Notes

LA ESPADA PAYASAL
PKMN Goromoiz
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EN EL CAPÍTULO ANTERIOR...
Rito se enfrentó al ratón gigante y, con la carta del As de Picas, le quitó la vida. Después, un orco y un payaso deformado intentaron derrotar a Rito, pero no lo consiguieron y tuvieron el mismo destino que el del ratón gigante. Los circenses huyeron dentro de un cañón, haciéndose pasar por los ''hombres bala'', y salieron disparados muy lejos (literalmente). Finalmente, Kenfu y Rito decidieron ir en un hostal para descansar, y, al día siguiente, marcharse, y continuar con su importante viaje.
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CAPÍTULO 6: LA EMBOSCADA


Kenfu y Rito pararon delante de un edificio con un cartel con tres estrellas. Allí, había escrito el nombre del hostal: ''Hostalarius Hettom''. <<Parece que no saben escribir ''Hetomb''>>, pensó Kenfu dibujando una sonrisa. Rito se lo miró con los ojos abiertos y con mucho sueño.

-¿Entramos aquí, viejo? -Preguntó Rito bostezando.

-Sí, pero no me vuelvas a llamar viejo, que sino, te quedas fuera.

-Como tú quieras equis de.

-¿Eh? ¿Qué has dicho?

-Una equis y una de.

-Estos niños de hoy en día... -Murmuró Kenfu y abrió la puerta-. Buenas.

Sólo había una receptora; el vestíbulo estaba vacío. Rito siguió a Kenfu, que fue para hablar con la receptora. El vestíbulo tenía baldosas de madera y las paredes de madera también. El techo también era de madera. En el centro del vestíbulo había una mesa cuadrada de madera, y unas sillas del mismo material. En el medio de la mesa, había un jarro de flores. Había muy buena iluminación, y una ventana estaba abierta.

-Bienvenidos al hostal ''Hostalarius Hettom''. ¿Quiere pasar una noche aquí? -Preguntó la receptora. Era muy maja.

-Así es -. Respondió Kenfu.

-¿Cuántas personas? ¿Dos o vienen más?

-Sólo dos: yo, Kenfu, y él, Rito.

-De acuerdo- dijo la recepcionista y sacó un papel-. Firmad aquí los dos, y poned vuestros nombres y apellidos. Una vez que hayáis hecho todo lo mencionado, os daré las llaves de vuestra habitación.

Kenfu apuntó su nombre y apellido, pero cuando llegó el turno de Rito... <<¿Mi apellido? ¿Eso qué es?>>, pensó él, y puso lo primero que le ocurrió.

-¿Kenfu Vagner y...? ¿Este es un apellido? -Preguntó la recepcionista.

-¿Eh? ¿A qué se refiere? -Preguntó Kenfu-. ¿Acaso le pasa algo a mi apellido?

-No es el apellido de usted, señor Vagner, es el apellido de su nieto: Rito ''el excelente y grande, maravilloso y espectacular y asombroso y guapo y todo el mundo le tiene envidia''. ¿Es una broma pesada? Pero es muy mono... ¡Oh, qué ''cuqui''! -Respondió la recepcionista, aunque por dentro pensó: <<¡Qué ser tan arrogante!>>.

-¡Rito, qué se supone que es eso! -Le regañó Kenfu-. ¿Acaso no sabes que hacer eso está mal? ¡Discúlpate ahora mismo!

-Lo siento, señora, por el comportamiento del viejo. Él es así, ya se acostumbrará. No se preocupe, soy médico... Y también un guerrero que ha venido de muy lejos y que tiene un dragón como mascota y que hace que los malos huyan al verle y porque yo soy yo y nadie más -respondió Rito muy orgulloso de él mismo-. Los unicornios tienen un cuerno.

-Rito, ¿cuál es tu apellido? -Le preguntó Kenfu.

-¿Qué es un apellido, viejo?

-El apellido es un nombre que viene después de tu nombre -explicó la señora.

-¿Y para qué se necesita?

-Si por ejemplo hay dos personas que se llaman Rito, tendrán el apellido diferente: uno se llamará Rito Khan, y otro Rito Shak -explicó Kenfu.

