Notes

No existía expresión más lasciva en el mundo que aquella que brillaba en la mirada de la morena cuando observaba, con fascinación, el certero efecto que causaba en el cuerpo de su pareja con un par de juegos, o roces furtivos. La lenta ascensión de sus comisuras se produjo en el preciso instante en que escuchó al americano desperezarse.

Qué mujer se sentía, qué sexy y jodidamente deseada.

La modificación en su virilidad fue haciéndose, cada vez, más evidente ante sus ojos: aquel bulto apuntando hacia su derecha no le pasaría desapercibido ni privada, siquiera, del sentido de la vista. Se moría de ganas de envolverlo entre dedos, y apretarlo: por lo que no tardó en abalanzarse sobre su presa; en regresar, de nuevo, a su destino favorito.

Sin aparente intención de arrastrar todavía el calzoncillo, la fémina ladeó un ápice el rostro para, justo después, entreabrir la boca y atrapar, con ambas filas dentales, el cuerpo del pene: concretamente, ese punto intermedio entre la base y el glande sin ayudarse de las manos. [ https://bit.ly/2kn7Ury ]. Asegurado el bocado y la presión ejercida entre dientes: amagó con tironear…, hasta que tiró hacia sí –hacia arriba– junto con la prenda hasta estar segura de que la gravedad haría el resto. Y, en efecto, lo soltó. Abruptamente. Haciéndolo caer, chocar secamente de nuevo contra su piel. Qué eco tan delicioso…
Pudo reconocerse, entonces, en el movimiento de sus labios pronunciar un mudo « upsy... » para fingir no estar planeado.

Rápidamente, colocó la mano abierta sobre su rigidez y, con una lentitud tortuosa, se valió únicamente del talón de ésta para masturbar(le). ¿Cómo? Arrastrándolo. Desde la base hasta las inmediaciones del glande, ida y vuelta: hasta tres veces. Levantando la mirada para medir sus reacciones cuando ésta comenzaba a sobresalirse del bóxer. No hacia falta vislumbrar el movimiento, Eleanor era consciente de que bajo esa tela el prepucio jugaba sus mismas cartas, provocándole placer.

Sucia y obscena como ella sola, volvió a aproximar el rostro para (contra todo lo que se pudiera esperar) frotar una de sus mejillas: respirar su aroma, jugar con la mandíbula y mentón… A un ritmo tan intenso como entusiasta.

Pretendía que acumulara calor, calor y más calor… Qué le resultara insoportable y frustrante no poder ahondar en su cavidad bucal, no poder sentir la temperatura de su mano envolverlo. Así que, para compensar (castigar*), mirándole a través de las pestañas, sacó la lengua: lo hizo para que observase como un hilo denso de saliva caía y aterrizaba sobre una ropa interior que comenzaba a estar, quizá, demasiado húmeda.