Notes

Imaginala a ella acercándose a ti con aquella sonrisa que garantiza un buen par de problemas. Tú estás sentado en el borde de la cama, embelesado por su presencia. Es hasta que ella pide un tácito permiso para acercarse cuando notas la lencería que lleva puesta. ¿Negro dijiste? Si, el conjunto que llevaba era negro, igual que su cabello. El encaje del conjunto se amoldaba tan bien a su figura que no despegabas tu mirada de ella. La chica lo notó pero contrario a intimidarse, solo afloró más el deseo. Aquel contoneo de caderas hacia delirar hasta el más puritano. Comprobó tu aprobación por su aparición una vez se encontró sentada en tu regazo. Te dio el permiso necesario para recorrer su silueta. ¿Que acariciarías primero, chico? ¿Sus caderas? ¿Su trasero? Ella deposita un cálido beso en tus labios y rodea tu cuello, acomodándose sobre ti. Sus caderas hicieron un suave movimiento, vaivén exacto para robarte un gruñido. ¿No lo sabes? Ama tentar con sus movimientos. Empuja tu pecho y tu espalda choca contra la cama. Besa tu cuello, marca territorio. Desabrocha tu camisa tan rápido pues estorba. Sus caderas no paran y tu cegado por la delicia de todo, sujetas estas con fuerza, marcando un ritmo más lento, más preciso. Ella gime y besa tu pecho. Y termina regresando a tus labios, ahora con un beso más descarado, más brusco, más alocado. La fricción entre ambos enciende algo en ella y gime un nombre. Tu nombre.