Notes

---------------------------------------El retorno a Celephaïs-------------------------------------

Fue el viento lo que me hizo abrir los ojos, agitaba mis cabellos y cosquilleaba en mis arreboladas mejillas. Al instante me di cuenta de que no me hallaba en la habitación donde ayer me había ido a dormir. Me encontraba recostada en un prado verde, agitado por extrañas corrientes que parecían venir de todos los sitios y de ninguno. Supe también que todo lo que me rodeaba pertenecía a un sueño, pues el cielo que se alzaba ante mi parecía un mar el calma, y vislumbré algunas galeras navegando por él.

Al incorporarme vi que me encontraba en una colina, y que además de la hierba que ahora me rozaba distraídamente mis piernas, había flores desconocidas, cuyo olor me traía a la mente recuerdos de mi niñez. Al acariciar algunos de sus pétalos los recuerdos se hacían más vívidos y algunos de ellos eran recuerdos que creía olvidados, eran aquellos recuerdos que tu mente se apresura en olvidar, porque no puede explicar o encontrar una base mínimamente lógica.

Poco después, descendí la colina y vi una hermosa ciudad marmolea que me atraía y me fue imposible reprimir el impulso de ir hacía allí y explorarla. Crucé un puente que separaba a la ciudad de mi, y por debajo de él, serpenteaba el burbujeante Naraxa. Me vi reflejada en él y comprobé que mi aspecto era diferente al que tenía en la realidad. Mis facciones se habían rejuvenecido y mi aspecto era incluso juvenil.

No me fue difícil cruzar las murallas de la ciudad, pues habían permanecido abiertas hasta que entre en ella, pero algo me decía que aquellas murallas no hubiesen permitido que cualquier soñador se adentrase en la ciudad de infinita belleza y de alegres colores de Celephaïs, en el valle de Ooth- Nargai. Más allá de las colinas Tanarias se hallaba aquella esplendorosa ciudad, bañada por el lujo y cuya visión provocaba en mi un sentimiento que jamás había experimentado.

Un hombre de llamo mi atención y al aproximarse a mi me entregó una llave. Me dijo que era un regalo de un hombre que había estado allí, y que le dijo que una muchacha de pelo castaño, ojos oscuros y vestido azul pasaría por allí. Él era el encargado de dármela y decirme que aquel quien yo buscaba se hallaba en corte de Serannian, pero que para llegar hasta allí debería –apuntando a una galera– viajar en aquella galera dorada y tener la suerte de no despertar.

Le di las gracias y me subí a la galera dorada y su capitán me guío por la ruta donde el mar y el cielo son uno, había otras galeras, pero en la que yo viajaba era la más imponente. Vislumbré entre nubes rosáceas y anaranjadas los castillos de Serannian, vetados de rosa y de un mármol tan blanco como la leche.

Al llegar a las puertas de la corte de Serannian, sentí que algo tiraba de mi, algo profundo y horrible y desperté, bañada por el sol del alba.

Había vuelto al mundo real, cuando estaba a escasos pasos de reunirme con aquel a quien yo admiraba por encima de todo. Y levantantandome de la cama demasiado rápido, mis piernas fallaron y caí en el suelo sollozando. Quería arrancarme la piel de la cara y dejar de respirar.

Aquella noche no soñé, ni a la siguiente ni a la otra. Los meses pasaban y el recuerdo de Celephaïs y de Serannian cada vez era más difuso hasta que paso tanto tiempo que casi las había olvidado. Mi cuerpo había cedido que la vejez se instalarse en mi, y en ocasiones había considerado durante unos instantes que los sueños que había tenido, eran meras fantasías infantiles que al llegar a cierta madurez, comenzaban perderse como gotas de lluvia en el océano inmenso y eran, a su vez, remplazados por las obligaciones y los convencionalismos sociales que estipulaba la sociedad a mi edad.

