Notes

De entre unas cuantas amistades que poseía de la Universidad, Gissel era una de ellas y de las más especiales, aunque a veces se esforzaba por no demostrárselo. La última vez que se habían reunido hacía mas o menos dos meses, cuando ella le brindó la sorpresa de que él se había convertido en tío-no-tan-político. Si era de emocionarse el verla después de unos cuantos sucesos en sus vidas que no cabían en las vídeo-llamadas, los textos por sus redes sociales o mensajes para saber si seguían vivos o no.

La más responsable del dúo no había contestado las últimas peticiones del chico, por razones desconocidas, y él optó por abrir el local a la hora normal. El día anterior había acomodado el segundo piso de su apartamento, puesto que el único orden que poseía era en el primer nivel, donde trabajaba. Pese a que no recibía muchas visitas, siempre que pasaba (cada mil años) era de último momento el componer el maravilloso desorden de la planta alta. Como a eso de las ocho de la mañana sonó la alarma, indicándole que tendría un cliente como a eso de las diez o nueve y media. Bajó al primer piso, una vez concluidas las acciones en el segundo y cambió el letrero de cerrado a abierto, quitándole la alarma con todo y seguro a la puerta de entrada. Serían las nueve con cuarenta cuando la persona citada llegó al local. Humberto se encontraba en la sala de estar, jugando con un cubo rubik para matar el tiempo que tendría ahí, solo, sin cliente o amiga. Hizo pasar a su próxima víctima, dirigiéndole a donde iniciaría el trabajo. Después de una breve presentación por parte de ambos, puso ambiente para que el cliente se relajara y le proporcionó las libretas donde estaban sus diseños. Al cabo de unos instantes más ya tenía preparado todo, sólo faltaba esterilizar lo apropiado; pero su celular sonó de nuevo.

Era su querida compañía exclusiva de fin de semana, pidiéndole ayuda para llegar sana y salva a su hogar, orando por no perderse en un país tan grande, con una ciudad llena de bosques y baldíos. Sonreía ante las palabras de la desesperación de ella, pero la tranquilizó en minutos. No era así como quería recibirla, pero las situaciones planeadas a veces resultan y otras no. Ésta era una de las negativas. Mandó la dirección de su hogar en cuanto terminó la llamada y se disculpó [no lo necesitaba pero lo hizo aún así, tipo de respeto hacia la persona que se encontraba esperándolo primero] para poder continuar con lo empezado, exactamente a las diez de la mañana con treinta minutos. Alrededor de las once con veinte, la chica arribó sana y salva como quería, al lugar.