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« ¿Follamos? ».

Esa sencilla pregunta volvió a repetirse en el interior de su mente al percatarse del contraste entre los movimientos propios, y los ajenos... Estaba completamente loca por él. Jamás había deseado a nadie tanto, ni de una manera tan enfermiza como a él. Probablemente aquella fue la razón por la que llegó a una acertadísima conclusión:

El amor, excita.

Podrían pasarse la vida de polvo en polvo, por más sucio o violento que estos fueran; que lo que sentían por el otro, mandaba. Dominaba la situación desde el inicio y hasta los segundos posteriores del orgasmo. Podían follarse, de improviso, a la una y media de la madrugada; que ni unas horas de descanso podían menguar aquel apetito sexual, voraz.

Eleanor siempre se había considero como a una mujer altamente receptiva, sin embargo... Junto al americano, perdía la cordura; perdía el jodido norte con cualquier atisbo de contacto sexual. Con él, sí sabía dejarse llevar hasta el punto de importarle poco o nada que la dominara; ella se lo permitía sin la más mínima duda.

Aquella forma de tocarla...
Aquella forma de rozarla; buscarla...
Aquel modo en que sus puñeteros se clavaban en su carne...
Aquella semi erección tentándola con su calor en la cara interna de uno de sus muslos...
Aquel notable cambio en su respiración.
Primero sosegada, tranquila y relajada; como las caricias realizadas con labios y falanges. Después de la participación del muchacho, agitada, entrecortada, acelerada...

¿Cómo demonios podía sentir ya la inmensa necesidad de gemirle en la boca?
¿Cómo su estado podía haber cambiado de un segundo a otro con tantísima facilidad; de la silenciosa tranquilidad que se disfrutaba en la habitación a la ruidosa sinfonía de la excitación?
¿Cómo podía la mano izquierda haber envuelto la garganta masculina, para ejercer una nítida presión procedente de la yema de los dedos? ¿Y cómo la derecha podía haberse anclado al costado correspondiente, deslizándose hacia la espalda para aproximarlo; empujarlo contra su pecho con seguridad?
¿Cómo podían sus caderas arrastrarse sobre la flacidez de su miembro con tantísima suciedad? Había impulsado tanto la pelvis en su dirección, que no quedó margen para dudas: su objetivo era conseguir la completa dureza y rigidez de la polla entre las piernas.
Casi podía diferenciar la humedad adherida en la finísima y traslúcida tela de su ropa interior...

¿Y aquel beso lento? Quedó en el olvido. En el último de los cajones, cubriéndose de polvo y ácaros. El hambre había pasado a ser el protagonista de aquel encuentro entre bocas. Estaba, una vez más... Hambrienta; sedienta. Así se lo hizo saber con la humedad, la avidez, la suciedad en cada roce. Ese beso ahora era acuoso, húmedo y sonoro.

Con claros tintes sexuales.
Con amagos entre beso y beso...
Con lengüetazos interiores y externos; que estaba segura de que le calaría mucho más que los labios.
Con suspiros que interferían entre beso y beso, y morían en la boca ajena.

- Te amo. Te amo tanto... - Confesó; a bocajarro, con voz ronca; entrecortada y tomada por el momento. Se apegó, se rozó, se frotó en cuerpo y alma contra él. Contra su torso, contra la erección que tenía entre los muslos; oprimiendo con violencia las rodillas contra el colchón; con tanta que en cada arrastre y seco movimiento; ardía.

Ahí estaba.
Follar, joder, hacer el amor, copular..., no importaba el término; cualquiera de ellos con verdadero amor de por medio; resultaba excitante.









.

Durante el pequeño lapso de tiempo que transcurrió desde el primer (tan suave como efímero) contacto entre la yema de sus dedos y la piel de su pareja; la morena permaneció en silencio, privada del sentido de la vista. Centrada y relajada. O, así fue, quizás, durante los primeros sesenta segundos... Poco a poco, sus párpados fueron cediendo ante el simple deseo de contemplarlo; como en tantas ocasiones había hecho.

Continuó deslizando, remolcando, arrastrando los dedos sobre toda la superficie y extensión del cuello: abarcándolo de un extremo a otro, dibujando y dándole forma a la nuez, perfilando su mandíbula... Todo sin un rumbo fijo, sin demorarse y/o entretenerse demasiado en ningún punto concreto. Incluso se desvió del camino, descendentemente, por sus clavículas.