Pero, la última noche de mi vida, volví a soñar por última vez con Celephaïs y Serannian. Me hallaba en el mismo lugar donde había estado hacía tantos años, como si el tiempo no hubiese transcurrido, y una mano me asió del hombro.
Era hombre cubierto con una sotana verde y de facciones amables, que con la mano izquierda demandaba que le diese la llave que llevaba colgada del cuello.

Se la di, aun insegura de si obraba bien o no y con ella abrió la puerta del castillo donde se ubicaba la corte de Serannian. La luz que salía de la estancia era tan potente que casi me cegó me dio.

Al entrar, la puerta se cerró tras de mí y la luz fue disminuyendo hasta que la estancia se quedó en la más absoluta oscuridad. No tenía miedo a la oscuridad pues durante toda mi vida ella me había acogido en su seno y me había protegido.
Instantáneamente, cuando pensé en la cálida oscuridad, la estancia se ilumino pero con menos intensidad que la vez primera y me mostró todo aquello que durante más de media vida había deseado ver. En el centro se encontraba un hombre, cabizbajo, vestido con una camisa holgada, pantalones beis ajustados y botas; parecía un aventurero, alguien que no para mucho en ningún lugar y que prefiere navegar por el cielo y el mar que atender asuntos más trascendentes. Avancé hacía él con decisión, porque estaba segura de que era aquel quien yo esperaba con tanta intensidad acariciar.

Pero, mis pasos se tornaron tan lentos que parecía que cada paso que daba, transcurrían eones hasta dar otro y sentí que me irrite y maldije en mi interior hasta que al fin llegue a su lado y toque su espalda con la punta de mis dedos. Me di cuenta en ese instante, que volvía a ser joven y que mis manos raquíticas habían sido remplazadas por unas de excelente belleza.

Kuranes, que así se llamaba él, se giró y me observó con seriedad. Poco a poco fue componiendo una sonrisa. Yo no pude moverme durante tanto tiempo que pensé que si lo hacía, el suelo donde me encontraba se caería por el vació infinito que había bajo mi, pero cuando el sonrió, me lancé a sus brazos porque sabía que me había reconocido, sabía que todos los mensajes que le había enviado mediante mis gatos durante toda mi niñez y adolescencia habían sido transmitido y le habían llegado gracias a sus buenos servidores, los gatos de Ulthar. Y sabía con tanta seguridad de que él sentía el mismo entusiasmo que yo por él, que me era imposible concebir algo distinto a lo que estaba sucediendo.

Le susurré al oído todo aquello que durante mi vida había estado guardándome. Le conté que nunca me había casado, porque yo sabía que al único que podría pertenecer era a él, que lo único que necesitaba era verle sonreír, y que no me importaba morir en este instante si con eso podía vivir toda la eternidad junto a él.
Kuranes me dijo que ya había muerto, y que mi cuerpo había sido incinerado hacía ya años, y que aunque en la Tierra de los Sueños el tiempo fuese un motivo de burla y algo que allí jamás existiría, en la realidad sí.
Le acaricié y le besé la frente y le dije con voz trémula que si me permitía estar a su lado en calidad de amiga intima, sería el mayor honor que podría concederme. Él me acarició las mejillas y me confesó que me había observado durante toda mi vida, y le parecía hermosa, no solo físicamente, sino espiritualmente, deseaba que yo fuese algo más que una amiga para él, quería que fuese su consorte y a la única que le podría confesar todo lo que sentía constantemente sin miedo a ser juzgado.
Acepté encantada su proposición, y antes de irnos hacía los jardines del uno de los castillos de Serannian a vivir la eternidad, me besó con delicadeza en los labios y me dijo que lo único que necesitaba para sellar nuestro promesa de amor era decirle cual había sido su nombre completo cuando había vivido en la Tierra hacía ya 143 años y yo le contesté sonriente:

–Tu nombre es conocido por muchos en la Tierra. Tu nombre, con el que dejaste el mundo de los vivos fue, es y será Howard Phillips Lovecraft.