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- Ha sido…, distinto. Nuevo. ¿Cómo puedo explicarlo? La expectación me tenía una tensión constante, Josh. Y no hablo precisamente de incomodidad, ni mucho menos. Hablo de receptividad. Me mostré abierta, cercana, pícara. - Confesó, arrastrando los dedos sobre el dorso de la mano masculina: mientras mudaba la atención de su mirada desde los ojos de su pareja, hasta esa zona en la que le dedicaba mimos. - Coqueteé con ella. Pude comprobar el motivo por el que no te importaría verla a solas. Es… Segura, provocativa y muy, muy atenta.

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- ¿Puedo besarte? - Preguntó la pelirroja en un tono suave, dulce; meloso. - Me apetece mucho probar el sabor de esos labios tan carnosos. - Terminó diciendo, a medida que remolcaba la yema del pulgar sobre la maquillada superficie de los labios de Eleanor.

Seelie continuó perfilando, en esta ocasión, la totalidad de la boca ajena mientras aguardaba, paciente, una respuesta.

Eleanor tenía clara su respuesta: sin embargo, no pudo resistir la tentación de separar, poquito a poco, el labio superior del inferior, para (una vez entreabierta la boca) atrapar la falange distal y acariciar la yema femenina con la punta de la sinhueso.

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- Le dije que no. - Admitió, sin tardar apenas un par de segundos en proseguir con su relato. - Y no fue porque no me apeteciese hacerlo. Quería, pero…, pensé en tu sueño, y tuve claro que, cuando sus labios y los míos por fin se fundan, quiero que tú seas el principal testigo. Lo entendió, y…

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Quizá el acceso a los labios de la morena le fuese temporalmente restringido, pero aquello no impediría que sus labios resbalasen por su piel; que sus fosas nasales inhalasen y captasen el aroma que desprendía su piel…

Seelie apartó parte del cabello castaño de su acompañante para liberar aquel lateral de su cuello y, de ese modo, acceder a la zona sin obstáculos. En primer lugar abandonó allí una lenta caricia con el roce de sus labios; después besó… Besó lenta pero lascivamente. Condensando la atención en una pequeña pero concreta porción de piel con éstos: a la que no tardó en dedicarle más de un lametón y mordisco, mientras lograba mudar el calor de su boca hasta el lóbulo de la oreja.

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- Me sentí bien, cómoda. Resultó excitante y disfruté. Aunque era…, extraño. No sé; no se sentía como contigo. Me faltaba quizá, un contacto áspero, al recibir tanta suavidad. Barba, ya me entiendes. Esas cosquillitas. Pero fue… Muy agradable.

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Cuando Seelie alejó un ápice el rostro para medir la expresión que lucía el semblante de la veinteañera: fue Eleanor quién tomó el control, atrapando el mentón de la pelirroja para repasar la línea de su mandíbula con la boca. - Muérdeme. - Sugirió ésta, tras confesar entre susurros su debilidad por recibir mordiscos en zonas en las que sus huesos eran los principales receptores de dichas sendas dentales.

Eleanor la mordió y, mientras su otra mano se arrastraba siguiendo el perfil de su anatomía, y sus perfectas curvas, pudo escuchar cómo la pelirroja le daba su aprobación a través de un sonido gutural.

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- Besé su cuello… A pesar de reconocer éste como uno de sus puntos débiles. Me hacía sonreír escucharla disfrutar de unos besitos, algún que otro lametón, o mordisco. La oreja, sin embargo, le hace cosquillas. Tiene como un, acto reflejo, y la aleja de ti. (...) Huele francamente bien, aunque eso lo aprecias en cuanto la tienes cerca, y es súper suave.

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Ambas protagonistas iniciaron una guerra de miradas: desafiantes y coquetas, al comprobar cómo la excitación comenzaba a reflejarse en sus pezones. Ambas féminas lucían « crop tops » sin indicio alguno de portar sujetador bajo éste.

Mientras las manos de una y otra entraban por primera vez en contacto con los pechos ajenos, Seelie comentó que las de Eleanor eran perfectas (aún con tela de por miedo) para sus manos, mientras que la morena dejaba escapar una de sus risitas mientras trataba de abarcar las ajenas.*

| (*) No quiero entrar en lujo de detalles con respecto al aspecto, por aquello de guardarme lo mejor para Josh. :3 |

No sintieron necesidad alguna de desvestirse por completo, de arrancar las prendas de sus correspondientes anatomías…, aunque sí de liberar y mostrar la desnudez y tamaño de sus pechos.

Jugaron a rozarlos… A rozarse, de pie.
Amagaron, inclusive, con besarse. Se sonrieron con evidente complicidad y descaro. Y fue la veinteañera quién decidió emprender el leve descenso hasta trazar una pequeña circunferencia alrededor del pezón femenino con la punta de la sinhueso: y mientras Eleanor descubría qué se sentía comiéndose el seno de otra mujer, la pelirroja coló su mano más ágil bajo la cabellera tostada de su compañía para aferrarse al nacimiento de su cabello, a ras de la nuca y utilizó la vacante para anclar cuatro de las cinco yemas al turgente pecho de la veinteañera, la quinta y última la usó para estimular el pezón a base de roces ásperos y duros que, a pesar de esa sensación de « quemazón », estaba logrando sentir cómo su punto erógeno demandaba una estimulación similar.

La veinteañera saboreó y degustó los pechos de la pelirroja con sumo gusto y, sorprendentemente, también con auténtica pericia. Para poquito después, intercambiar las estimulaciones: recibir lo reproducido, y reproducir lo recibido.

(...)

- Déjame tocarte. - Pidió la morena, con la respiración entrecortada y los labios ligeramente hinchados. - Quiero comprobar si estás húmeda.
- Hazlo. - Contestó de inmediato la escocesa, con la voz tomada por el momento. - Hagámoslo juntas.

//

- Lo siguiente que recuerdo es… Guau. - Confesó, midiendo la expresión de su chico al recordar cuán mojadas y receptivas estaban. - Las dos siendo conscientes de que estábamos cachondas perdidas, y excitándonos más por ello. Gimiendo. Descubriendo qué nos gustaba, y cómo. Modificando intensidades y rumbos, intercalándolos. Jugando con la profundidad. - Volvió a centrar la atención de su mirada en la masculina. - Probablemente transcurrieron diez minutos, puede que menos, quizá ocho: cuando nos corrimos, juntas. Fue… Dios. Las contracciones. Esa opresión. Ese calor alrededor de los dedos.
     
 
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