Notes

Nacemos siendo infundidos en la creencia que dice que, para conseguir lo que queremos, necesitamos no esperar, sino esforzarnos. No solo percatarte sino hacer algo al respecto. Pero nadie nunca se ha atrevido a hablarnos de lo que el proceso en general conlleva, y de todas aquellas emociones nuevas que se van fundando y que nos liberan, o cohíben. Que nos regeneran o nos hacen retroceder los pasos que tanto nos había costado hacer parte del camino. De lo que habitualmente nos ahuyenta, o que no nos logra ahuyentar del todo, pero no logra vencernos y aún así nos lastima. De lo que nos hace duramente comprobar que si existen dos partes divididas, y el esfuerzo que tienes que establecer con tal de pertenecer a la que menos acabe con lo que con empeño se ha ido volviendo tuyo. O reunir las fuerzas para continuar, para darle título a tus emociones, o negarte por sentir que cruzas el límite de lo que intenta ser forzado, sin darnos a entender anteriormente que la distancia, o que el abandono, no significan nada. Que solo son distancia y abandono.

En otras palabras, ¿Cómo sabe nuestro organismo cuando debe detenerse? ¿Qué es concretamente exacto como para que la vida que dejamos en un suspiro, al contraatacar una próxima vez, deje de delatar todos sus deseos y añoranzas?

Es ese tipo de cosas, a las que no comprendes pero que aun así no te das por vencido con ellas. Me gustaría decirte que todos tenemos un límite, pero si algo se es que a la hora en la que finalmente logramos sentir las cosas de la forma más pura, no hay uno que objetivamente nos respalde.

Lo cierto es que hay cosas que obtenemos y se nos hacen inevitables. Y en mi sincera opinión, lo mejor no es forzarlas: a detenerse, a esconderse, a oficializarles un “es suficiente para ti. Tu trabajo está hecho”.

Una de las cosas más duras para mi es esperar. Depender, concretamente, del tiempo. Tratar de adivinar en qué fase del protocolo con exactitud se revela la respuesta que necesito para soltar todo lo que siempre me ha costado apartar de mi, y rehacerlo con otros argumentos distintos. Pero especialmente: como dije antes, “rehacerlo”. Rehacer algo como si en realidad fuese justo deponer las iniciativas que algo único que brinda, en otras diferentes de la nada. ¿Dónde queda la exclusividad? ¿La lealtad? ¿Aquello que en primer lugar te llevó a llegar a donde estas ahora?

¿Y qué hay de los que si se toman la ventaja de aprovecharse de cada ángulo de sus emociones? ¿Los que valoran, cada mínima parte, y nunca se atreven a olvidarlas? ¿Los que odian lo temporal, perderse lo siguiente que resta y espera con ansias por nosotros? Todos tenemos lo que nos esforzamos por conseguir. Y quizá si existan cosas predestinadas. Por esa misma razón, entenderlo y decidir alternar el curso, es algo que me cuesta aceptar. Más, cuando hay tantas cosas que certifiquen que si existen sentimientos verdaderos, que si se puede enfrentar. ¿Cuál es la necesidad de permitir que el miedo arrase con todo?