Notes

Si independientemente de mi actuar, el resultado será el mismo -en este caso, hacerles felices-, actuaría según mi criterio, que sería decir la verdad. En parte, me he debatido mucho sobre ésto porque me nacen dos opciones; decir la verdad sin tener en cuenta cómo ésta vaya a afectar al grupo de individuos, o no actuar de ninguna manera por no sentirme con el derecho de alterar el estado anímico o creencias de este mismo grupo. Quiero decir, ¿quién soy yo para decir o hacer algo sin poseer la información suficiente sobre una persona? La felicidad es subjetiva; cada quien tiene su propia forma de ver el mundo. Si se tratase de una realidad objetiva -donde resultara obvio que estoy mintiendo-, no tendría sentido aferrarme a una mentira por mucho que mi subjetividad me esté golpeando. No sé si me explico.
Está comprobado que el coche azul corre más que el rojo, a pesar de que yo sienta que el rojo es más veloz, quizá porque le tengo un cariño más sincero. Mi afecto hacia el coche no cambia la realidad, que es más lento.

Sin embargo, hay situaciones y situaciones hay, y opino que todo depende de la persona con la que se trate y la situación que se presente. Mi criterio en cuanto a sinceridad permanecerá siempre latente, y es que no me han enseñado a decir la verdad ni a mentir; lo he ido aprendiendo según mi crecimiento y las experiencias que me han envuelto, y he optado por ello mismo porque tampoco me gustaría saber que he estado viviendo en la ignorancia a causa de una mentira. Jamás le maquillé la verdad ni a mis compañeros, ni a mi pareja, y mucho menos a mí mismo. Pero también he de decirte que cuando se me presentan situaciones complicadas en las que puede llegar a costarme pronunciar verdades, y la necesidad de ocultar información se hace presente, no trato en decantarme ni por un extremo, ni por otro, sino encontrar un punto medio, ¿sabes?, buscar otro camino -siempre que lo haya- que mantenga al individuo en cuestión en un estado de avance y aceptación por lo que sería la verdad, sin tener que verme yo en la obligación de engañar, ni el otro sienta decepción por la realidad.