-Jejeje, no tengo apellido. El viejo lo sabe, creo -dijo Rito cerrando los ojos y ruborizándose, mientras reía inocentemente y se rascaba el pelo azul y grande que tenía (y que tiene).

Kenfu y la señora se intercambiaron una mirada confusa. <<La recepcionista me dijo que cómo se llamaba mi nieto... Y se refería a Rito. Pero Rito no es mi nieto, sino que es un ayudante mío... ¡Ya lo tengo!>>, pensó Kenfu.

-Ehem, discúlpeme, quería que mi nieto, Rito (es decir, él), escribiera su apellido él mismo, pero como que no se acuerda... Mi nieto se llama Rito Vagner -mintió Kenfu, y la recepcionista lo apuntó en la hoja de papel, y les dio las llaves de la habitación. Era la habitación cuatro de las diez que habían-. Muchas gracias y buenas noches.

Ya en la habitación, Rito le preguntó que si él era su nieto, y Kenfu le dijo que es mentira, y que él no se llama Rito Vagner.

-¿Sabes, viejo?, quiero conocer a Rito Khan y a Rito Shak -dijo Rito diez segundos antes de quedarse dormido.


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Ya era de mediodía cuando Kenfu y Rito salieron del hostal y pagaron las 40 monedas por haberse quedado una noche ahí y haber desayunado. Kenfu llamó a Mercader Buenchico, un comerciante que, además de transportar materiales y comida, llevaba a las personas a sus destinos. Le dijo que les dejaran, a él y a Rito, en Dorkhom, un pueblo que estaba a tres kilómetros de distancia. Mercader Buenchico se llenó los bolsillos con las monedas del rey Josefino de Corazón, hacía más de 2 años, y decidió seguir la misma estrategia que la que hizo en aquel entonces: aumentar el precio en cada viaje. Kenfu y Rito se subieron a la carretilla, y Buenchico (que también era un estafador veterano) le dio un latigazo a su burro, y éste empezó a moverse.

-Tres kilómetros, tres mil monedas -dijo Buenchico.

Mercader Buenchico llevaba un sombrero de paja y una camiseta con cuello con cuadros rojos, y unos pantalones azules un poco gastados.

Hacía buen tiempo, y no había ninguna nube en el cielo. Buenchico se arremangó. Rito se quitó la gabardina verde. Y justo en ese preciso momento, se escucharon unas pisadas muy fuertes y veloces, y a unos cuantos metros de distancia, se podía ver a dos figuras que iban con unos corceles negros.

-¡¡BANDOLEROS!! -Chilló Buenchico con una voz increíblemente aguda y su burro se asustó, pero como que era un burro, se paró al ver una piedra y la mordió.

Los dos bandoleros llegaron y pararon de repente. Uno de ellos era de un tamaño como el de un gato, y otro era un conejo. Sí, un conejo, tal y como lo habéis leído. El del tamaño del gato iba con una máscara de médico de plagas y un sombrero y una capa. El conejo iba sin máscara, pero con una capa roja. Ambos bandoleros sacaron sus espadas y se bajaron de sus corceles.

-¡No os mováis si no queréis morir! -Dijo el enmascarado y se quitó la máscara-. Soy Gato, ¡recordadlo! ¡Dadnos todo lo que tengáis!

-¡Pero no tenemos nada! -Lloró, literalmente, Buenchico.

El conejo no dijo nada y cogió una cuerda, y ató a Buenchico. Kenfu y Rito no se movieron: Gato llevaba una ballesta que podía lanzar más de dos flechas a la vez. El conejo (que se llamaba Conejo) ató a Kenfu y a Rito también. Después se alejaron un poco y empezaron a hablar:

-No podemos dejar ni a uno aquí ni al otro... Bueno, a nadie -dijo Gato-; pueden ser descubiertos si pasa alguien por aquí y les pregunta que qué les ha pasado... Y encima les he dicho mi nombre...

-Sí... Bueno, ¿qué tal si los llevamos en una cueva y ahí los dejamos? -Propuso Conejo.

-Tu idea no me convence del todo, pero... De momento es la mejor que tenemos y no me apetece idear más planes.

Así que, Conejo y Gato, cuando se montaron en sus corceles, les obligaron a que les siguieran, en la carretilla, con los materiales y el burro, si no querían morir.

·Continuará...·