Notes

¿Nunca te has preguntado cuántas historias románticas existen? Sean de película o novelas, reales o ficticias. Podría citar la de Romeo y Julieta, así como la de Bonnie y Clyde, o John Smith con Pocahontas, incluso aquella del protagonista junto a su esposa en uno de los clásicos de Poe. Por mi parte sí me lo he cuestionado, pero pese a que existan miles, ninguna sería tan extraña además de espléndida como la Luna y el Sol; aquél que siempre alcanzaba a iluminarle la vida a sus seres queridos, a pesar de que estuviese en lo más alto, no sentía ningún aire de superioridad ni llamaba la atención de mala manera, sólo yacía en su lugar siendo maravilloso sin depender de nadie más, aunque para la Luna [al igual que muchos astrólogos]; era la estrella más importante, única y fascinante de la galaxia, tanto que mantenía la idea de que era la de mayor tamaño en todo lo que se conoce hasta ahora como universo y aun así, ella seguía insistiendo sin mucho escándalo en que se trataba de la creación más llamativa y bonita de todas, no existía planeta capaz de igualar la felicidad que le causaba el Sol cuando este salía, prestando su ayuda y carisma a quien lo viese por ahí, haciendo lo suyo, aunque prefería deleitarse con su brillo y esplendor en silencio, siempre amándolo, deseándolo y añorándolo. La Luna se diferenciaba por darle claridad a toda la obscuridad en la que se veía sumergida, en la que consecutivamente salía para ser quien era, demostrarle a los nocturnos cuán hermosa y fría resultaba a su vez, una maravillosa combinación, sin duda alguna. Veía las conversaciones, era testigo de las muestras de afecto y reconciliaciones; notaba las tragedias, los llantos perturbadores y las aspiraciones, cosas que también demostraba y nadie había notado, a veces se cuestionaba si todo eso lo viviría con el Sol, si existiría lugar en su cálido corazón de oro para introducir a un satélite natural que se escondía durante algunos momentos, que sentía timidez y no pretendía llamar la atención, que se guardaba tanto y decía poco, mientras que él demostraba ser muy distinto, transmitiéndole tantísimas emociones que ése color pálido y blanco se transformase en un abrir y cerrar de ojos en un carmín llamativo y para ella vergonzoso. Pasaron meses, quizás tres o diez, posiblemente siglos y generaciones en toda la Tierra, frutos crecían y otros desaparecían, al igual que sucedía con la sociedad, pero ninguna de esas tragedias llegaron a consumir el amor que ambos se inculcaron, por su simpleza y realidad, seguían queriéndose como la primera vez, cuando se creó el mundo y ambos tuvieron conocimiento, cuando notaron que esa necesidad evidente de tenerse cerca era insaciable, durante tal momento, supieron que la unión de los dos sería tan fascinante como la vía láctea siendo vista de cerca, se dieron cuenta de que su opuesto era su igual. A veces creemos que los eclipses son sólo cosas que pasan por casualidad en el cielo, eventos naturales carentes de importancia y belleza, como dirían los escépticos,