Notes

He evadido el escribir durante muchísimo tiempo. Detrás de esa acción reside el temor de que cada vez que tome el bolígrafo y el papel sin noción de lo que escribiré, termine escribiendo sobre nosotros. Y más que sobre nosotros, sobre ti.
Que aunque haya escrito sobre viejos amoríos y relaciones pasadas, mis letras siguen buscándote. Y aunque hayan pasado años desde que ya no estás, sigues apareciendo en el sinfín de poesía que me he dedicado a leer. No les resto autenticidad a mis encuentros casuales, ni tampoco a los lazos que establecí antes y después de ti, creo firmemente en que los amé en su momento, e incluso que hubo una atracción más allá de lo fugaz, pero mentiría si dijera que me enamoré de otra persona además de ti.
Los últimos meses no he querido escribir, más bien, ha sido un constante análisis a los escritos que he hecho y dedicado. Una noche riendo entre mis intentos mediocres de poesía, me percaté de que los escritos más auténticos fueron aquellos que escribí pensándote. Como si tuvieran una esencia única de melancolía y nostalgia, como si a veces siguiera esperándote.
Es cierto, cada relación tiene lo suyo, cada persona posee un algo que lo vuelve auténtico. Pero todo aquello que les dediqué a los demás estaba impregnado de rencor y dolor ante infidelidad y pretextos vacíos, como si no tuviera nada más que escribir sobre ellos. En cambio, cuando escribía sobre ti, era con un amor y una ternura. Similar a una fantasía cumplida en donde buscaba inmortalizar tu recuerdo tan dulce donde mi corazón no conocía más allá de la alegría. E incluso, a pesar de que escribí sobre tus abandonos, jamás fue con ira ni enojo. Sino con la esperanza de algún regreso y algo de fe en tus promesas. Eran escritos comprensivos que esperaba que algún día los leyeras, y cuando fuera así, los sintieras como una caricia en el alma.
Ojalá pudiera mentirte y decirte que no te he echado de menos. Hay días donde te extraño más, hay días donde es menos. Se dice que se sabe que ha dejado de doler cuando eso ya no te hace llorar ni te provoca una sensación de presión en el pecho. Admito que es algo extraño y es una situación por la que nunca pasé. Hablo del hecho donde tu recuerdo llega a mi mente y sonrío. Sonrío porque fuimos, y cuando fuimos fue de una forma tan intensa. Auténtica. Utópica. Aunque también efímera cuando terminó. Comienzo a rasguear entre recuerdos donde fuimos felices, hasta que en algún punto llego al final. A los finales, más bien. Nos despedimos tantas veces con el corazón en la mano que sería un poco complicado decidir cuándo fue que en verdad culminó. Podría decirte que fue aquella noche donde me dijiste que mi madre tenía razón y las relaciones a distancia no eran lo tuyo, o quizá el día en el que me dijiste que lo mejor era cerrar esta etapa conmigo para no hacerte más daño. También podría considerarse como final la última llamada que tuvimos en enero donde lloraste de madrugada porque te dije que yo no sentía lo mismo, aunque me moría por decirte que te estaba mintiendo.
Las fechas dan miles de vueltas en mi cabeza y me vuelvo loca entre tantas memorias; mientras te confieso esto, estoy casi segura de que una sonrisa se te escapará de los labios porque no te he olvidado. No he olvidado que tu color favorito era el color rojo y esa fue la primera vez que escuché tu voz; también fue la primera vez que compartimos ideas. Decías que el rojo es un color apasionado, y yo por mi parte, te presenté el azul. También fue la primera vez que escuchaste mi voz. Al final me diste la razón diciéndome que había sido una muy buena elección ya que el azul tiende a ser muy polifacético. Culminamos la noche escuchándonos a través de audios, sonrojados por el coqueteo de por medio. Siento cómo se repite la melodía de tu voz en mi cabeza “estoy muy encantado contigo, muy pero muy encantado”. No olvido también que 8 días después mientras hablábamos de nuestra niñez a las 2 de la mañana, cuando yo me estaba quedando dormida me dijiste entre susurros que me amabas. Creíste que dormía, y de hecho pensaste que no te escuché. Sólo pude sonreír con toda la emoción del mundo mientras me inundaban unas ganas enormes de besarte, y es algo curioso, ¿sabes? Porque nunca nadie me provocó ese deseo por los besos. Fueron más llamadas de media noche, las mismas que mi madre interrumpía y muy raramente lográbamos despedirnos. Y cuando lo hacíamos, tardábamos demasiado porque ni tú ni yo queríamos dormir para entonces. Ninguno se aburría. Cualquiera podía estar hablando eternidades y el otro se embobecía escuchando; o usábamos un set de preguntas para curiosear entre nosotros. También fue ahí donde te presenté la mayor inseguridad de mi cuerpo que son mis lunares rojos; tu reacción fue algo tan dulce que justo en ese momento pensé “estoy donde debo estar”. Podría escribir horas de aquello que sólo tú y yo sabemos; escribir sobre mis momentos de vulnerabilidad, o de los tuyos. Cuando trasnochábamos cuidándonos el uno al otro. Y podría pasar toda mi vida intentando describir cómo me sentí en todos aquellos instantes. Pero definitivamente, lo que siento que jamás podré hacer, es escribir los finales que no pudieron ser.
Dicen que las personas que nos marcan, nos dejan una sensación momentánea. Con el tiempo pasa, con el tiempo sana. Nos recuperamos y continuamos. Pero tu recuerdo es una constante. No duele, no daña, no martiriza, solo está ahí.
Cuando pienso que ya pasó, apareces en algún sueño. Ya perdí la cuenta de cuántas veces te he visto ahí. Y es como si quisiera decirte algo, y quisiera que me escucharas, pero ninguno dice palabra alguna. Es raro ¿no lo crees? Comúnmente iría detrás de ti, me desahogaría llorando, o te gritaría. Pero solo nos dedicamos a observarnos distantes, como si en el fondo no quisiéramos arruinar nada de lo que fue.
Te he escrito muchas veces, me despedí también en una ocasión. Jamás respondiste. Sé que los has leído, sé que los has escuchado, y a veces me gana la incertidumbre de saber qué fue lo que sentiste cuando te busqué. Pero te he dejado ser, sin mí. Aún cuando plasmaste en papel que nunca podrías romper tu juramento aunque no estuviéramos en la vida del otro.
Te echo de menos. Nos echo de menos. Pero también ruego porque estés bien. Que seas feliz.
No te miento si te digo que me aterra coincidir cara a cara contigo y sentir todas las estaciones del año en el estómago. Coincidir cuando cada uno esté realizando sus metas y ya no tengamos espacio en la vida del otro. Pero asumo que es algo que ninguno puede forzar, ni tampoco algo que se puede evitar. Para mí siempre serás el amor de mi vida y siempre serás la razón por la que creo en las almas gemelas.
“Cuando te conocí, entendí mi vida, la corazonada y el hálito de quien será tuyo por siempre”
Ha sido un placer coincidir contigo.
Te amo.