Notes

Nunca quise subirme a un avión. Pero esta vez, fue imposible decir que no. Analicé los costos de todos los medios de transporte disponibles, y resultó la mejor alternativa. El micro tardaba 8 horas en realizar el mismo trayecto, mientras que el avión sólo ocupaba poco más de una hora. Los precios eran similares, la diferencia era mínima. Mi primer alternativa, ir en mi propio auto, me pareció una locura apenas la formulé en mi mente, ¿para qué manejar durante 8 horas por una ruta en mal estado, si podía pagar para que maneje otro mientras yo voy durmiendo plácidamente?
El viaje a Bahía Blanca era la mejor forma de aprovechar esa semana libre que tenía. Casi no lo había pensado, surgió en una conversación trasnochada, como una broma entre amigas.
En pocas horas, la idea había tomado cuerpo y era inevitable el viaje. La expectativa por ver a las nenas otra vez iba creciendo minuto a minuto. Todas las veces que viajé a Bahía Blanca fue en invierno, como si el destino se empeñara en demostrarme cómo eran el frío y el viento en esa zona. Esta vez no iba a ser la excepción, mi vuelo estaba planificado para el 2 de julio, en pleno invierno. No me importó el clima, yo tenía todo preparado para mi primer viaje en avión desde el día anterior. Había comprado una valija nueva, donde dispuse la ropa que creí necesitar durante esos días. Había coordinado para terminar las clases más temprano, logré que mi marido me llevara al aeropuerto, todo iba saliendo según lo planeado.
Los nervios comenzaron a hacer efecto una vez que pasé el control de embarque. La sala de espera era enorme, pero estaba casi vacía. Me quedaban 45 minutos de espera, y los nervios prometían descontrolarse. Me senté y acomodé mis cosas al costado del asiento, saqué mis apuntes y comencé a leer. Logré concentrarme lo suficiente como para no notar que se había llenado la sala, y a mi lado se había sentado una mujer tan cansada que parecía estar a punto de quedarse dormida. Rápidamente acomodé mis pertenencias de manera que no molestaran a los demás pasajeros, y me concentré en los próximos preparativos del viaje. Ni bien levanté la vista de mi lectura, el estómago me recordó que no le simpatizaba la idea de viajar en avión. Ignorar las advertencias de mi cuerpo, me resultaba más difícil a medida que me acercaba al momento de abordar el avión. Pacientemente me ubiqué en la fila que correspondía según mi ubicación en el avión, y descubrí delante mío a la misma mujer que se había sentado junto a mí en la sala de espera. Nos pusimos a conversar, y eso me distrajo lo suficiente como para no pensar en el vuelo. La charla se fue haciendo animada, y resultó que nuestros asientos estaban cerca, en la misma fila y con el pasillo de por medio. Nuestra fila se encontraba en la puerta de emergencia, por lo tanto, antes del despegue, la azafata vino a darnos indicaciones especiales. Lo único que me faltaba: que en mi primer viaje en avión me toque la salida de emergencia, y con ello la posibilidad de tene que auxiliar a alguien en caso de que ocurriera un accidente.
Durante todo el viaje fui descubriendo que mi vecina de asiento era contadora y estaba haciendo un posgrado, que trabajaba mucho y en cuanto podía volvía a su ciudad natal, a visitar a su familia. A su vez, le conté algunos detalles de mi vida y mis costumbres, mi situación personal y el motivo de mi viaje.