El arte en la sala era ella, y yo la pintora que veía sus sentimientos más abstractos con tan sólo acariciarla y analizarla. Veía lo que nadie ha visto en ella y ataba tantas cuerdas para dar explicaciones a errores cometidos. Secretos bien guardados, sonrisas falsas y una que otra mentira decoraban el lienzo que se encontraba en mis brazos. Esculpía su figura con mis manos con tanta firmeza y delicadeza al mismo tiempo. Sabía que la porcelana que conformaba su piel era muy fina como para maltratarla. Su piel lechosa que era víctima de mis labios, mis besos, mi lengua y mis dientes al rastrillar por aquellas zonas que sabía que la harían gemir, aunque sea por lo bajo. Sus susurros eran un canto de un ángel y ellos me hacían sentir que estaba en el paraíso. Mis sentimientos salían a la luz y mis manos se descontrolaban buscando tocarla de una forma que sólo yo podía hacer. Mis manos se centraron en ese lugar en el que ella reaccionó mordiendo el lóbulo de mi oreja, recorrería su centro y muslos con mis frías manos. El pasar éstas sobre sus bragas la hacía gemir y pedir más de mí, cosa que era un juego en el que decidía participar. Sabía que su feminidad era su debilidad, y al escucharla tan ajetreada, no podía no darle lo que merecía y lo que me pedía. A ambas nos gustaba el arte, la música, y yo sólo pensaba que ella era mi pasión favorita, como la de muchos era expresarse. Yo sentía cierta paz mental con tenerla en mis brazos, moviendo sus caderas, seduciéndome y haciéndome olvidar cada segundo basura de mi miserable vida. Mis manos apartaron con sed esa negra tela delgada que separaba su piel de las yemas de mis dedos. Y éstos, a su vez, teniendo contacto, comenzaron a moverse muy lento y en círculos hasta que por fin se hizo presente el momento de hacerla llegar, chillar mi nombre, gritar a los cuatro vientos que sólo a mí pertenecía. Y lo hice, después de que su cadera haya sido víctima de mis manos para atraparla y colocarla sobre mi muslo izquierdo. Al despojar de ella su única prenda y hundir mi cavidad bucal en sus senos que eran del tamaño perfecto para mí, moví con fiereza mi pierna contra su feminidad. Apartaba esos mechones de su melena chocolate que se colaban en su rostro, enamorándome más y más de sus labios entreabiertos. Para dar algo de sabor a la situación, logré mover mi lengua de un lado a otro sobre uno de sus senos, eso fue su blandura. En resumen, mis labios buscaron un lugar en el que posarse hasta que esos gritos finales resonaron el las cuatro paredes y la idea de saborear cada gemido arribó mi mente. Mis labios vibraban sobre los suyos por la simple razón de que ella era eléctrica, tanto que hacía de mi espalda baja un escalofrío. De un segundo a otro mi mano cayó al frío suelo y escuché los pájarillos cantar, de nuevo, me había pasado la noche imaginando su silueta junto a mí. Sabía en qué día estábamos y no coincidía para nada con la fecha de anoche. Mi mente volvió a hacerme recordar todo lo que deseo, lo que amo y anhelo, y mis lágrimas inundaban mi mirada tratando de olvidar tanto como expulsar esos recuerdos de agua. Era una lástima sentirla tan cerca pero estar tan lejos. Joder, si tan sólo pudiese cambiar algo, pero no. Ella no podía entender que sabía que lo nuestro era un sueño que no pasaría. Nada era como lo imaginé, y era mi error por haber supuesto cosas, por haberme ilusionado desde que su mano tocó la mía por accidente. La castaña no asimilaría que lamentablemente, la conozco, y que sé que no podrá darme ni siquiera los principios básicos para amar a alguien, pero al menos estaba ahí escuchando mis besos sobre su abdomen, y eso me bastaba para sentirme en el cielo.