« Si ahora me besaras... ».

Tan obediente como disciplinada y complaciente, la morena arrastró cual serpiente sobre las sábanas la parte superior del cuerpo para así poder romper esa pequeña distancia impuesta que había entre uno y otro.

Una vez colocada parcialmente, dejando parte de su peso sobre el torso del muchacho, procedió a realizar sus deseos realidad; a cumplir sus peticiones sin ninguna objeción. Sin embargo, durante quizá medio minuto; toda la atención y calor de su boca la recibió el lateral opuesto del cuello. No había especificado dónde quería que le besara, aunque ella conociese la respuesta. No fue una atención lasciva, más bien..., dedicó con los labios las mismas atenciones que todavía estaba llevando a cabo con sus dedos.

Con mimo, estima, e innegablemente, mucho cariño en el proceso. Pero, poco a poco, consciente de que aquello no era ni de lejos lo que le había por muy que se sintiera; los labios femeninos perfilares el perfil más próximo a su boca desde su posición y así, centímetro a centímetro, alcanzó la comisura derecha.

Una caricia lenta, amorosa en dirección horizontal hasta centrar bien sus labios y, una vez presionándose contra los ajenos, comenzó una lenta maniobra de apertura entre labios..., tan lenta, como deliciosa. Ya podía percibirse sus respiraciones y sabores entremezclándose. Ya podía permitirle el paso a su sinhueso al interior cálido y húmedo de su boca; en busca de juego y contacto con la ajena.








« Vas a hacer que me corra. ¿No te das cuenta? ».

Aquella repentina confesión entre dientes, sacó a relucir el lado más femenino; juguetón; sensual y, por supuesto, sexual de la muchacha.

De poco o nada importó que la volteara. Es más, internamente; hasta se lo agradeció. Dado que aquella postura no lo había probado todavía y siempre deseó llevarla a cabo con él. Probar la profubidad, y recrearse en la sensación...

No sólo le permitió el acceso al interior de sus muslos, sino que además los separó para darle mayor libertad de movimiento y accesibilidad. Eleanor sabía lo que quería e iba a por ello.

Se encargó de apegar todo cuánto le fue posible los labios al oído ajena; para una vez allí, reproducir jadeo a jadeo; gemido a gemido una perfecta sinfonía con la que terminar de hacerle perder la cabeza.

La calidez del escupitajo adhiriéndose a su sensibilizada y húmeda piel de su sexo.
El pezón siendo estimulado y magreado de un modo que la estaba poniendo francamente enferma.
El calor de su aliento chocando repetidamente contra su cuello...
Y su coño, por fin, sin esa sensación de vacío. Se sentía llena. Estaba plena. En todos los putos sentidos.

Todo llamaba al sexo.
Todo sonaba a orgasmo.
Joder...

Una vez dentro, el bamboleo de las caderas de Eleanor no cesó; al contrario; fue incrementándose y en un aumento progresivo a un ritmo tan desesperado como desquiciante. Estaba volviéndose loca... Estaba botando como si le fuera la vida en ello. Estaba recreándose en ese delicioso sonido y chapoteo entre ambos cuerpos.

- Quiero que te termines de correr fuera. Qu-quiero... que me manches de tu corrida, que la restriegues... - Incapaz de continuar uniendo palabras que diesen como resultado una frase con verdadero sentido; reanudó la marcha e intercaló un sinfín de nuevos movimientos.

De derecha a izquierda.
Circulares. Dibujando eses...
De atrás hacia delante.
De arriba abajo...

Da igual cómo o con qué intensidad; lo que sí estaba claro es que había perdido el poco juicio y la poca cordura que le quedaba. Quería destrozarlo. Sin importarle lo más mínimo que fuese a ella mañana a la que le costase caminar.

Ese dolor... Ese jodido placer, la estaba llevando a un orgasmo que sabía de sobra lo violento que iba a ser. Quizá por eso busco apoyo contra el torso ajena, sus manos se colocaron sobre las ajenas, apretándolas con fuerza para magnificar la sensación de estimulación en aquellas zonas tan erógenas.

