Notes

La pequeña pluma del ave, apenas perceptible, cayó a algunos centímetros de donde mi pie descansaba. De no ser por el odio vibrante que se sembraba en mi estómago ante el recuerdo de las plumas, las alas, cualquier criatura creada por aquel que me había mantenido preso bajo su dominio desde mi nacimiento hasta mi despertar. Jamás le había amado, como mis hermanos profesaban, me preguntaba, si él omnipotente, creaba y controlaba todo, ¿por qué había creado mi alma con la capacidad de tal libre albedrío? ¿Por qué hacerme odiarle? Caía en la cuenta de que, todo era un juego macabro. Él ponía el tablero, nosotros éramos sus piezas, que diseñaba con diferentes potestades y motivaciones, todo con el fin de sentarse a observar el efecto dominó de todas sus creaciones. Había dado luz a un alma ávara, ambiciosa e irreverente, y le había acogido como el favorito de sus hijos, sabiendo que éste sería el primero en darle la espalda. Había dado luz a mi alma, sabiendo que cada asentimiento, y cada "Sí, Padre" que mis labios pronunciaban estaban cargados de odio, de la rabia que mi alma, que siempre había anhelado ser libre, sentía al saberse atada a sus órdenes. Odiaba mi naturaleza. Odiaba obedecerle. Mi alma se retorcía con impotencia ante el pensamiento de no tener escapatoria a aquella existencia, a aquella inmortalidad. Por eso, conocí el primer atisbo de libertad con la llegada de la mundana y corriente especie que mi Padre se las había arreglado para concebir eones después de tener un universo rodeado de ángeles, a quienes comandaba a su gusto, había dado luz a una especie capaz de razonar por sí misma, pero, oh, tan fácil de corromper. Y nosotros, sus hijos más fuertes, los que despertamos de aquel ensueño de ridícula sumisión, nos habíamos encargado de oscurecer la pura esencia de los ordinarios humanos. Inconcebible, absurdo, lograba encrisparme los nevios... ¿Cómo se atrevería a esperar que yo, siendo quien era, con el poder que poseía, doblegara mi grandeza a la protección de un cuerpo efímero y mortal?
Así que no, no me había molestado en lo absoluto ser exiliado del Paraíso. De hecho, aquella fue la primera cosa en toda mi existencia que no me había enojado. Sin embargo, el estar libre de él, enterrado junto a toda la oscuridad y la impureza del mundo, junto a mis seis hermanos, no me había hecho feliz. Ahí, corrupto, oscuro, sucio, entendí lo que era. Entendí mi esencia, y para qué me había creado. Yo era la energía en los puños que se estampaban contra una pared en frustración, era la fuerza que impulsaba la daga que mataba a un enemigo, era el grito desgarrador que escapaba de la garganta de quien conoce la furia. Era la Ira. Había llegado al mundo a imponer la riña, la destrucción, la guerra. Y adoraba mi trabajo. Más que un trabajo, mi estilo de vida. Mi esencia, a donde quiera que viajase en este vacío y carente de espiritualidad mundo terrenal, impregnaba a los humanos del más agresivo enojo. Yo era todo aquello que pudiese hacerte sentir ganas de patear la cara de alguien. Mi energía se adapta, moldeádose según cada molestia que quiera provocar, y de esa forma, he conseguido enemistar a naciones enteras por más años de los que un estúpido humano pudiese contar. Mi libertad estaba en la furia, en la ferocidad de sentirme extendido, consumiendo cada uno de sus corazones.
Ensimisado en mis cavilaciones, había detenido mi paso. Me encontraba plantado en un rincón de la calle, observando a un par de criaturas empezar a sentirme. Una sonrisa cargada de sorna atravesó mi rostro, y acomodé los oscuros anteojos que mantenía en lugares públicos, deleitándome cuando el más bajo de los humanos le espetaba un puñetazo en el estómago a su igual. Una risa amarga brotó de mis labios por una fracción de segundo, y a continuación, el ceño fruncido que me caracterizaba volvió a manifestarse en mi faz. Eran tan sencillos, tan asquerosos. No me podía creer que realmente fuesen una mezcla entre los Hijos de Lilith y los de Eva.
Mezclas... Híbridos... Un gruñido salió de mi boca, hastiado, al recordar la charla que el "creativo" Lucifer me había dado anteriormente. Alguien que presentarnos, una información que darnos. Todo eran ridiculeces para mí, era simplemente fastidioso hacer cualquier otra cosa que no fuese dañar a aquella creación en la que mi Padre había puesto tanto empeño. Sin embargo, el hastío que me corroía siempre, no me hacía malagradecido. Y a Lucifer le debía mi despertar, por lo que, dejando que una mueca de fastidio se dibujara en mi rostro, me dispuse a desintegrar aquel cuerpo material y humano, y viajar velozmente, como sólo un alma poderosa puede hacerlo, al encuentro de mis hermanos, en aquel recóndito y perdido lugar que, quizás, llamase hogar, para encontrarme con que había sido el último en llegar.
¿Eso les molestaba? Bien, ojalá lo hiciera.