Notes
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Venus se preparaba para salir en su bicicleta como hacía cada tarde, llevaba también su bolso morado favorito repleto de comida y bebida para poder compartir esas horas con el sonido del mar, hasta que el sol bajara y ella debiera volver a casa. Odiaba la rutina, pero hacer exactamente lo mismo cada tarde era lo que más le emocionaba, lo único que la mantenía viva y con energía.
Aquel día tan especial llegó un poco más temprano de lo que acostumbraba, pero no era algo que le molestara, iba a poder pasar unos minutos más de lo habitual en su lugar mágico. Todo transcurrió con normalidad, disfrutó cada minuto hasta que el sol empezó a desaparecer y a lo lejos se veían nubes oscuras que anunciaban una fuerte lluvia, entonces Venus optó por volver para que nada le sucediera en el camino a casa. Fue cuando se paró e hizo unos cuantos pasos, ya casi estando fuera de la arena, que sintió como tropezaba con algo pequeño, y seguido de aquello un chillido finito y casi inaudible. Se agachó donde pensaba que el sonido había salido y empezó a cavar entre la arena, buscando al responsable. No tardó mucho en encontrar una pequeña bolita de pelos que la miraba con los ojos muy abiertos y casi llorosos, con miedo reflejado en ellos. Venus intentó extender la mano para acariciar a aquel amigo, pero notó que cada vez temblaba más y, haciendo una observación general, también notó que tenía lastimada una de sus pequeñas patas. Fue en ese momento cuando observó el cielo y se preguntó qué debería hacer, qué era lo correcto, y un fuerte trueno fue la señal que necesitaba; no podía dejarlo ahí, lastimado y sin refugio. Tomó al pequeño ratón entre sus manos y comenzó a correr hacia la bicicleta. Pedaleó con todas las fuerzas que tenía, quería estar ya en su casa y darle a su nuevo y primer amigo todos los cuidados que necesitaba. Pero entonces recordó que había otro problema: su mamá jamás la dejaría tener una mascota. Venus decidió meter el animal entre su ropa y disimular, diciendo que no se sentía bien y se iría a dormir sin cenar. Corrió escaleras arriba hasta su habitación y sacó al, casi ahogado, lleno de arena y lastimado, ratón. De nuevo le dio aquella mirada penetrante pero la chica supo al instante que el animal ya no tenía miedo, estaba entrando en confianza. Venus le sonrió, dándole otro intento al acariciarlo y siendo exitosa esta vez. Se preguntó, mientras le daba cariño y calor al envolverlo en sus sábanas moradas, cuántas cosas habría sufrido aquel pequeño animal, por qué estaría lastimado y abandonado de esa forma. Los días que le siguieron a ese se encargó de llevarlo al veterinario por las tardes, cuando todos creían que ella iría a la playa como de costumbre. De a poco, con cada visita, Venus se veía más encariñada con aquel animal; sentía que le podía contar cualquier cosa y que entendía todo a la perfección. El gran valiente ratón no tardó mucho en sanar, el veterinario le dijo a Venus que él podría ayudar con la adopción, pero la chica decidió que lo mejor era dejarlo donde lo encontró y él sabría qué hacer o hacia dónde dirigirse. Entonces, exactamente un mes después del primer encuentro, la chica y su gran amigo se dirigían hacia la playa una vez más, tal vez siendo esta la última que estarían juntos. Pasaron toda la tarde en compañía del otro, compartiendo comida, caricias y diversión, hasta que la noche llegó y era el momento de irse. Venus lo posicionó en la arena y le hizo señas para que se fuera, pero el animal la observó confundido. “Tenés que irte, a tu casa, con tu familia”, le dijo la chica en un intento inútil, pero para el pequeño ratón su familia ahora era otra, su familia era aquella humana alta y solitaria. Venus lo tomó nuevamente entre sus manos, teniendo recuerdos del primer encuentro rondando por su mente, y le sonrió con una mezcla extraña de emociones en sus ojos.
Fue entonces que entendió que quien había dicho que nacemos y morimos solos era porque no había encontrado con quién pasar el resto de su vida. Tal vez un ratón no fuese la mejor compañía, pero era exactamente lo que la chica necesitaba en ese momento, y a partir de ahora hasta el último de sus días iban a ser los mejores amigos. Venus nunca más supo lo que se sentía estar sola y finalmente estuvo feliz, sinceramente feliz.
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