Y fue así como, en cuestión de minutos; tras una seca sucesión de botes secos, marcados y violentos, que la tensión se propagó por sus muslos hasta provocar una serie de succiones; contracciones y convulsiones de sus paredesparedes vaginales... Ahí estaba, el tan ansiado orgasmo; apretando, empapando centímetro a centímetro la polla dura de su pareja a la que sospechaba que le faltaban un par de palpitaciones o sacudidas más para llenarla, por completo.








Elenaor decidió aprovechar parte de la mañana en salir y hacer unos recados: reponer alguna de las estanterías de la despensa con lo que consideraba realmente indispensable (especias, algún caprichito que siempre tener, frutas, etcétera), pasar por una de sus tiendas predilectas de ropa íntima para echar un vistazo a los conjuntos que estaban en rebajas y que había estado mirando online; además de, por supuesto, perderse una vez más en una de las librerías de la zona.

Había sido, por suerte, una mañana tranquila. No era ningún secreto que a la veinteañera no le gustaban las compras y menos en época de rebajas donde todo estaba por cualquier lado, de cualquier modo y probablemente toqueteado por a saber cuántas manos de más; aún así uno de los tres conjuntos a los que había echado un vistazo desde casa sí se lo llevó. Y quizá por eso, decidió no (auto)regalarse un libro... Por eso, y porque todavía tenía alguno en la estantería que leer.

Empezaba a hacer calor y con tan solo un sorbo de zumo en el cuerpo... Lo mejor era volver a casa. Así que cargada con un par de bolsas, más la de la tienda; se puso en camino para llegar cuanto antes a su destino: o sea, a casa. (...) Entre 20/30 minutos después, acalorada, optó por llamar al timbre en vez de pararse y buscar las llaves en lo que ahora mismo sería el bolso de Mary Poppins.



Nada más diferenciar el sonido del pomo y observar cómo comenzaba a entreabrirse la puerta principal, la atención de la mirada de la muchacha fue recorriendo en silencio a su pareja. Desde los pies, hasta largos segundos después reencontrarse con su mirada. Estaba demasiado cansada (o más que cansada; acalorada) en aquel momento como para hacer algún comentario al respecto. Sin embargo, si aquella mañana, hace más de un año, le hubiera abierto la puerta del mismo modo y hubiese acercado su boca a su oído tal y como estaba haciendo... Sólo Dios sabe qué habría ocurrido. Joder, pero qué bueno estaba.

— Sofocantes días, diría yo... Toma, sí; gracias. — Le entregó las tres bolsas, incluida la de la tienda íntima sin percatarse de ello mientras cruzaba el umbral y pasaba al interior de la casa como si el suelo de fuera quemase. — Hazme el favor y coloca las cosas en su sitio, ¿vale? O déjalo en la encimera y luego lo hago yo. Excepto lo que haya de la nevera o el congelador; eso cuanto antes dentro, mejor. Me voy a dar una ducha rápida. No tardo.

Todo fue diciéndolo mientras iba desvistiéndose por el pasillo hasta el cuarto de baño. (...) Dos minutos después ya estaba en el interior de la ducha, con el agua fría recorriendo cada recoveco de su anatomía; y sus manos esparciendo primero el champú para el cabello, y segundos después tras aclararse las manos el gel del cuerpo. No estaría más de cinco minutos.




Cuando toda la espuma había sido aclarada de su cuerpo, se dispuso a salir del interior del habitáculo, colocándose sobre la alfombra de baño que había justo a sus pies. Una vez fuera, e indudablemente más refresacada, se percató de un pequeño detalle: no se llevó una toalla, ni tampoco se paró a asegurarse de si en el respectivo armario del aseo quedaba alguna. No obstante, no se preocupó en demasía. Eleanor en la época estival apenas se secaba...

Pensando que su pareja aún se encontraría colocando la compra en la cocina fue, todavía con las gotas de agua deslizándose por su desnudo y aseado cuerpo, hasta el dormitorio. ¿Cuál fue su sorpresa? Nada más entrar, diferenció con absoluta certeza allí al americano. Entreabrió la boca para decir algo, pero... No lo dijo. Sustituyó aquella palabra que se quedó en la punta de su lengua con una sonrisa, y un leve encogimiento de hombros. Vergüenza, por supuesto; no iba a sentir, aunque... Sus mejillas volvieron a teñirse de un precioso color sonrosado. — Esto es lo que pasa cuando no repones las toallas...

