Notes

Luego de encontrar su propio ritmo lento y persistente, fue imposible que Noya hallara el autocontrol para medir todos sus movimientos. Por lo que luego de asegurar el bienestar y la disposición contraria, se encargó de amordazar su boca y disponer de ella de manera que esta se convirtiera en el único elemento que utilizaría para darse placer a sí mismo.
Así fue como aquel pesado y cálido deslizamiento fue reemplazado, sin más, por uno bastante estable, fuerte. La respiración entrecortada que soltaba el castaño parecía un buen juego a la par con la del rubio, que jadeaba al respirar por su nariz e intentaba mantener su boca apretada, inmersa en esa tarea indecente solo para él. Eso lo volvió loco, y también indulgente ante las necesidades de Kumi, porque lo atrajo tan profundo en una ocasión, que su miembro amortiguó con el tope de su garganta y causó –por poco– que se atragantara. Pero todo estaba de su lado, y esa vez lo hizo retroceder con facilidad para sumergirlo de nuevo en un vaivén exquisito, donde la saliva tibia que amenazaba por derramarse no tenía importancia. Solo lo convertía en algo mejor.
La inquietud alternativa de su mano no pasó desapercibida, mucho menos la curva de sus labios que encajaban con perfección. La acción dócil, continua y experimentada comenzó a tener efecto; sintió una invasión abrumadora de excitación. Todo le avisaba que estaba por llegar al final y su hiperventilación lujuriosa lo arrastró casi al borde. Casi.
Noya lo adora por alinearse obedientemente cuando el agarre en su pelo se hace inquebrantable e inmoviliza su cabeza. Él empuja sus caderas contra el adverso una, dos, y tres veces, embistiendo su boca antes de salir de ella con lentitud. El liquído amargo que se acumulaba finalmente se esparce entre sus labios, que de forma descuidada absorbían todo lo que rezumaba de su punta con agresividad.