligente por tu parte, Adriana.
—¿Cómo sabes que llevo media hora en la puerta?
—Te vi nada más llegar.
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Tragó saliva. Mierda. No pintaba bien.
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—¿Y por qué no saliste?
—No era yo la que tenía algo que decir, ¿no?
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Adri asintió.
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—Lo siento —consiguió musitar mientras intentaba mantener el ritmo de las zancadas de Julia.
—¿Qué sientes?
—Haberme largado sin decir nada. El mensaje. Ser una cobarde…
—Ya…
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Tragó saliva. Venga, venga, venga…
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—¿Cómo va todo?
—Va bien —respondió Julia, concisa—. ¿Y tú?
—Bien. ¿Te… te has acalardo el pelo? Parece más claro…
—Será de los lavados.
—Te queda bien…
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Julia se paró de golpe en la calle y, con los ojos cerrados y una expresión bastante iracunda, se volvió hacia a ella.
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—¿Has venido para hablar de mi pelo, Adriana? Porque si vas a seguir diciendo…
—Te echo tantísimo de menos…
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