Si me lo preguntasen, intentar vincular todos mis pensamientos con mi puño y letra es algo sumamente complejo para mí, pero necesito, desde lo más profundo de mi ser, democratizar todo esto que lleva consumiéndome durante un mes. Hay miles de conmociones que ciñen mis huesos y los convierten en puro polvo. Me carcomen, toman el mando en mi cuerpo, en mis palabras, en cada acción que pueda llegar a tomar. No hay manera de describirlo, no existe algún concepto o teoría exacta que pueda asemejarse a esta sensación. Ni siquiera una pintura de Leonid Afremov, aún siendo tan colorida, podría abreviar la dosis descomunal de colores que saturan mi alma cada que le veo. Y todo se reduce en ello; en verle. Porque en el mismo instante en que mis pupilas tropiezan con su figura, es como tomar un ascensor que va directo a la cima del cielo, a la nube más alta, al espacio exterior. Ni siquiera debería tomarme el tiempo de comparar cuando es absurdo. Es absurdo querer contrastar todo lo que es él con pensamientos insuficientes. Siento mi imaginación demasiado limitada como para poder detallar a la perfección cada una de sus cualidades. Y eso que cada día pienso y me recuerdo que tengo a mi lado a alguien que merece cada estrella que exista en el cielo, sin embargo, siguen siendo sólo nociones escasas que no consiguen calcar su mera subsistencia. Viniendo de él, no me sorprende que treinta y un días hayan sido el tiempo conveniente para inducirme de necesitar, anhelar, aspirar una vida entera a su lado, quizás dos o tres, o sencillamente, el lapso suficiente para complacer mi deseo insaciable de tenerle conmigo, de que sea él lo primero que capte mi mirada al abrir mis ojos cuando el sol se tome el atrevimiento de atravesar la ventana de una habitación desordenada debido a la serie de pasos torpes de la noche anterior, donde nuestros cuerpos tuvieron la dicha de volverse uno solo, y crear la definición del amor. Sería un poco indebido contarle que sin importar que aún no haya tenido la cercanía suficiente a su porte como para rozar mis dedos con la capa de oro que cubre su piel, tan sólo me bastó verlo de lejos o plasmado en una pantalla para dejar llevar mi imaginación y adivinar cada simple lunar que encontrase en su figura, suponer qué punto le llegaba a quitar la respiración y dibujarme acariciando cada centímetro. Porque no sé cuántas veces he muerto en el intento de saber con certeza cuál es la textura que recorrerán mis dedos al tocarle, dejando que mi mente se creara una teoría sostenible que me afirmara que iba a ser como percibir el cielo mismo en mis yemas, quienes de manera curiosa se deslizan en el aire fantaseando con tenerle justo a mi lado. Entonces, así se siente amar de verdad. Así se siente amar sin reloj, porque este sentimiento que jamás podría llegar a abstenerse a crecer cada vez más me ha demostrado que en una hora puedo quererle, a la siguiente adorarle, a la próxima amarle y a la que sigue encontrarme en la palma de su mano, totalmente enamorado e hipnotizado. Así se siente vivir cada día en un eterno paraíso que jamás quiero abandonar. Justo a su lado, tomando su mano, es caminar sabiendo que muy dentro de mí reina un intenso color rojo que de a poco se encuentra con el amarillo, inventando una tonalidad única que sólo es capaz de ser engendrada de aquella forma; con el roce de dos almas que se hunden en un amor interminable. Él se apoderó de mi entera capacidad de brindar cariño y la volvió completamente invencible, y entonces supe, que el que cada día dejara una semilla en mi interior para marcarme y dejar constancia de su presencia en cada paso que doy, estaba funcionando de la manera correcta. Pues es que no habrá huellas que luzca con más orgullo que las suyas. Hemos creado nuestra propia esencia, y ni aunque los años busquen deteriorarnos o reinventarnos podremos desvanecerla.
