Notes

Tal y como versa una renombrada canción, encontré el amor en un lugar sin esperanza. Paradojas de la vida, lo hice cuando creía que no volvería a experimentarlo.

Recuerdo cómo hubo una época de mi vida en la que llegué a preguntarme si sería capaz de dejar atrás los sentimientos que me perseguían y mantenían unido una persona. Rechazaba la posibilidad de abrirme sentimentalmente con un tercero. Llegué, incluso, a generar cierto miedo al apego: los pasos que avanzaba en un primer momento, acababa deshaciéndolos poco después por el temor a profundizar, a salir herido. Hasta que apareció ella.

Supe que marcaría un antes y un después, aún sin haber intercambiado una palabra. Llamadlo intuición.
Lo que no advertí con la misma claridad fue el desafío que entrañaría el simple hecho de querer conocerla. Imaginad la situación. Dos personas reacias a la vulnerabilidad, opuestas a padecer los efectos adversos de una relación afectiva, conociéndose. Cómo no, ante cada detalle que pudiese herirnos, la respuesta era alejarse. Lo mismo sucedía con cualquier circunstancia que saliese a nuestro manejo o control.
Los fantasmas del pasado me jugaron en más de una ocasión una mala pasada.

Siendo franco, supe que me gustaba más de lo que quería reconocer la primera vez que me hizo daño. Y que la quería, cuando se marchó por segunda vez.