Notes

Capítulo 4

José pasó toda la tarde en el hospital de campaña tratándose los ojos en compañía de un sacapotras que únicamente le hacía compañía. Tras los cuidados, José se durmió en la tienda...
Cuando despertó era ya de noche y la luz de las antorchas bailaba al ritmo de una leve brisa estival.
El hospital estaba repleto de baúles y sacos que contenían todo tipo de remedios para cuando fuesen requeridos y había unas pocas camillas vacías a lo largo del habitáculo.
José se frotó los ojos para cerciorarse que su visión no se había visto afectada por el episodio de aquel día. Se incorporó sobre la camilla y se quedó absorto en sus pensamientos mientras su mirada se quedaba clavada en la entrada. Giró la cabeza a un lado y su sorpresa fue mayúscula: el chaval de antes estaba sentado frente a él.
-¿Tú eres...?-calló. Era obvio quién era.- ¿Qué haces aquí? ¿No sabes que está prohibido el acceso a civiles?
El chico no dijo nada. El lancero se impacientó y levantándose de un salto se propuso cogerle para echarlo fuera cuando apareció por la entrada de la tienda el alférez de su grupo, que respondía al nombre de Miguel Kerouac.
-No le hagas nada soldado- el alférez tenía tan sólo dieciocho años y era considerado un militar genial.
-Sí, señor.- José tenía ganas de desobedecer pero ya se había divertido suficiente aquél día.
-El chico tiene permiso del capitán para estar aquí. Sólo había robado un par de manzanas y se ha arrepentido mucho de lo ocurrido.

José miró al chico, que desvió la mirada al suelo. El soldado volvió a girarse hacia su superior y asintió.
-Además,-prosiguió el alférez- se ha comprometido a unirse a la columna, así que, técnicamente es de los nuestros.
El alférez se dirigió hacia la entrada y, girándose hacia los dos dijo:
-Serán uña y carne durante toda la campaña. Vayan conociéndose.

Una vez el militar se hubo retirado, José se dirigió de nuevo al chico. Éste vestía de forma muy pobre: llevaba un chaleco de lana harapiento, un calzón que le llegaba hasta los tobillos y unas botas sin la mitad de la suela. Tenía el pelo rubio y parecía de complexión atlética.
No despegaba la mirada del suelo y José supuso que debía empezar él la conversación.
-Compañeros, ¿eh?-no era demasiado bueno en hablar con los demás, posiblemente, una de las razones por las que no tenía amigos.
-Vaya, esto se te da mal...-el chico alzó la vista y sonrió sarcásticamente.
Su voz era bastante aguda pese a su edad. Sus ojos eran oscuros y tenía una mirada inteligente, observadora.
-No te mofes de mí, ¿de acuerdo?-el soldado no estaba para bromas y fue directo al grano.- Me llamo José y soy lancero de vigésimo tercer ejército del Gran Imperio. ¿Tú quién eres?
"Tajante y serio, así sabrá dónde está" pensó Astray.
-Encantado, José. Me llamo Eduardo.