Notes

Desconocía el tiempo que había transcurrido desde que comenzó a caminar en la avenida del restaurante italiano, hasta la calle principal que, a posteriori, la conduciría al apartamento que ambos compartían. Pero antes de llegar, quería esa copa: la necesitaba. Quería ahogar su rabia, su pena, y cualquier otra emoción, en el alcohol.

¿Quién se creía que era ese imbécil?
¿Por qué reaccionó así?
¿Por qué no le dio importancia?
¿Por qué no supo entender las señales de la morena?
Al principio parecía que sí, pero al salir... Todo dio un giro inesperado de trescientos sesenta grados. Y le quemaba. Le ardía hasta el último milímetro de piel.

« Me haces daño. »
Se repitió en su mente (ni siquiera fue capaz de captar la connotación y tinte sexual de aquel comentario), a medida que empujaba la puerta de aquel local y arrastraba los tacones hasta su interior. Hacia muchísimo tiempo que no le dolían tantísimo los pies. Sólo a ella se le ocurrió caminar kilómetros con unos tacones de tantos centímetros.

Llegó a la barra, agitada y aún con el cabreo latente. Llamó al primer camarero o camarera que atendiera aquella noche; pues ni se fijó, ni tampoco le importó el género de esa persona. Lo único que quería (y necesitaba) era beber. Beber hasta ahogarse o nadar entre las copas.

— Una copa. Hasta arriba, no te cortes. De lo más, más, más fuerte que tengas por ahí... Ahora. Ya. Por favor.