Le comunicó a su pareja, mientras se sentaba a los pies de la cama, junto a la bolsa y, con una pierna sobre la otra, se dejaba caer hacia atrás. Durante un segundo, fue inevitable que se privara voluntariamente del sentido de la vista: el conjunto de aromas era sencillamente delicioso. Sábanas limpias, lisas y perfumadas; junto con el propio y su preferido: el de su pareja. — Pero qué bien huele aquí, por Dios...



«»

« ¿Necesitas una? (...)
Dime, ¿realmente la necesitas? »

No.
No.
Y diez mil veces, ¡no!

No necesitaba ni quería ninguna toalla con la cubrir y/o secar la humedad perceptible en su cuerpo. No obstante, la idea de contestar positivamente para observar cómo deshacía el nudo y descubría sin tapujos, vergüenza, o tabúes estuvo ahí, presente y revoloteando en el interior de su mente... Y, cómo supo, esa imagen se hizo realidad frente a sus ojos.

(...)

Bastó observar sin el más mínimo disimulo, más bien; con descaro y picardía, la desnudez de su pareja; la declaración de intenciones en su mirada para que aquella conocida sensación comenzase a propagarse desde la punta de los dedos de los pies en dirección ascendente. Ese maldito cosquilleo entre sus muslos...

Antes de que se tumbase sobre su anatomía, Eleanor, provocadora por naturaleza; arqueó la espalda a medida que sus brazos ascendían hasta colocar las manos justo detrás de su propia cabeza.

Sonrisa en los labios.
Piernas aún cruzadas...
Pupilas ligeramente dilatadas.

— Prefiero seguir húmeda... No, es más; quiero estarlo más.




«»


« He soñado tanto con este momento durante las últimas horas...

(...) Voy a hacerte tocar cielo. »

Desconocía cuál había sido el detonante para que la anterior y sofocante temperatura corporal comenzase a desperdigarse por su anatomía hasta concentrarse (gran) parte de ella entre sus piernas: no sabía si habían sido las frases cargadas de promesas indecentes, o la fiereza y vehemencia en cada minúsculo movimiento que acababa de llevar a cabo.

Siete meses de relación después, Eleanor había descubierto que, por mucho que su placer se magnificase ante la posibilidad de ser la figura dominante durante la relación sexual; con él, cambiaban las tornas. Le encantaba dominar la situación. Tener el control. Aquello era, cien por cien innegable. Sin embargo... Existía una diferencia. Un pequeño matiz que lo cambiaba todo. Josh había sido el único hombre en su vida que sí podía y, lo más importante, sabía dominarla. Con, o sin su consentimiento. Incluso en algún encuentro anterior, cuando no tenía su consentimiento; más placentera le suponía la experiencia.

Contención de la respiración...
Lubricación de los labios...
Alguna brusca exhalación, o inspiración.
Qué demonios tendría aquella lengua...
Qué tendría para que con aquellas dedicadas atenciones le hubiesen provocado algún que otro sonoro suspiro.
¿Y esos dedos? Siempre dispuestos a robarle hasta el último aliento.

(...)

No tenía pensado estarse quieta. No durante aquel día. No obstante, toda su atención, sus cinco sentidos se centraron en aquella cuerda de seda. Guardando silencio para escuchar cada palabra de aquella explicación. No podía creérselo. ¿Había ido a una tienda erótica sin ella? Quizá en cualquier otro momento se habría mosqueado, pero... En aquel momento, y sintiendo aquel agradable y sentido cosquilleo en sus endurecidos pezones; la desconcentró.

Nunca había imaginado que la expectación podría ponerla tan cachonda. Nunca hubiese sopesado la posibilidad de dejarse atar, estimular, por voluntad propia y sin rechistar. Nunca habría aceptado no tener opción a devolver lo recibido; o no tener libertad de movimiento... Nunca, y no dejaba de visualizar distintos escenarios e imágenes que le bloqueaban el paso de oxígeno a los pulmones.

Casi, casi se incorporó del colchón. El amago estuvo ahí, puesto que aquella confesión nocturna que pronunció rondó y se repitió en el interior de su mente: « Voy a hacerte colapsar ».
Por una milésima de segundo, la intimidó. Aunque aquel pensamiento no dio más de sí. Quería... Deseaba aquello más que nunca. Deseaba recrearse en cada sensación. Y, lo más importante, deseaba también complacer a su chico.

Al fin y al cabo... Ambas partes disfrutarían de aquella « fantasía ».




     
 
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